viernes, 27 de marzo de 2015

EL RIO SECO

No es un río, ni un arroyo ni un viejo cauce fluvial abandonado, es la salida natural de las aguas provenientes del páramo sur del Moncayo que, en épocas de grandes tormentas, se encauzan por ese fondo de valle que confluye con el río Martín. Siempre está seco y cuando no, es que algo grave ha ocurrido o está a punto de suceder.
Soy, por parte de padre, oriundo de Oliete, un pequeño pueblecito del Bajo Aragón, situado al sur de desierto de los Monegros y a cien kilómetros del norte de Teruel, la capital. A principios del siglo pasado era un lugar floreciente acostado sobre la vega del Martín que, con la llegada de las comunicaciones y la inmigración masiva hacía Zaragoza y Barcelona, perdió población y vitalidad hasta convertirse en lo que es hoy: un punto verde rodeado de mesetas estériles, secas, polvorientas y antiguas explotaciones de lignito que la globalización y la tecnología rapiñó y abandono en los últimos cien años.
En el hice la Primera Comunión, cuando vivían mis abuelos, y paso casi todos los veranos. Para sus habitantes es un lugar de ensueño. Tiene el Pantano de Cueva Foradada, construido durante la Dictadura de Primo de Ribera; la Sima de San Pedro, una oquedad natural de trescientos metros de profundidad y quinientos de anchura  bajo la que discurre una corriente subterránea que, según algún experto local, termina en el Mediterráneo; el Malvin con sus 450 metros, el pico más alto del contorno; un comedero de buitres, la mejor chopera del entorno con cientos de pasillos de árboles desde el río a la montaña, un frontón, una piscina municipal y poco más. Como digo a mis amigos, allí ni se venden patatas fritas ni llegan los periódicos. 
Por razones climatológicas difíciles de entender los veranos oscilan entre muy calurosos y tremendamente calurosos y las prolongadas sequías son algo normal que a nadie extraña y solo sirven para aumentar esos bulos urbanos que pasan de generación en generación
“Recuerdo el año en que el pantano se secó y los barbos podían cogerse con la mano”
“Sí, cuando al Pelón se le atascó la caballeriza en el barrizal del fondo del pantano y debió subir el ejército a sacarla.”
“Y aquella en que la Pilarín se perdió bajando desde Alcaine y el pueblo se movilizo hasta encontrarla.”
Todos recordamos alguna y no hay niño en el pueblo que no haya visto el fondo arcilloso seco y resquebrajado moteado de espinas de pescado fruto de muchos meses sin llover.
-José Luis, este año se seca
Fue la bienvenida que recibí de mi primo Adolfo al llegar. Casi un año sin llover y no parece que vaya a cambiar.
Hasta entonces Rosa nunca había venido al pueblo y por lo que se decía mi decisión se consideraba poco afortunada. Si en un año normal era agradable por las tardes pasear y recorrer los siete kilómetros de chopera para terminar merendando en el Barranco de las Estacas, este no. El sol hacía sentir su poder a partir del mediodía y el pueblo se guarecía en las casas, muchas de ellas de adobe, durmiendo esa saludable siesta aragonesa a la espera de la llegada de la noche. Sacaban entonces mesas y sillas a las calles o a las bancadas de los huertos y esperaban el anochecer tomando jamón y bebiendo vino, mirando absortos el vuelo bajo de los murciélagos que, eso sí, eliminaban del ambiente moscas y mosquitos. El cielo volvía a ponerse rojizo y los chopos asemejaban enormes abanicos verdes que intentaban, sin éxito, enfriar el ambiente.
Recuerdo, de niño, reunirme con mis primos a la orilla del río para ver las constelaciones y, en la noche del de 10 de Agosto, contemplar la llegada de “Las lágrimas de San Lorenzo” con cientos de estrellas fugaces surcando los cielos.
-Rosa, mañana de excursión al Río Seco, así conocerás algo de los alrededores. Saldremos prontito para evitar el calor de la subida. 
Una fiambrera con tortilla de patatas, varios tomates, lonjas de jamón, pan y agua ocupaban parte de la mochila junto a bañadores, toallas y dos sombreros de paja. La fruta, ciertamente necesaria, la recogeríamos durante el trayecto.
El inicio de la subida es agradable. Las múltiples riadas han ido depositando una capa de grada fina y cascajos, especie de delta fluvial en su unión al río, que facilita el paso. En esos ochocientos metros las piernas se calientan y los excursionistas se acostumbran a caminar sobre rocas pulidas de diferentes tamaños. A izquierda y derecha niveles de yesos cristalizados, surgidos de la extrusión del Triásico bajo la presión del Jurásico cabalgante, jalonan de manchas blancas el sendero y generan con los primeros calores del día reflejos brillantes y molestos. La morfología, en ascensión, se mantiene y complica. Los tamaños de las rocas crecen, sus superficies se tornan más pulidas y la calidad de los yesos mejora. En esa zona no es difícil encontrar maclas yesíferas perfectamente cristalizadas. Tras una hora de camino aparece una cobertura cuaternaria formada por un conglomerado calizo, descompuesto por los años, sobre el que empiezan a verse inicios de humedad. Es una zona casi llana donde, hace años, una serie de casetas agrícolas certificaban el fin de los terrenos salinos y el comienzo de tierras húmedas y fértiles.
Hoy solo son ruinas pero en mi juventud, o al final de la infancia, esos restos eran el espacio preferido para juegos, travesuras o, simplemente, el inicio de nuestros despertares eróticos.   
Cómo no recordar aquel curioso juego del “Cambio de prendas” en el que una pareja, chico y chica, entrábamos en aquel cuchitril y debíamos salir cada uno con toda la ropa del otro. No era lo peor, luego el resto de amigos y amigas preguntaban luego sobre la rapidez o lentitud del proceso y constataban si el cambio fue completo o si se hizo trampa. A mí, una vez, me tocó entrar con Carmen, la del Pesador, y tras el cambio total y absoluto de vestimenta tuve que admitir que apenas si vislumbré el punto oscuro de uno de sus pezones; los nervios, el pudor y más que nada la poca luz interior hicieron el resto. Más tarde las bromas, las risas y los mordaces comentarios.
“Pues sí que los tiene pequeños”, “Esas braguitas no te sientan nada bien” o “Carmen, qué diría tu madre si te ve con esos calzoncillos tan sucios”
Al final, juegos, pan con una porción de chocolate de merienda y regreso.
Reiniciamos el último tramo del ascenso sobre un piso de caliza gris blanquecina, muy fosilífera y con escasa vegetación. La meseta, o mejor el estrecho valle entre montañas, donde moría el camino, era el premio para los sufridos montañeros. Lo recordaba mal o tal vez el paso de los años cambio mi visión juvenil y primitiva. El enorme rastrojo por el que se movían  conejos y perdices era una plantación de esparto reseca y agresiva. Los olivos centenarios existentes en la conjunción de las rocas y el llano mantenían sus formas retorcidas y fantasmagóricas. Eso sí, el entorno se notaba vivido. Donde recordaba un hato para recoger los rebaños de ovejas ahora existían dos cabañas, una anexa al viejo hato y otra, de reciente construcción, para guardar los aperos de labranza, algunas balas de paja como alimento invernal del ganado, y un jergón sobre una estructura de madera a nivel del suelo. El techo, como todos los de la zona, de ramas de chopo resecas, atadas y entrelazadas a las vigas superiores. Nada más. El espacio interior fresco y relativamente limpio
En el exterior sí se percibía el paso de los años y el trabajo del hombre. A partir de la guerra surgieron en Aragón una serie de localidades que aprovechaban sus aguas subterráneas para el tratamiento de algún tipo de dolencias, sobre todo reumáticas. Primero fue el Monasterio de Piedra, en Zaragoza, y luego los de Baños de Segura y Segura de Baños en Teruel. Eran aguas gaseosas, muy carbonatadas, con una temperatura no por encima de los 25ºC. En el pueblo siempre se pensó que, en algún momento, ese tipo de bien aparecería y así debió ocurrir.
Junto a la cabaña una alberca artesanal de unos tres metros de diámetro daba fe de que en los últimos años alguien detectó la existencia de las mismas y construyo una pileta para uso y disfrute de quienes se aventurasen al paseo.
Apenas sí lo pensamos. En un abrir y cerrar de ojos nos despojamos de la ropa y nos zambullimos en el líquido. Quietos sobre el fondo sentíamos cómo el cuerpo se cubría de burbujas  gaseosas que nos masajeaban relajándonos por completo. Sobre nuestras cabezas el cielo azul, el sol y el vuelo regio de algunos buitres que oteaban desde la altura posibles presas nos acompañaban en el baño. Siempre pienso que lugares semidesérticos como este, playas solitarias o entornos cálidos en donde la naturaleza se sobrepone al hombre, incitan al nudismo. Y así, como venimos al mundo,  pasamos la mañana y de tal guisa nos resguardamos en la cabaña a sobrellevar las horas más tórridas de la tarde. Comimos, nos acurrucamos sobre un colchón de toallas y entre unas cosas y otras terminamos amándonos y poseyéndonos mientras el calor hacía crepitar las hojas y resquebrajaba el suelo arcilloso, ahora seco, que bordeaba la pileta.
El cielo, o mejor dicho, el tejado se nos vino encima. No fue un movimiento del terreno ya que entre el polvo, la paja y las hojas secas que flotaban en el aire, dos niñas, como de doce años, salieron corriendo, llegaron al camino y desaparecieron de nuestra vista. Una, la nieta del Pesador, la hija de Carmen, la otra, una amiga. Estaba claro que la antigua costumbre de ocupar las cabañas para juegos inocentes, ahora mejoraba con el voyeurismo condicionado por el uso nudista de las albercas, seguía perpetuándose con el paso de los años.
Volvimos al agua y envueltos por miles de burbujas de anhídrido carbónico esperamos que el sol desapareciese tras la mole del Malvín y el camino de descenso se tapizase de sombras.
Al llegar al Martín, el cielo se tiño de rojo. “Rojo al poniente, bueno al siguiente”, diría mi padre. Mañana el sol, la sequía, las siestas eternas, seguirían siendo la enseña de este Aragón perdido, desconocido y maravilloso de nuestra España Profunda.

miércoles, 18 de marzo de 2015

SONIA SILENCIOSA

Sonia
“Un viejo amigo, que soñaba con ser mas que eso, me dijo en cierta ocasión  que yo rea la mujer mas silenciosa y elocuente que había conocido. Sonia Silenciosa, me bautizo antes de irse una madrugada con varias copas de mas y demasiadas lagrimas de menos. Decía, y sin duda exageraba porque sus sentimientos eran mas poderosos que sus razones, que bastaba con mirarme para hurgar en mis heridas e intuir lo que escondía en ellas. Quizás su inmadurez crónica de poeta frustrado y frustrante le hacía ver mujeres misteriosas y trágicas cuando su inspiración caía en picado. No me considero misteriosa. Como mucho esquiva.
Tampoco soy trágica. Me conformo con ser levemente melancólica, o más bien nostálgicas. Nostálgicas de los sueños que poco a poco he ido abandonando en las tranquilas aguas de la resignación. Silenciosa sí. Ahí acertó de pleno en mi zona mas vulnerable.  Odio la palabra inútil, la cháchara que solo sirve para ocultar la falta de sentimientos, el blablablá que no es mas que calderilla con la que comprar la indeferencia ajena. Me gusta escuchar el sonido de las palabras que no es necesario pronunciar, paladear cada uno de los verbos que sirven para conjugar emociones que se resisten a ser envasadas al vacío de de los compromisos vanos, los intereses banales y las mentiras comunes.
Me gusta la gente que calla para no otorgar, la gente que no se mete en los abrevaderos donde la música es sustituida por huracanes de sonidos atroces, la gente que no levanta la voz para sentirse mas segura de si misma, la gente que puede detenerse frente a un horizonte y cerrar los ojos y dejar que el silencio llene de significados los huecos de su soledad.”
José Luis
Siempre luchó, siempre ganó y ahora está sola. Primero perdió la familia, luego los amantes, más tarde los amigos y por último su entorno político. Quiso salvar al mundo sin creer en nada. En estos momentos, sin anclajes afectivos, ve como la maquinaria política en la que está inmersa la tritura.
La llamaban “Negrita”, yo “Mi novia morena”. Vivió a remolque de su generación. Se casó por un hijo, fruto de una noche de porros, con alguien a quien repudió y hoy es tan infeliz como yo; fue la primera arquitecta de su país y jamás ejerció, pasó de hombre en hombre  no por vicio, creo que por soledad. Amó y ama el dinero con la idea de que con él solucionará sus problemas, lleva años confundida. Solo fue feliz cuando no lo tuvo, pero nunca lo entendió.
Sonia
Mis únicos hombres, uno, el padre de mis hijos y otro con quien pase los mejores años de mi vida, están lejos. El primero, en mi propio país, el otro en España. A los dos los eché de mi lado, ambos, a regañadientes, se marcharon, los dos aún me añoran, no me olvidan pero sé que ninguno volverá.
Al primero lo cambie por un doctorado en arquitectura, al segundo por la alcaldía de mi municipalidad. Sin ellos ambos objetivos habrían sido ilusiones, con su apoyo y dinero, lo conseguí.
Estoy en la Asamblea General de mi partido, el PAC (Partido de Acción Ciudadana), elegimos la Secretaría General, que no seré yo; a mi alrededor, nadie, tres sillas vacías a mi derecha y cinco a mi izquierda. Soy la más honesta, la más rara, la útil pero no querida, ese ser que por la noche solo habla con su almohada y a veces relee algún correo electrónico de alguno de sus hombres que nunca contestará.
José Luis
Han pasado muchos años y aún no sé por qué me expulsó de su lado. Hubiese admitido una sustitución, un cansancio, la incomprensión fruto de la edad, pero no. En mis noches de insomnio me pregunto el porqué y no lo encuentro. Tal vez su dinero futuro que no deseaba compartir, quizás el querer regresar a los treinta, ser libre y vivir de nuevo otra vida. Está sola. Morirá sola sin pedir ayuda, creyendo, convencida, que todo lo ha hecho bien, pensando que su labor política redimirá a los pobres, eliminara a los ricos y este mundo será un mundo feliz.
Es atea y contra esa creencia choca constantemente. Con los años sus hijos sí creen, su sociedad también, y quienes piensan como ella se han ido lentamente apartándose de su lado.
Sonia
Otra noche más sin nadie con quien tomar un vino y discutir la erupción del volcán Turrialba. Ni eso ni celebrar la elección de mi amiga Margarita Bolaños como Secretaria del PAC.
Este año debería estar jubilada, disfrutando de mis nietos, leyendo, viajando de nuevo a Madrid, no será factible, es imposible reencontrarme con el pasado, lo quise así y no daré mi brazo a torcer.
Sería hermoso reeditar aquellos mese de mayo, antes de entrar la estación lluviosa del trópico, viendo el atardecer sobre el Pacífico, contemplando el sol, enorme, sobre el horizonte con alguien amigo a mi lado; lo sería, pero ya nunca lo será, lo dejé partir, mejor dicho, lo eché de mi lado.
Pronto empezarán las lluvias, los canalones se llenarán de hojas y las orquídeas iniciarán su floración. El Primero de Mayo iré al Congreso y, con suerte, veré al Presidente en el cóctel. Salvo José Luis que, en la distancia, sigue leyendo la prensa local, nadie de mi entorno me recordará, ese día, que soy la Jerarca del Instituto Nacional de Vivienda y Urbanismo y lo que es peor, que el día 4 será mi 65 cumpleaños.

sábado, 14 de marzo de 2015

EL GORRILLA

Ahmed, el gorrilla, es nuestro guarda coches particular. Apenas si recuerdo cuando aprecio por el barrio y hasta que un buen día mi hijo Roberto nos pidió algo de ropa para entregársela, nada sabía de su existencia. Era de algún lugar de la franja subsahariana, huérfano, con una hermana en suiza y un físico de corredor maratoniano.  Muy alto, delgado, de piel cetrina siempre con una gorra de béisbol, de ahí su apodo. Aparecía sobre las 8 de la mañana y hasta el anochecer recorría las aceras buscando aparcamientos, ordenando el tráfico, cobrando por ello alguna propinilla, ayudando a los niños a cruzar la calle, socorriendo a las amas de casa supercargazas, en fin, haciendo pequeñas obras de caridad. Al principio paso desapercibido, con el tiempo se convirtió en algo intrínsico del barrio, como el supermercado, el buzón de correos, los parquímetros.
Un mal día el gorrilla desapareció. Me lo dijo Roberto. Lleva dos días sin vérsele,deberíamos avisar a la policía.
Fue ella quien nos informó. Sin una denuncia concreta, sin algún problema específico, el gorrilla estaba en las dependencias policiales acusado de algo inconcreto por alguien desconocido.
Todos lo sentimos y nos preguntamos los motivos de tan extraña decisión.
Un hombre mata de un puñetazo a otro por grabar a su hija en local en Cádiz. Leí la noticia y la recorté para mí archivo, ese blog anónimo que nadie lee y yo recolecto: La prensa canallesca de la mañana.
La Guardia Civil detuvo a un ciudadano británico como presunto autor de la muerte de otro, alemán, por haber grabado a su hija en una tableta digital en la urbanización de Sotogrande en San Roque. El pobre inglés lo tenía todo a favor: defendió a su hija pequeña, atacó a un pedófilo que, sin su autorización, la estaba grabando, Dios sabe con qué intenciones, y tuvo la mala fortuna de que del golpe, el agresor murió. El alemán, reincidente, acababa de salir de prisión por orden judicial, ¿qué pensaría ahora el juez de habérsela dado?, la tableta era robada y en ella aparecía una amplia y continuada grabación de la niña a lo largo de todo el día.
El inglés, como nuestro amigo el gorrilla, paso la noche entre rejas a la espera de una disposición judicial, sin duda de acuerdo con la ley, pero incomprensible para el hombre de la calle.
Leo la prensa de atrás hacia delante: el tiempo, la primitiva, los deportes, sucesos, noticias internacionales, nacionales y locales, por ello, cuando llego a las páginas de la "corrupción generalizada”, o bien estoy relajado, pues el Atlético ganó, o pienso que su racha exitosa acaba de fenecer, razón por la cual siempre afloran en mi mente ideas malignas. La trama Gurtel, los Ere de Andalucía, las tarjetas negras de Bankia, el caso Bárcenas, el de los Pujol, la Infanta Cristina y Urdangarín o, por último, pero no el último, la Operación Púnica, y todos en la calle, algunos hasta han pedido unos días de asueto para poder ir de vacaciones. No obstante el gorrilla y el inglés entre rejas.
Qué peculiar es la justicia con el pobre y qué justa con el rico, el poderoso o el influyente.
En la calle todos gritan contra la corrupción y todos deberían saber que este mal es endémico a la naturaleza humana y que ya hace muchos años Maquiavelo escribió: "El poder corrompe y, el poder absoluto, corrompe absolutamente”, hecho que hoy está de moda y que seguirá estándolo gobierne quien gobierne. "El cielo”, como decía mi abuela, "no es de este mundo”.
- Papá, papá, Ahmed ya está en la calle, dijo Roberto gritando.
- Ya lo sé, acabo de dejarle las llaves para que me aparque el coche. Lávate las manos que hay que comer.

miércoles, 11 de marzo de 2015

LA NEVADA

 —Ya no me quieres.
No era una pregunta, ni una afirmación, ni la constatación de un hecho. Era una petición
Cuando mi santa esposa me sorprende con algo parecido es que quiere algo.
—He visto en Grupalia una oferta buenísima para pasar tres días en Taramundi. ¿No te apetecería? De cualquier forma ya la he pedido. Si quieres la anulas, pero podríamos celebrar allí San Valentín y…
Maldad femenina. A estas alturas de la misa quién se atreve a cambiar un viaje romántico al occidente asturiano por un bolsito, una cena o un ramo de flores.
Hice de tripas corazón, anulé mis inexistentes compromisos y desoyendo las previsiones de todos los hombres del tiempo salimos, un nuboso día de Febrero, hacía el reino de las navajas.
Antes de inaugurarse la Autovía del Cantábrico el viaje hubiese sido de locos, hoy no. Es molesto por el tráfico y la lluvia pero nada que no aguantase este viejo jubilado.
Desayunamos en el puerto pesquero de Tapia de Casariego, si por mí hubiese sido allí nos habríamos quedado: buenos hoteles, excelentes vistas, chigres  marineros con todo tipo de marisco, una delicia; pero no había que ir a Taramundi, ya lo habíamos pagado.
La Rectoral fue un excelente hotel en las años ochenta edificado sobre las ruinas de una vieja casona del siglo XVIII y conocido entonces como la “Posada del PSOE” por ser este partido quien lo promocionó con la impagable propaganda de “El País” en sus páginas gastronómicas, subiéndolo a lo más alto del ranking nacional.
Seguía  como antes. La Rectoral mantenía su cartel rustico de madera a la entrada  y, en conjunto, daba la impresión de que los años no habían pasado por ella. Muy pocos huéspedes, sin ser fatalista éramos los únicos. Habitación superior con terracita cubierta y vistas a la montaña, conexión hi-fi, excelente calefacción y cama matrimonial con almohada adicional, como pedimos al hacer la reserva. Era retroceder diez años en el tiempo. Pero no, algo estaba de más. En lugar del viejo gimnasio y ocupando su vieja situación, un hermoso spa con piscina hidrotermal, jacuzzi, saunas y área de relax nos ofrecía un aliciente antaño desconocido; algo nuevo para un viejo San Valentín.
Muy abrigados nos acercamos a la quesería, luego a saludar al más veterano de los artesanos locales en la elaboración de las famosas navalles de Taramundi, Díaz y Bermúdez, y comprar algunas de sus piezas, al final el frío nos condujo al hotel.  Pasamos la tarde al confortable calor del Spa, cómo no, solos,  perdidos en la inmensidad de la pileta.
San Valentín amaneció soleado, aburrido. Ni al amor o el sexo podían eliminar el cielo gris, el aguanieve que empezaba a cubrir las calles, el viento glacial del norte. Los generosos vinos, el queso o el chorizo tampoco ayudaron.
—Hoy tienen compañía  —dijo  la recepcionista del Spa cuando nos vio llegar.
Desde el vestuario vimos dos cabezas, hombre y mujer, sobresaliendo del agua.
—Mira, están completamente desnudos —dijo de repente Rosa con un grito entre exclamación y sorpresa. Salieron del agua y en pelotilla picada, entraron en la sauna.
— Qué hacemos —pregunto de nuevo.
—Lo que ellos —contesté despojándome del bañador. Hizo lo mismo y, como vinimos al mundo, entramos en el Spa.
Estábamos solos, pero no; totalmente desnudos y sumergidos en las burbujeantes aguas del jacuzzi vimos cómo salían de la finlandesa y, sin ningún pudor, nos acompañaban en el baño.
Loyda y Arkin eran noruegos, bueno, ella no, llegó al país, desde Costa Rica, en un intercambio de estudiantes y allí se quedó. Trabajaba como intérprete para refugiados políticos y, lógicamente, su castellano era correctísimo. Él, funcionario, llevaba las oficinas del COI noruego en su ciudad natal, Lillehammer, a ciento ochenta kilómetros al norte de Oslo, donde se celebraron las Olimpiadas de Invierno de 1994, y solo chapurreaba, muy bien, nuestro idioma.
Su vivienda y la casa de campo donde iban en verano sobre los fiordos de Bergen poseían sauna comunitaria y lo de convivir desnudos era para ellos de lo más normal. Pasé la tarde contemplando las dos mujeres que, a sus anchas, se pavoneaban por el Spa. Los pechos, amplios y algo caídos, de la española contra los dos pequeños limones de la tica, los glúteos robustos de ambas y su desparpajo entrando y saliendo de los chorros de agua. Como fin de fiesta de San Valentín no había estado mal, nada  mal.
Desayunamos juntos y nos despedimos. Ellos hacía Lugo, nosotros a Oviedo. El agua nieve que caía en Taramundi nos acompañó por el valle, cambiándose a nieve según ascendíamos la Sierra de Ouroso, de 1033 metros. En la cima la nevada era espectacular. Afortunadamente un camión quitanieves esperaba algún incauto, como nosotros, para acompañarlo en el descenso. La bajada fue dantesca, el coche, más que  rodar se deslizaba, cada poco nos salíamos de la rodada y terminábamos en el arcén, la visibilidad nula. Rosa hecha un mar de lágrimas rezando a todos los santos para que aquello acabase, jurando que el próximo San Valentín solo en el Caribe o en casa. Por fin llegamos a la confluencia con la autovía Vegadeo-Oviedo y la nieve, por encanto, desapareció.
En Tapia paramos a comer. Unos tentáculos de pulpo a la plancha con aguacate, ventresca y vinagreta de lima de entrada y fritos de pixín con tres salsas del Cantábrico sirvieron para hacernos olvidar la nieve, el frío y la conducción. Es raro, decía el hombre del tiempo en televisión,  después de tener el año más seco del siglo, ahora tenemos la nevada mayor, sin duda, pensé yo, por aquello tan manido del cambio climático.
En el sofá, con una ginebra, muy cargada, con abundante hielo y una rajita de limón, recuerdo lo pasado, sobre todo aquella tarde en la sauna con la pareja noruega, y el descenso hacía el infierno de la Sierra de Ouroso. Sin duda, como comenta el periódico, un ramillete de gardenias blancas, de exquisito aroma y profundo simbolismo, un será mejor regalo por San Valentín, el año próximo, que un viaje al más allá, a Taramundi.