lunes, 21 de diciembre de 2020

EL COÑO DE LA NUDISTA

A “Ricitos de Oro” la conocí desnuda. Bien mirado los dos íbamos asi. Paseaba con un amigo por la zona nudista de la playa de Bayas cuando oímos, a nuestra espalda
—Toni, que haces por aquí, lo tuyo es Peñarrubia—
—Ricitos, cuanto tiempo sin verte—
Nos presentó y siguió hablando.
—Aquí donde la ves, dijo dirigiéndose a mí, es la chica más simpática y ocurrente de la playa. A parte de guapa se presenta, cada año, con su coñito perfectamente decorado, veamos como lo tiene este—
—Muy sobrio, yo le pondría algo de color— siguió mi amigo ponderando las virtudes de aquel sexo.
—No sigas Toni—replico ella.
—A tu amigo le gustan más mis tetas que mi coño, no veas como las mira, nos vemos luego por ahí—
Se fue con un grupo de amigas muy cerca de muestra sombrilla.
Lo de “Ricitos” se debía, sin duda a su pelo ensortijado y lo de “Oro” a que en aquellos momentos estaba teñido de rubio, hoy seguían los rizos pero, su pelo, era negro. A lo largo del día nos vimos varias veces, terminando siendo, no amigos, sino compañeros de playa.
Era una institución, según Toni. Todos los años presentaba un coñito diferente. A veces poblado y teñido, o totalmente rasurado, o depilado de diferentes formas: tipo paréntesis, sombrero, barbita o estrellado. Por un boca a boca tan eficaz como curioso los bañistas de esta playa sabían que día, del inicio del verano, aparecería por allí y mostraría, como hacia la Obregón, en Ibiza, con biquini, vendiendo a la prensa su "posado del verano", ella pasearía su coñito por Bayas y se tomarían una botellas de sidra, que su amigo Fran regalaría y escanciaría para quienes quisieran asistir al evento. Así año tras año.
Llegamos a intimar bastante, solo a nivel playa. Vivía en Asturias, pero de origen gallego, no sabía a qué se dedicaba aunque todos los años por Santiago, se marcaba un viaje de quince días a un paraíso nudista: Francia, Tortuga, Canarias, Alemania o Croacia, que luego explicaba con todo tipo de detalles, tenía coche y no parecía que le faltase el dinero ya que, eso si, conocía un montón de restaurantes locales, sobre todo los que poseían alguna estrella Michelin.
Al prejubilarme, en 2000, el Jefe de Personal de la empresa me recomendó el asesoramiento de un abogado laboralista que, el mismo designo. Este, lo primero que hizo fue pedirme un poder notarial y ante mi desconocimiento del gremio me dio la lista de los notarios ovetenses. Elegí el primero, Abad Álvarez. D
El notario Dolores Abad Álvarez, era en realidad “Ricitos de Oro”, y a partir de aquel día Lola.
Nuestra relación gano un escaño más ya que paso de vernos solo en verano a tomar alguna copa en Oviedo. Hizo la carrera de derecho en Santiago y saco las oposiciones a notarías, debió ser con muy buen número ya que termino ejerciendo en Asturias.

Su “Posado veraniego“ continuo como antes. Hubo un pequeño cambio. Debió conocer algún tatuador experto y ahora lucía sobre su sexo, un tatuaje. La pequeña obra de arte, como decía Toni, se iniciaba nítida para ir difuminándose con el paso del verano y según nos dijo, desaparecer en invierno. Así, cada año nos sorprendería con algo diferente. Y fue cierto.
2020 ha sido un año malo. La pandemia y el mal manejo del problema por los políticos al mando del País ha complicado, no solo el estado sanitario, sino el económico, laboral y humano de la inmensa mayoría de la población.
Entre la cantidad de medidas, higiénicas, más que sanitarias, el control de espacios, la mala información sobre la transmisión y propagación del Covid-19, la cruda realidad es que el verano ni existió ni se disfrutó. Hablando en plata, no fuimos a la playa ni un solo día.
En Julio murió mi madre, no por el virus, tenía más de cien años y, como me paso con la jubilación tuve que enviar un poder notarial a la abogada que, en Madrid, llevaba los asuntos testamentarios de la familia para que fuese ella quien manejase todo el papeleo legal.
Llame a la notaría y me dieron hora. Lola estaba desmejorada. Acostumbrado, como estaba, a verla morena y desnuda, contemplarla ahora blanquecina y vestida, era chocante. Su vitalidad veraniega parecía haberse evaporado, mientras esperábamos a la secretaria con los papeles, empezó hablar, como no, del bichito que nos afligía y del que tantas mentiras nos habían dicho, de cómo se habían enriquecido unos, arruinado otros y muertos muchos más; de cuantos poderes como el mío había firmado. Ella, como yo, pero por otros motivos, tampoco pudo disfrutar de la playa los dos últimos veranos, el sol que le daba la vida recargando sus baterías vitales se había sustituido por el miedo, las mascarillas o los geles hidroalcohólicos. Los abrazos por codazos y el aire libre por el confinamiento.
—Mi depiladora había cerrado, decía Lola, y el especialista en tatuajes salió de Asturias y aún no ha regresado—
—Si vieras, seguía diciendo, lo mal que lo pase estos años sin mi “Posado de verano”, sin la sidra playera de Fran, sin poder viajar, casi sin salir de casa. Estoy hecha una ruina, y no lo digo por el tema económico, del que no puedo quejarme, sino por humano, el físico. Han muerto personas cercanas a mí, otros siguen vivos pero no puedo verlos, las calles están vacías, las tiendas cerradas igual que los bares, los restaurantes, los locales nocturnos. —

—Mira, dijo de repente levantándose y subiéndose el vestido hasta más arriba de la cintura, recuerdas como llevaba el coño, siempre hecho un primor, cuidado al máximo, tal vez en exceso. Ve como está ahora—.
Tras la tanga, de muy reducido tamaño, una mata de pelo púbico, muy negro, luchaba por extenderse hacia el ombligo y las ingles.
—Venga Lola, tranquila, todo pasara. Verás cómo el próximo verano lucirás tu coñito con un diseño que nos sorprenderá a todos—
Salí triste del despecho. Hasta los más risueños había sucumbido y los más osados abandonados al ilógico destino que la pandemia marcaba.
El coño de “Ricitos” sin duda volvería ser el centro neurálgico de la colonia nudista que todos los veranos acampaban por el arenal de Bayas. Yo, por mi parte, al verla pasear por la orilla seguiría prefiriendo más sus magníficas tetas que su decorado chochito.

miércoles, 16 de diciembre de 2020

EL COÑO DE LA PROFESORA DE DANZA

Quienes la conocieron, en su tierna juventud, aseguran que entonces era una niña especial. No tenía diez años y ya se la consideraba la mejor de la academia de danza clásica de Doña Soledad, en la calle Santa Susana de Oviedo. Era quien más se esforzaba, quien estudiaba música en el conservatorio para poder seguir mejor el ritmo y la cadencia de las obras.
Con apenas quince años fue seleccionada bailarina solista en la Gala de Danza del Teatro Filarmónica, merito que conllevaba una beca para seguir los estudios en Londres, en el Centro Estudio 70 de ballet clásico, dirigido por el prestigioso director ruso Sergei Radchenko.
Fueron años duros, tal vez excesivos para una joven asturiana que nunca había salido de su tierra.
Muchas horas de ensayos, un idioma desconocido, un ambiente mundano, abierto y competitivo en el que primaba la técnica como primer peldaño para el éxito, un despegue total y absoluto hacia el cuerpo, al que se amansaban diariamente para que obedeciese la música, para ser el mejor entre los suyos.
Lo importante era flotar en el aire ser como una pluma, la mejor, la más osada, la carente de escrúpulos, de miedos, de pudores.
Apoyados sobre la barra y despojados de cualquier ropa que impidiese los más osados movimientos los alevines de figuras solo pensaban en un futuro éxito en un puesto en un elenco de fama.
Sudaban a mares y la poca ropa se empapaba, muchas veces se eliminaba y casi siempre alguno o alguna terminaban desnudos sobre el parqué del salón.
Así fueron los primeros tiempos, los de formación, especialmente de la mente.

“Studio 70”. Riguroso método de Ballet clásico
Pasada esta prueba se entraba en el aprendizaje de la técnica, en la pureza de las formas, en la formación individualizada con el profesor, que siempre deseaba moldear un cuerpo perfecto, al que había que obedecer ciegamente y soportar cualquier tipo de acción, ocurrencia, tocamiento o agresión que se le antojase. Todo se soportaba ante un futuro éxitoso.

“Studio 70”. Riguroso método de Ballet clásico
Tras dos años en aquel infierno londinense la niñita asturiana termino como una mujer nueva, diferente, que ya no deseaba danzar pero aspiraba a difundir todo cuanto había aprendido. En muy poco tiempo paso de alumna aventajada a excelente profesora de danza, la mejor, la más reconocida, la que monto su propia academia, la más prestigiosa y en la que nunca había plaza si no era tras una muy fuerte recomendación.
Como alumna londinense trajo a su centro el rigor, el estudio, el trabajo y el orden. Como sobria asturiana le unió el puritanismo, el recato y el pudor.
El descontrol en la vestimenta, tan normal en la city, desapareció. El alumnado iba siempre vestido de punta en blanco, el profesorado mantenía un respeto total y absoluto, un distanciamiento prudente, junto a una capacidad docente de alto nivel.
La piel y, como no, el coño de la profesora de danza, no se sabe cómo es. Según las malas lenguas (el 100% de sus alumnas), no la ha visto nadie desnuda desde hace más de treinta años. Es probable que su depiladora lo sepa, en su entorno intimo la consideran una mujer muy limpia, pero también la asocian como alguien peculiar: nunca la han observado con faldas, ni con bikini, ni le han visto las piernas y mucho menos su lindo coñito.
Sin duda lo tiene, pero nadie lo conoce. Nadie sabe nada del coño de la profesora de danza

Los mayores del barrio aun la recuerdan bailando “El lago de los cisnes” las navidades previas a su viaje a Londres. Tras la representación el comentario más extendido entre la colonia masculina fue aquella frase:” ¿Llevaba braguitas debajo del tu-tu?”. Fue aquel baile el inicio de su pudor o lo fue su estancia en el Studio 70. Salvo ella, nadie lo conoce.
Cada tarde, cuando los alumnos abandonan el centro, la profesora se encierra en su despacho y del ultimo cajón de su mesa saca una lámina, el carboncillo de una bailarina vestida únicamente con una faldita, danzando, sola, en el gran salón de prácticas.
Recuerda aun sus quince años y la petición de un pintor, amigo de la entonces directora, quien le rogo que bailase para él.
Empezó vestida con bodi y mayas pero tras más de dos horas bailando, término haciéndolo prácticamente desnuda.
Vilches, así se llamaba el pintor, le hizo un montón de bocetos y cuando regreso, después de ducharse, le regalo uno, el mejor, según él, el más limpio, el con más movimiento.
Poco tiempo después ella salió hacia Inglaterra y el a Nueva York. No volvieron a verse.
Supo que, con el tiempo y apoyado por la Fundación Masaveu, fue uno de los emblemas más carismáticos del arte pictórico asturiano. También se enteró, esta vez por la prensa, que su exposición americana sobre bailarinas de valet, en Estados Unidos, se consideró un éxito absoluto. Toda la obra se vendió ( la mayor parte esta guardada, como no, en el museo de los Masaveu). No supo que el artista acababa de morir víctima de la pandemia que asolaba al planeta.

Solo ella conocía el dibujo. Nunca lo enmarco, ni  lo enseño a nadie. Su cuerpo de quince años surgía desnudo entre los trazos firmes y continuos del artista. Sus senos apenas incipientes, y su sexo púber y sin rasgo de vello eren los rasgos más sobresalientes de aquel su primero y único desnudo. Obra que solo ella admiraba cada día, recordando los años pasados que su memoria se negaba a olvidar.