martes, 1 de diciembre de 2015

CARAS VEMOS......

...........Culos no sabemos” como dice un refrán de no se que parte del mundo.
Siempre me fío de las caras. Afortunadamente acierto en una amplia proporción, pero en estos últimos años, no se si por defectos de visión o por la mala transmisión de esta con el cerebro, cada vez afino menos.
Con Yolanda y Marcial, el chasco fue de película, de película mala; sobre todo con ella.
Debería decir que todo estuvo condicionado por la crisis, o mejor con la salida de la misma.
En Asturias el cambio, ruptura, descalabro o falacia, como diría nuestro anterior Presidente, todo menos “crisis”, condiciono la desaparición de la Real Federación Asturiana de Natación y con ello el conjunto de entidades satélites a la misma: Clubes de élite, Masters, Árbitros  así como las ayudas económicas nacionales, autonómicas o provinciales.
Tras las penurias monetarias, los sucesivos cambios y algunos abandonos, este invierno, la Federación Asturiana de Árbitros de Natación se vio obligada a recolectar a cuantos pudiese ya que los Campeonatos Absolutos de Invierno de Natación en Piscina corta de 25 m., se celebraban en Gijón, en las instalaciones del Club Santa Olaya y las estrellas del momento: Mirella Belmonte, Melani Costa y Duana Rocha, entre otras, iban a participar.
A Rosa la llamaron y yo, sufrido asistente de transportes tuve que levantarme, los días de competición, a las seis de la mañana para que cuatro árbitros de Oviedo estuviesen en sus puestos de salida al comienzo de las pruebas.
Así me reencontré con Marcial, también árbitro y como yo, jubilado; bueno, no como dicta la legislación laboral, sino por herencia paterna, mujer funcionaria, sin cargas familiares, una afición cinegética desmedida y un don divino para la escultura.
El Campeonato fue un éxito. El Presidente, flotando en una nube de elogios, acepto  el encargo de controlar los arbitrajes de los Campeonatos Nacionales Juveniles, a celebrarse en A Coruña y los Master de Invierno de nuevo en Santa Olaya. Había, por fin, dinero para dietas, traslados y alojamientos.
Un viaje A Coruña, aunque fuese con dietas bajas y kilometraje modesto, nunca esta mal. Yo puse el choche y Marcial a Yolanda, su mujer. Los cuatro salimos, un viernes por la mañana y durante todo el trayecto me pase escrutando el rostro de la dama en el espejo retrovisor. De estatura media, muy morena, callada hasta lo inimaginable, con jersey gris de cuello alto, pantalones negros y un fular a modo de bufanda, paso todo el recorrido sin decir palabra, bueno, como el, para no desentonar.
Hc.Apartamentos, nuestro acomodo en la capital gallega, lo había elegido, e imagino que con precios especiales, la Federación Nacional. No era como de muchas estrellas pero estaba cerca de La Ciudad Deportiva Riazor, donde se celebraba el evento, al lado del paseo marítimo y muy próximo al centro. Sin duda su mejor baza eran las vistas impresionantes a La Torre de Hércules 
Nos asignaron dos estancias contiguas, con saloncito, mini cocina dormitorio y baño. Los árbitros se disfrazaron de tales, cargaron sus correspondientes mochilas, subimos al coche y partimos a las piscinas. Yolanda se quedo deshaciendo el equipaje y prometiéndonos un baño relajante a nuestra salud.
   José Luis, dijo, llámame cuando regreses y tomamos algo por ahí.
Moverse por una ciudad extraña suele ser, mas que nada, lento. Llevarlos, regresar, lavarme un poco y acercarme a su apartamento me llevo un buen rato.
   Pasa, esta abierto, respondió, enseguida salgo.
Entre y me senté en el sofá. La estancia era idéntica a la nuestra.
No había terminado de fisgonear por el cuarto cuando salio. Si entonces cae un rayo en el salón, difícilmente me hubiese sorprendido tanto. La mujer que hacía menos de dos horas quedo enfundada en rectado jersey, con amplios pantalones y el pelo recogido en una especie de moño, salio, solo cubierta con una bata de baño blanca, sin cinturón ni botones, totalmente abierta por delante y con las manos en los bolsillos.
    —Ya termine, ahora me visto
Lo dijo de pie, frente a mí, dejando ver, cubiertos solo por la tela, los pechos con sus pezones grandes y erectos, sin recato alguno, el ombligo redondo, moreno como el resto del cuerpo, y una enorme mata de pelo púbico, muy negro y frondoso.
Plantada ante mi no mostraba ni pudor ni verguenza, apenas una sonrisa irónica totalmente distinta a la mostrada en el viaje.
    —Te espero en el bar— susurre evitando su cara y sus ojos—
una ginebra bien cargada me vendrá de maravilla.
Llego como si nada, luciendo un vestido similar al del viaje, el rostro serio, nada de sonrisas.
Anduvimos por la Plaza de María Pita, casi sin hablar, bajamos hacia el paseo Marítimo y allí, frente al mar, nos sentamos en una terraza.
   Te parezco rara— me soltó a bocajarro, tras haber pedido yo una ginebra para cada uno
   No, se, tal vez si—respondí sin apenas pensar.
   Ahora voy sin ropa interior, totalmente desnuda por dentro y solo tú lo sabes. ¿Te gusta?
   Me estás poniendo muy nervioso. Me gustaría muchísimo verte pero, cambiemos de tema.
   No seas tonto, de mi no sabes nada y te estas haciendo miles de preguntas.
   En eso tienes razón, ¿Por qué no me lo cuentas?
Se acerco la ginebra a la boca y empezó hablar.
     — Desde hace mucho, tal vez cuando supe que nunca seria madre o al menos eso dice mi psicólogo, pase a tener dos personalidades. Una: profesional, recatada, seria, otra: agresiva, desinhibida, erótica. La primera para mi entorno, la segunda para ese mundo desconocido y manejable que, de vez en cuando nos surge en la vida, como tu ahora.
Volvió a llevarse el Beefeater a los labios y siguió.
   Juego con todo, con todos: el erotismo, la provocación, el beso, la caricia, los jóvenes, los maduros. Cualquier cosa menos sexo, eso, de vez en cuando lo reservo a Marcial, y el lo sabe.
Me miro a los ojos, hundió uno de sus dedos en la copa entremezclo los sabores, bebió otro trago corto, continuo.
   Ya conoces mis reglas, mi bonita forma de pasar por aquello que los clásicos llaman “la erótica del hotel”. Te guste o no yo voy a jugar y tu, o entras o entras en el envite. Voy a por otras copas antes de recoger a los árbitros.
Quede pensando en la oferta, que por supuesto acepte en mi fuero interno, viéndola desnuda bajo su coraza de tela, imaginándola, tolerable, sumisa, agradecida, pero muy lejana.
Cenamos en otra terraza y nos recogimos temprano. El viaje, mas seis horas de arbitraje, generaban cansancio.
Los árbitros y yo desayunamos a las ocho y a las nueve estábamos en las instalaciones deportivas.
     — Sobre las diez pasa a recoger a Yolanda. Podréis daros un paseo — dijo Marcial perdiéndose entre un tropel de nadadores.
Llegue a y cuarto. Me esperaba enfundada en una especie de blusón largo transparente que más que ocultar resaltaba todas las partes de su anatomía.
     —   Pasa, no te quedes ahí. Estas mas asombrado que la camarera que subió el desayuno.
   ¿Te pongo un café?
Me senté viéndola desnuda pavoneándose ante mí. Sonriendo al ver como mis ojos recorrían sus pechos, su culito, su coño enmarañado.
   Cierra la boca y bebe algo, parece que nunca viste a una mujer así.
Creo que tenía razón pero preferí callar y parecer tonto que hablar y certificarlo.
   Después me visto y salimos a recorrer el centro. ¿Podemos ver el Museo de Picasso y la Sala de Exposiciones de Sargadelos? — Por cierto, comento mientras salía, hoy a las cinco he pedido hora en el Spa, segura que te gusta.
Las ciudades norteñas marinas: A Coruña, Gijón, Santander y San Sebastian son encantadoras. Si se les añade la fortuna de tener un día soleado el encanto se convierte en milagro y esa suerte tuvo nuestro paseo. Sus ardores eróticos se amortiguaron y pese a insinuarme varias veces que, como ayer, iba sin ropa interior, el arte del pintor malagueño y las compras de cerámicas nos hicieron olvidar su cruzada sexual.
Como decía mi amigo Pancho “Para comer marisco nada mejor que A Coruña y si lo comes en el Paseo, viendo el mar, es como estar en el cielo”.
Fue ella, al despedirnos, quien me lo recordó
   No te olvides de la sauna. Te recojo.

 En consonancia con el hotel, el recinto era pequeño: Un jacuzzi, una sauna finlandesa y otra húmeda, todo dispuesto en dos niveles y profusamente adornado de velitas, toallas, bebidas frías.
     —Somos la pareja del apartamento 7, hicimos una reserva para las cinco — dijo Yolanda cogiendo dos toallas y arrastrándome a un vestuario, en principio mixto.
   No te dará vergüenza que nos cambiemos juntos, verdad.
Casi lloraba porque me lo pidiera. Entre tras ella y la deje hacer. Con parsimonia, con una lentitud intencionada, como si efectuase un strip-tease exclusivo para mi, fue despojándose de la ropa: playeras, calcetines, falda, blusa, sujetador, braguita, quedo totalmente desnuda. A estas alturas de la misa yo ya estaba en traje de baño, sentado en un taburete y contemplando el espectáculo.
   Que te parezco, ¿No estas un poquito cachondo?
Saco una especie de mimi-bikini, o sea una braguita con hilo dental que apenas le cubría su mata de pelo púbico y un sujetador que mas que tapar resaltaba sus tetas, tanto es así que ambos pezones estaban al aire, se los acomodo, me tomo de la mano y me arrastro al jacuzzi.
Un microsegundo fue lo que transcurrió entre  introducirse en el agua y quitarse el escueto bikini.
   Mejor desnudos, dame el tuyo.
   Como quieras, yo lo prefiero.
A partir de ahí el tiempo de detuvo. El sexo y el placer  empezaron a campar a sus anchas en aquel torbellino de aguas cálidas y burbujeantes.
Nuestras pieles desnudas se fueron atrayendo; el agua, lentamente, desapareció de entre los dos pasando ser un solo cuerpo que se estrujaba, fundía, entrelazaba. Lo que ayer dijo se hizo carne: todo menos sexo, pero ese todo lo era en el mas amplio sentido de la palabra. Manos, labios, lenguas buscaban tocar, sentir, degustar. Su mata de pelo púbico se convirtió en una esponja entre mis dedos que lentamente la entreabrían en busca de una vagina cada vez más húmeda, y no de agua. Mi pene rugía de placer, nuestros labios se volvieron carnívoros y nada nos detuvo hasta que un violento espasmo nos convulsiono.
El agua se hizo cama y allí descansamos, vivimos una realidad extraña e imposible.
La vuelta, como la ida, fue callada. Todos pensábamos en algo que nunca diríamos, por prudencia, ignorancia, respeto.
   Hasta marzo, dijo Marcial al bajar del coche.
   Eso, contesto Yolanda, os invitaremos a que conozcáis la casa,  puede, —me dijo por lo bajini— que allí “la erótica del hotel se torne en erótica del poder”.
 Me beso la mejilla y se perdió en el portal.