viernes, 15 de julio de 2011

PRINCESS GARDEN. HOTEL NUDISTA

Tardamos en llegar, pero llegamos. Con calor, hambre, tras haber viajado 10 horas desde Oviedo hasta Alicante y perder otra más en el pueblo de Alfaz del Pi, preguntando a guardias, peatones y taxistas donde estaba el Hotel Princess Garden, por fin, rumiando un cabreo monstruoso por mi parte, nos plantamos ante la reja de entrada, rezando a todos los santos del cielo, que fuese allí donde iba a celebrarse la 30 Asamblea Anual de la Federación Española de Naturismo.
Aun hoy, pasado más de un mes, y de nuevo recluido en las montañas brumosas de Asturias, no tengo muy claro el porque acepte representar ANAPA, asociación naturista a la que pertenezco, al citado evento. Hasta ese día era un socio mas, alguien que desde hacía siete años pagaba religiosamente la cuota y que, de tarde en tarde, asistía, a los SPA´s nudistas que, casi como única actividad, se celebraban en el rimbombante Palacio de las Nieves, hotel de La Felguera que para tal fin nos cedía sus instalaciones, pagando, eso si.
La realidad fue que, por expresa petición del Vicepresidente, con el informe del año 2010, francamente desfavorable y sin nada positivo que exponer, Rosa y yo íbamos a penetrar en un mundillo naturista del que, siendo realistas, apenas nada conocíamos, y cuyos participante, a excepción del Presidente y su mujer, no sabían nada de nosotros. Pero, como mas tarde comprobamos en el transcurso de las diferentes reuniones, si conocían sobradamente ANAPA y nos creían, craso error por su parte, dignos representantes de la misma.

Un morenito abrió la cancela, nos indico donde aparcar el coche y, como si nos conociera de toda la vida, ya que solo nos pidió los nombre, pero ningún otro tipo de documento de identidad ni tarjeta de crédito, nos dio una llave y canturreo algo así como: “Su cuarto es el número 6, justo al fondo de la piscina, que lo disfruten”.
Mi cabreo inicial iba en aumento. Al calor, al sudor y al hambre, había que sumar el arrastre de las maletas, las bolsas de viaje y el portátil, todo ello buscando la cabina nº 6. Rosa, detrás de mi, ahora ya mas contenta, no acarreaba mas que un bolsito pequeño con sus móviles y una botella de agua mineral fría, recién comprada en el pueblo mientras yo luchaba por saber donde se ubicaba el susodicho hotel.
El ver la piscina hexagonal, con un minarete-tobogán en el centro, fue menos sorpresivo que observar como Suca, una de las muchas nudistas que placidamente tomaban los últimos rayos de sol de la tarde, mujer de Ismael, Presidente de la FEN, se levantaba, como impulsada por un resorte, llegaba hasta mi, me echaba los brazos al cuello y en su castellano-filipino de lo mas peculiar, empezaba a preguntarme por el viaje, lo fácil de la llegada, el donde había dejado a Rosa, el porque no me bañaba. La rápida intervención de Ismael y mi subsiguiente presentación al resto de los miembros de la Junta Directiva, suavizo mi entrada en el mundo nudista y, como por arte de magia, hizo que mi mal humor, se evaporara.
Llegamos a la cabaña nº 6, nos despelotamos y en menos de un minuto ambos estábamos refrescándonos en la piscina. “La cena es a las 9,00“oímos de lejos a Suca, refiriéndose a los rezagados que, como nosotros, seguíamos en remojo.
¿Se cena desnudo o vestido? Fue nuestra primera duda antes de salir al comedor. “Mejor vestidos” sugerí. Casi acerté. Menos una pareja que empezó la cena en pelotillas y la termino envueltas en sendos pareos, el resto de los participantes iban vestidos de forma casual. “Mañana el desayuno es a las 9,00 y la reunión empieza a las 10,00” nos recordó Suca cuando alegando el cansancio propio del viaje, nos despedimos antes de irnos a la cama.
Por aquello de la novedad a las 7,00 estaba en pie y cinco minutos mas tarde hacía largos en la piscina. No era el único madrugador. Media docena de congresistas se desperezaba, o estiraba, haciendo una sesión de Tai-Chi matinal. A las 9,00 todos empezamos a conocernos durante el desayuno. No éramos los únicos primerizos. Los representantes del Fenoll, los murcianos y los andaluces también eran nuevos en este tipo de eventos.
Empezó el Congreso y, salvo por el hecho de estar todos desnudos, se desarrollaba como si fuera uno de Geología del Jurasico Medio. Tomo la palabra el Presidente, luego el Vicepresidente, el Secretario y por último el Tesorero. Hubo, como no, un “Coffe time”, y a continuación un turno de preguntas, ruegos y sugerencias. Se hizo un alto para refrescarse y comer para así, por la tarde poder cerrar todas las cuestiones pendientes. La cena fue ese día mas relajante, entre otras cosas porque ya todos nos conocíamos y porque durante las reuniones no surgió ningún tema conflictivo. Como dijo la murciana, “Ha sido Congreso de consenso, donde todo se aprobó a mano alzada.”
El día siguiente lo dedicamos a ratificar lo ya aprobado y a certificarlo con una excelente paella alicantina y unas brevas con jamón serrano. Tras ello la gente se fue desgranando, en función de la lejanía de su punto de destino, de su trabajo o de sus necesidades familiares. Rosa y yo nos quedamos tres días más en el hotel, yo por estar jubilado y ella por haber pedido esa semana de vacaciones.
La mañana del lunes comprobamos que el Princess Garden sería, algún día, un populoso hotel nudista pero ahora era solo un lujoso centro de recreo para seis clientes. Un par de holandeses, dos tortolitos sevillanos y nosotros. Los andaluces desaparecieron tras la comida y todo quedo para uso exclusivo de los nórdicos, que por vivir en la cabina nº21, se situaban al Norte de la piscina y nosotros, dueños absolutos del Sur. A media mañana, y procedente de una de las dos torres que enmarcan la zona de baño, surgió, con su hijo, Candela, Candy para los amigos, mujer de Jorge, Gerente del Complejo, nacido en Holanda pero recriado durante muchos años en Gran Canaria, lugar de nacimiento de Candy. Se situó, a modo de frontera, entre el personal nórdico y el castellano, se despeloto, como todos, se embarduno de crema y se repantingo en una hamaca.


Comimos solos. Esto siempre invita a la confraternización. Daisy, la única camarera, era de origen búlgaro y hablaba, al margen de su idioma natal, castellano, ingles, alemán y holandés, su pareja, Johnny, dominicano hacia todas las labores duras del Resort, al margen de manejar el bar y servir las bebidas. El cuarteto se completaba con Paula, cocinera nacida en Cangas de Narcea y Merche ama de llaves y encargada de limpieza, nacida, por aquello de cambiar, en Benidorm. Al termino del almuerzo ya sabíamos que los des holandeses se llamaban Katherine y Frederick, eran representantes de dos grupos de operadores holandeses especializados en turismo naturista y solo chapurreaban algo el castellano. No comían en el hotel y se dedicaban a conocer la zona y sus posibilidades. Si cenaban y solían tomar algunas copas, o muchas, por la noche.
Como nos habían dicho llegaron a cenar muy pronto, muy vertidos y repartiendo sonrisas. A la distancia brindaron con nosotros y al despedirse nos saludaron con un macarrónico “Buenas Noches”. Cuando dos horas después nos fuimos a la cama los encontramos junto a la piscina tomándose dos copas irreconocibles a la distancia y, de nuevo, la levantaron a modo de saludo y amistad.
El martes fue un calco casi perfecto del día anterior: sol, baño, sombrilla, hamaca y mucha paz. Los holandeses al norte, Candy y su hijo en el centro y nosotros al sur. Las tres mujeres, embadurnadas de crema, ampliaban su bronceado integral sobre sendas tumbonas, yo, bajo la sombrilla, leía una novela policiaca y Frederick, con su inseparable jarra de cerveza en la mano, daba vueltas a la piscina. Eso sí, cada vez que se cruzaba con nosotros levantaba su vaso y sonreía ampliamente. Al final acerco una silla junto a Rosa e inicio con ella, nadie sabe en qué idioma, una charla mímica monosilábica. Tras su desaparición vespertina, la pareja, como el día anterior, se presento a la cena de punta en blanco, levantando una y otra vez sus copas cada vez que nos cruzábamos las miradas.
Nuestro último día éramos dos náufragos en la piscina. Ni los holandeses ni Candy ni nadie vino a turbar nuestra soledad. Por la noche, al llegar al comedor-terraza vimos a los nórdicos comiéndose una suculenta, y enorme, paella. No fue lo único ya que a continuación atacaron una ensalada mixta aderezándola con una nueva botella de vino. Al terminar pidieron sendas copas de licor y viendo que nosotros, ya más frugalmente cenados, iniciábamos la retirada, llamaron a Daisy para decirle que nos invitaban a otra copa con ellos. Aceptamos.
En un inglés macarrónico, con muchas muecas e infinitos gestos, mal que bien fuimos comunicándonos. Todo muy bonito, muy tranquilo, mucho calor. Por quedar bien invite a una segunda copa. Katherine y Frederick sudaban a chorros. Nosotros no, ya que a diferencia de ellos solo vestíamos un pareo que, a esas alturas de la noche, teníamos ya arrollado en la cintura. Creo que fue Katherine, enorme como era, quien propuso ir a tomarla en la piscina, y allí fuimos. Tal vez por cercanía al restaurante ocupamos una mesa en la zona norte, próxima a su cabaña; en un abrir y cerrar de ojos, ambos desaparecieron para surgir, de inmediato, desnuditos y sentarse en la mesa a beber todos juntos.

Siempre opine, contra la inmensa mayoría de los naturistas que hasta hace unos días nos acompañaban, que el desnudo aboca a la sexualidad, que dos cuerpos desnudos se atraen, mas si son pareja, pero siempre surge entre ellos, aunque sean desconocidos, una corriente de deseo que termina juntándolos. Desconocedores de mis ideas, pero confirmándolas, Rosa y Frederick se sentaron en un extremo de la mesa, Katherine y yo en el opuesto. No sé que hablaban los otros, nosotros de nada, nos mirábamos, sonreíamos, bebíamos y yo me extasiaba antes sus grandes y hermosas tetas. Esa fijación hizo que no me enterara cuando ellos se levantaron y se metieron en el agua y solo cuando Katherine me cogió de la mano y me arrastro a la piscina.
Las noches anteriores, bien por el cansancio y los nervios de las primeras, bien por la soledad de las últimas, nunca me percate ni del entorno ni de la iluminación, tanto externa como interna de la pileta. Ahora, arrastrado por la potente holandesa, me perdía en un agua verde azulada en un recinto lleno de recovecos y con un techo en partes estrellado y en otras oculto por el ramaje de las palmeras. Mi frenesí poético desapareció casi de inmediato pues Katherine, sin mediar palabra, me sujeto contra el borde, me abrazo, metió una de sus piernas entre las mías, junto nuestras bocas y, sin oposición por mi parte, nuestras lenguas se enrollaron como serpientes. Eran besos cálidos, húmedos, sobre todo húmedos, roces provocativos caricias directas. Me olvide de Rosa, que sin duda hacía lo mismo que nosotros y me centre al aquellas tetas orondas, morenas, carnosas, en su coño rasurado y abierto, en su espalda, en su culo casi abierto para mí. Igual que me arrastro al agua me saco de ella. Sin hablar, me tomo de la mano y chorreando agua entramos en nuestra cabina.
No sé si nos secamos, pero si que llegamos a la cama y cayó de espaldas sobre ella abriendo a tope las piernas. En ellas me amorré. El sabor a sexo y a cloro se mezclo en mi boca con el gusto amargo de la ginebra. Una serie de ruidos guturales y dos fuertes golpes de cadera dieron paso a una serie de orgasmos en cascada aderezados por un líquido vaginal caliente y ligero. Cayó a mi lado como muerta, pero no, sin apenas descanso se volcó sobre mi pene y usándolo a modo de piruleta consiguió que aquel guiñapo, medio atrofiado por los años, las ginebras y la noche, resucitara, convirtiéndose en una fuente de la que fluía abundante y espeso semen. Nos derrumbamos y nos dormimos.
Al despertarme era Rosa quien dormía plácidamente a mi lado. Salí hacer unos largos en la piscina y volver la encontré, como si nada, haciendo las maletas. Fuimos a desayunar, nos despedimos de todo el personal del hotel, prometimos regresar al año próximo y partimos hacia Oviedo. Nuestras mini vacaciones-congreso habían finalizado.
Conduzco casi por inercia. Ante mi casi 900 kilómetros, 10 horas al volante, calor y mucho tráfico. Rosa dormita en el asiento del copiloto, casi la noto sonreír. Sueña sin duda con la noche pasada. Recuerda como el enorme y tatuado holandés, sin decir palabra ni acabar su bebida, la alzo de la silla y la introdujo en la piscina. Allí la acaricio, le sobo las tetas, metió sus dedos en el coño. Ella, a la vez, enarbolo su pene que, como por arte de magia, crecía y crecía entre sus dedos. Con el mismo ritual que a la entrada, la extrajo ahora del agua, y como si fuera una pluma la llevo en volandas hasta su cabina, mejor aun hasta su habitación, hasta su cama. Estaba muy húmeda, muy caliente. Ni cuenta se dio cuando Frederick la ensarto e inicio una serie de movimientos de elevación y descenso sintiendo cada vez más rico y profundo el poder de su falo. No recuerda cuando se levanto, dejo su habitación y amaneció en la suya. Rememora la noche como un sueño lujurioso, emocionante e irrepetible. Algo que solo puede darse una vez en la vida cuando se unen, por azar o designio divino, el desnudo, el calor, el sexo, un deseo irrefrenable de placer y un entorno paradisiaco que mezcle todos y cada uno de los anteriores ingredientes.

El sol y el cielo azul que nos vienen acompañando desde Alicante desaparecen al pasar el Negrón. Hemos llegado Asturias y las nubes nos saludan de nuevo como viejas conocidas. Entramos en otro mundo. No tan diametralmente diferente como el que describía Clarín en La Regenta, pero si distinto al vivido en el Sur la última semana. Sera un hito a repetir, aunque sin duda la próxima vez no encontraremos una pareja de holandeses que nos ofrezcan un fin de fiesta como el ya vivido.