lunes, 7 de marzo de 2016

POR PRESCRIPCIÓN FACULTATIVA

Si no hubiese preguntado al doctor Romero, mi cardiólogo desde hace 8 años, por los efectos secundarios del tratamiento puede que esto no lo contase así.
Hace tiempo, tras una serie de análisis clínicos, me detecto una angina de pecho, que yo jamás sentí, pero que según él era normal que no se diese dolor en uno de cada tres pacientes. Me recetó un montón de fármacos con los que, imagino, la evolución de la misma se detuvo, o al menos se aminoró, pero a la larga, hoy que he leído con detalle ese papelito que los acompaña y que todos ignoran, puedo confirmarlo, me destrozaron en otros muchos sentidos. Lo que vulgarmente se conoce como “Daños colaterales no buscados” se cebaron en mí.
El uso prolongado puede ocasionar la reducción sensible de la masa muscular, convirtiendo el músculo en grasa con una tendencia clara a la gordura, la fatiga y la rotura frecuente de los músculos. Así mismo, en personas con problemas estomacales, puede acentuarlos produciendo, sobre todo en la noche, digestiones largas, difíciles y flatulentas. En todos los casos se acrecienta la sequedad bucal aumentando el nivel de ronquidos del paciente. Por último, en relación con el sexo, se dará una disfunción eréctil que aumentara con la edad.
Todo lo escrito me afecto. Cuando se lo comente al Dr. Romero, sonrío.
  ­Son cosas de la edad y, claro, de la medicación. Te recetare “Viagra”, bien para casos de “Aquí te pillo y aquí te mato” o bien para efectos de mayor duración. Es cara pero de ti depende. No te perjudicara. Lee bien las instrucciones.
No sabía si me tomaba el pelo o si la pastillita servía para mucho o poco, pero, receta en mano y dinero en el bolsillo me acerque a la farmacia en busca del preciado remedio. Hubo risas, el mancebo es amigo mío, celebraciones y petición de copas. Al parecer ese tipo de solicitudes eran bastante corrientes. Guarde las “azules” en la mesilla de noche a la espera de poder utilizarlas.
Este año el Presidente de la Asociación Naturista Asturiana, de la que soy Secretario-Tesorero, dado que la primavera se presentaba más calurosa de lo normal, por lo del cambio climático, por quedar bien con la Asociación Nacional, con la que nos unía un enfrentamiento fraternal, o porque nuestras finanzas  estaban boyantes, no tuvo mejor idea que invitar a los máximos responsables madrileños a participar en nuestra Asamblea extraordinaria, a la que nadie, salvo los jefes, asistimos, y conocer de paso el estado en el que está el naturismo español tras la toma del poder de los nuevos jerarcas municipales, en general todos de matiz populista.
Por extraño que parezca no solo aceptaron la invitación  sino que vendrían el propio Presidente, su mujer y dos parejas de representantes  del naturismo madrileño, con ánimo de retomar aquella antigua tradición de ambas Asociaciones de pasar una semana del verano en las playas asturianas.
El Hostal “Orquídea Blanca” era de nuestro amigo Fede. Pese a ser un miembro destacado de la comunidad naturista asturiana y haber sido, hace años, Presidente de la misma, el uso del mismo como alojamiento exclusivamente naturista, era desconocido para el público en general. Cuando la Asociación Naturista Asturiana se lo pedía, él la convertía en naturista.

Desde que llevaba las riendas del negocio practicó una serie de reformas con ánimo de aprovechar el mucho espacio que la rodeaba y que, años atrás, servía, en parte, de pasto al ganado y el resto como huerta familiar. Ahora, una pequeña piscina exterior, un gran jacuzzi cubierto y otro interior acristalado, una zona para parrilladas y el acondicionamiento de la parte baja del hórreo centenario como local para tertulias o sidrería veraniega, le daban ese aire mundano que antaño no poseía. La casa con enormes habitaciones de dos camas matrimoniales, baño, mesita, televisión y una pequeña nevera, apenas había cambiado.  
Hubo que hacer un montón de cálculos para acoplar los seis invitados de Madrid y los ochos de nuestra Junta a las posibilidades del lugar. Al final lo hicimos con dos habitaciones para cuatro personas y tres matrimoniales para dos. Teníamos, si el tiempo estaba a favor, los bajos del hórreo para las reuniones y la utilización de los jacuzzis de forma que no se produjeran aglomeraciones. Como en los establecimientos de este género solo en las habitaciones, las zonas de Spa y un área recién creada, habilitada como solario, podía irse totalmente desnudo.
Lo que parecía imposible se iba a convertir en realidad: Otra vez ambas Asociaciones juntas.
No fue el azar sino el estudio concienzudo de los asistentes, sus gustos, sus edades, sus ideas políticas y naturistas lo que hizo distribuir a las personas. Era claro que en las habitaciones compartidas las dobles parejas debían ser una de Madrid y otra local. Que ambos presidentes debían tener habitaciones individuales y, la restante se jugaría al azar. Solo este hizo que a mí me tocara compartirla con Mónica y Alberto, dirigentes madrileños que ya conocía de anteriores reuniones. Él, bajito, entrado en carnes y muy extrovertido. Ella, rubia teñido, tan alta como él, rellenita y con dos prominentes tetas. De entrada callada pero, una vez cogida confianza se convertía en una mujer lanzada, sin perjuicios y muy divertida.
Las camas de 2x2, 5, amplias y pegadas, daban al resto del espacio una amplitud tipo sala de baile. Según llegamos Mónica entro al servicio y, a los cinco minutos, salió como vino al mundo, totalmente desnuda. Así deshizo la maleta, organizó su armario, se conecto a Internet y espero, pegada a la pantalla, que el resto terminásemos de ordenar nuestros enseres. Se ciño al cuerpo un reducido pareo y con un
—Venga muchachos, vamos a tomar una copa—.
Salió de la habitación seguida por un cortejo más recatado y menos animoso.
Un largo fin de semana, poco trabajo, calor, excursiones, largas estancias al sol por las mañanas, jacuzzi por las tardes y copas por las noches, siempre bajo la hégira del nudismo y el peligro presente de nuestros cuerpos desnudos, lascivos, provocativos y deseables, todo esto, como diría mi abuelo, no es “Bueno para la salud”, sobre todo la mental.
La utilización de los jacuzzis, en grupos de cuatro en cuatro, estaba controlado por nuestra vocal de actividades y, el sábado por la tarde, nos toco el interior.
Era, sin lugar a dudas, más acogedor que el exterior, que parecía un garaje. Se adornaba con emplastes de rocas sobre las paredes, espejos circulares, velones encendidos en lugares estratégicos, una serie de hamacas y un perchero donde colocar las toallas y albornoces.
Ese día, Dios sabrá el porqué, tome, tras la comida, una de aquellas pastillitas azules, con la esperanza de tener una noche de placer y sexo. Cuando fuimos al jacuzzi ya me había olvidado del hecho.
De entrada todo fue normal, como cualquier otro día. No era la primera vez que los cuatro, desnudos, nos remojábamos en aquella pileta burbujeante. Ni el agua estaba más caliente, ni el ambiente era diferente, ni la luz ni las velas, nada, pero algo influía en nuestras actitudes. Nos notábamos nerviosos.
Entramos, sin hablar. Ellos se sentaron en un lateral, frente a nosotros. Sin decir palabra nos hundimos, dejando solo las cabezas, a modo de corchitos multicolores, a nivel del líquido.
Los pies fueron la avanzadilla. Como si el jacuzzi hubiese encogido los cuatro pares tropezaron de repente y, lo que es peor, no se separaron. Formaron una piña cada vez mas atrevida, mas osada. Dejaron el fondo y ascendieron por las piernas. Los de Mónica, los míos, los de Rosa, los de Alberto cada cual se adentraba en terrenos mas desconocidos. Todos parecíamos perfectos con aquellas acciones de investigación subacuatica. Sentí los deditos de Mónica alcanzar mis testículos, luego reposar sobre el pene. Sus piernas, abiertas por completo me ofrecían su sexo, depilado por completo, para que hiciese lo que ella. Creo que los cuatro nos acariciábamos, nos excitábamos y lo estábamos pasando en grande.
No es que el terreno se inclinara, nos íbamos desplazando hasta quedar, los cuatro, juntos en uno de los laterales dando permiso a las manos para que entraran en fiesta. Mónica, adosada a mí como una lapa, me cogía el sexo que, curiosamente, se mantenía erecto como desde hacía años no lo estaba. Con prudencia, algo que olvide de inmediato, empecé acariciarle los pechos,  a perder mis dedos en su sexo, cada vez más húmedo y no por el agua. Abrí los ojos. Nuestras respectivas parejas sumergidas y enrolladas junto a nosotros,  hacían, sin duda, cosas parecidas.
         — Salgamos — dijo Mónica despegándose de mí, envolviéndose en su albornoz y desapareciendo tras la puerta..
Llegamos a la habitación y, cada oveja con su respectiva pareja,  ocupamos las dos camas adosadas.
Desnudos, calientes y desinhibidos continuamos el cortejo iniciado en el agua. Ahora más libres, más atrevidos, mas osados.
Ellos, en una parte, nosotros en la otra. Al principio separados luego juntos, al final casi amontonados.
Un revoltijo de cuerpos, un revoloteo de manos en busca de un pecho, un sexo desconocido, deseado y condescendiente. Gozábamos sexualmente con nuestras respectivas parejas sin olvidarnos de excitar a quienes a nuestro lado hacían lo mismo  y, por los gritos, susurros y murmullos que se oían, a fe que lo estábamos consiguiendo.
Rendido sobre aquel “campo de amor, campo de sexo”, rememore mis fracasos anteriores y el efecto de aquella pastillita azul, tomada exclusivamente por “prescripción facultativa” y que tan gratas consecuencias me habían y a mi pareja, proporcionado.
         — Volveremos en verano —dijo Mónica al despedirse. —Debemos retomar aquellas reuniones de ambas Asociaciones antes que el tiempo, la lluvia y las borrascas destrozaran nuestras playas naturistas y nos vuelvan a distanciar.