lunes, 29 de agosto de 2011

EL SPA DEL HOTEL JOVELLANOS

Sin duda fue allí, sobre la blanca arena de la playa de Barayo, viendo como un montón de jovencitas lucían al mundo todos sus atributos y esperando, sin éxito, que el Presidente de la Asociación Naturista de Amigos del Principado de Asturias (ANAPA) se presentase para la reunión mensual del Grupo, como anunciaba en su último correo, cuando llegue a la conclusión que, con un poco de entrenamiento, podría presentarme, con ciertas posibilidades de obtener medalla, a la Gala de Natación Naturista a Celebrarse en Gijón el primer fin de semana de Noviembre.

Nuestro joven amigo, el Presidente, agobiado por la problemática de su próxima paternidad, el montaje del evento, pero sobre todo por intentar convencer al equipo municipal de la bondad de la Gala, ni se presento por la playa, ni respondió a un montón de correos en los que le recriminaba el hecho de agrupar, en una sola categoría, a todos los nadadores mayores de 50 años. A mis 62 estaba en franca inferioridad con rivales 12 años mas jóvenes pero en mi fuero interno pensaba que la competencia sería baja o muy baja y mis posibilidades sino altas, si  considerables. Le escribí para apuntarme en 50 libres, 50 braza y 50 espalda.

A partir de Octubre reinicié mis entrenamientos con el club de toda la vida, pues a mi nivel Master estoy, en Asturias, entre los tres primeros. A finales de mes recibí un correo y una llamada en la que me recordaba que contaban con mi presencia en la Gala deportiva y que si, como todos ellos, iría a las cenas y otras actividades relacionadas con la fiesta. Le prometí ir a las pruebas pero decline al resto; el domingo debía nadar la 1ª Jornada del Campeonato de Asturias.

La Gala, se quiera o no, fue un éxito. En fechas anteriores, determinados medios de comunicación, criticaron la conveniencia de nominar a Gijón como capital del Naturismo Europeo y del apoyo institucional a este tipo de eventos, pero como en tantos casos relacionados con el desnudo, fue más el ruido que las nueces.


El sábado 3 de Noviembre, unos 175 nadadores y 300 asistentes, todos desnuditos como vinieron al mundo, se  agolpaban, junto a los medios de comunicación que no quisieron perderse el espectáculo, en las instalaciones municipales de la piscina del Llano. Más que evento deportivo fue una manifestación seudo reivindicativa. Los Presidentes de las Federaciones naturistas asturiana y española y los de la francesa, alemana e inglesa, estaban más pendientes de salir en los medios que de la actuación de sus nadadores.  Las pruebas que, en condiciones normales, se habrían concluido en menos de dos horas, se alargaron a más de seis. Hubo que esperar la llegada de Telecinco y Antena 3, las grandes cadenas nacionales que cubrían el acto e informaban de él al resto de los españolitos. Todos, en el recinto deportivo, cámaras,  comentaristas y fotógrafos iban desnudos. Lo único que uno de ellos comento fue el porque los nadadores llevaban gorro habiendo en su cuerpo otras zonas con mas abundantes matas pilosas. Fue una fiesta. Yo gane tres medallas de plata y confraternice con dos jueces, conocidos de otras competiciones. Como excepción a la regla general, los cronometradores iban rigurosamente vestidos, aunque mis amigos, un hombre y dos mujeres me pidieron la dirección de la Asociación con la idea de participar en otras actividades, eso si, ya desnuditos.

El rebufo informativo fue breve. Siete días más tarde nadie se acordaba ni de los nadadores en pelota ni de nada. El Presidente lucía henchido de placer. La Delegación Española  había conseguido más de 25 medallas, en comparación de las 2 obtenidas en Alemania y los participantes internacionales le cursaron cientos de mensajes de felicitación. La próxima Gala se celebraría en Francia y todos estábamos invitados.

Nuestro Presidente, tan apocadito como parecía, logró, nadie sabe como, poner de su parte al Ayuntamiento, congraciarse con los medios de comunicación y evitar que la actividad dejarse de verse como algo feo y desagradable para pasar a ser normal y bonita. Hizo más. Entre sus gestiones exitosas la mas alabada fue la de conseguir que el Hotel Jovellanos, recién inaugurado,  funcionase durante esos días como estancia naturista, pudiendo, los socios de la agrupación, hacer uso de las instalaciones de relax, sin utilizar en ellas el correspondiente bañador. Como contrapartida a la promoción turística efectuada, la responsable de relaciones públicas,  ofreció a ANAPA, la posibilidad de usar el SPA del hotel la tarde de un domingo de cada mes y a precios reducidos.

La inauguración de la nueva actividad debía ser un éxito de asistencia, pues en función de ello era más que probable que el hotel ampliase tanto el horario como el número de días. En ello se centro nuestro Presidente, con tal  esmero y dedicación, que a veces pensé que no tenía otra cosa que hacer. Llamadas telefónicas, correos, compromisos, ruegos. Al final cerca de 20 socios confirmamos su presencia. Una autentica muchedumbre conociendo el comportamiento del personal.

La revolución ciudadana condiciona que muchos de sus servicios, bien por motivos económicos, por desgravaciones fiscales o por espacio y comodidad,  se desplacen hacia los polígonos industriales que, a modo  de cinturón de castidad, las circunvalan. El Hotel Jovellanos se ubica en el polígono de Porciello  y pese haber salido de Oviedo con tiempo mas que suficiente, entre la lluvia, la escasa iluminación y la nula información, llegamos a el, como otros muchos, media hora después de la fijada.

Sobre el espacioso salón de entrada fuimos agrupándonos, no tanto por un conocimiento previo, sino por puro azar o mejor dicho un puro instinto de pareja. Quienes íbamos acompañados  formamos un núcleo compacto y los independientes pululaban, como perdidos, tras el Presidente, incapaz de presentarnos a todos y lo que es peor, que luego, recordásemos cada uno de los nombres.

Las mujeres se lo montan mejor. Mª Teresa, Elvira, Luisa, Montserrat y Rosa tomaron a sus respectivos hombres, Octavio, Félix, Ángel, Rubén y yo y sin encomendarse a nadie se dirigieron al SPA. El resto siguió perdido a la espera que alguien tomara una decisión coherente.

El encargado, un tipo argentino excesivamente amanerado y pulcro, se empeño en darnos unas ideas generales sobre la utilización de los servicios, pero al igual que nos pasaba a nosotros, se vio avasallado por el empuje femenino. Nada de vestuarios separados, cada pareja  utilizaría el que quisiera y, por supuesto, todas eran expertas y no necesitaban lecciones de nadie, lo que quería decir que cada una haría lo que le diera la gana.

Mientras el Gaucho de la Pampa lidiaba con el segundo grupo, mas ordenado y modoso, Octavio, Teresa, Rosa y yo fuimos al vestuario de caballeros y el resto al de señoras. Sin duda la parejita que nos toco en suerte, era novel en lo del nudismo, mas ella que el. La situación se torno realmente curiosas, sobre todo ante un dúo malintencionado como el nuestro. Rosa esperaba, en pelotilla picada, mientras yo, con una parsimonia,  muy fuera de lo normal, ordenaba mis enseres en la taquilla. Teresa y Octavio seguían en ropa interior esperando, craso error, que saliéramos y quedarse solos.  Al final se decidió  ella y con muy mala cara se despojo de la braguita y el sujetador. Pensé, para mí, que seria la última vez que pisasen estas instalaciones, y acerté.

No fuimos, lógicamente los primeros. En la piscina hidrotermal el resto de parejas jugaba bien con los chorros de agua  bien con los surtidores de burbujas. Hacia allí fueron los tres mientras yo me enclaustraba en el baño turco, más que nada para sudar las copas del día anterior.

Cuando salí el número se usuarios se había duplicado y como sucedió a la entrada los independientes vagaban perdidos en la piscina y los emparejados se agolpaban en el jacuzzi, Teresa y Octavio, medio tapados, descansaban en la zona de relax y Rosa  con Luisa y Ángel, a quien conocía de alguno de sus múltiple trabajos, estaban en la sauna, hacia donde me dirigí para seguir  eliminando alcohol.

La tarde transcurrió muy deprisa. Como si todo el mundo estuviese de acuerdo en un momento determinado, primero las mujeres, por aquello de secarse el pelo, y luego los caballeros, nos encontramos de nuevo en el vestuario. Ahora ya hablaron o mejor dicho, fue el quien dijo ser de Oviedo y haberse hecho de ANAPA como consecuencia de la Gala. Ella, toda desnudita, se mantuvo en silencio. Nos volveremos a ver dijo Rosa al despedirse. En mi interior pensé todo lo contrario.

Segundo mes y primer domingo. Solo un breve correo recordatorio pues sin duda el Presidente había evaluado el éxito anterior y estaba seguro que la inmensa mayoría repetiríamos. Como bien deduje, todas las parejas, excepto Teresa y Octavio volvimos a compartir vestuario, ahora con menos intimidad y más confianza. Sin una razón lógica los hombres nos decantamos por la piscina y las mujeres por el jacuzzi. Fui pasando de unos chorros a otros, de una explosión de burbujas, a una serie de lancetas que masajeaban toda la extensión de isquiotibiales y gemelos, al final me aposente  sobre un surtidor dirigido a los riñones, siempre y cuando se mantuviera una posición horizontal bajo el agua. Flotaba sobre una columna liquida que me envolvía desde los glúteos a las cervicales. Estaba solo en el baño y por puro relax, cerré los ojos y me adormile.

.- Perdona oí decir a alguien que, de forma involuntaria,  tropezó con mis piernas

Abrí los ojos y vía Luisa, a escasos centímetros de mi, bajo un potente chorro vertical.

.- Tranquila, dije, no pasa nada.

Los cerré de nuevo e intente visualizar el roce. Fue la mano, la cintura o los pechos contra lo que percutí. Fue accidental o premeditado. Se repetiría o Luisa se desplazaría a otra zona de la tina. Tarde poco en aclarar mis dudas. De nuevo su cuerpo, una de sus tetitas para ser exacto, percutió contra mi muslo, y por raro que parezca, no se separo sino que pareció apoyarse. Baje las piernas y contemple su rostro bañado por decenas de hilos de agua. Daba la impresión que las aproximaciones fueron voluntarias, mas aun, que estaba encantada con ellas. Al fondo sobre una especie de cama hidrotermal Rosa y Ángel mantenían una animada conversación mientras el resto de los asistentes se habían volatilizado. Alegando  un repentino exceso de calor salí del agua no se si intrigado, asombrado o feliz. Volvimos a vernos en la sauna, donde contemplé su coñito, perfectamente depilado,  sus glúteos, redondos y duros,  su cara de niña cándida, de las que nunca ha roto un plato.

En el viaje de regreso Rosa me comento, que como a mi, también Ángel se rozo con ella aunque no supo concretar  quien tomo la iniciativa pues la fuerza del agua  y lo resbaladizo del suelo forzaban a menudo a ese tipo de contactos. Quedo todo como una anécdota  sin más y nos olvidamos.

Un nuevo mes y un nuevo primer domingo. No hubo ni llamadas ni correos, pero todos sabíamos que entre las seis y las siete nos encontraríamos en el SPA.

Mientras cubría los 26 Km. que separan Oviedo y Gijón iba analizando las reacciones que afectan a las parejas, mucho mas cuando ambas están desnudas. En cualquier playa nudista no es extraño comprobar la desaparición absoluta del pudor. En general la hembra se enseñorea  mostrando a su macho y este hace lo mismo. Van por la orilla cogidos de la mano, se besan, se acarician. Luego, bajo las sombrillas  se embadurna de crema creando un espectáculo próximo al  pornográfico. Es normal que el le sobe las tetas, le magree el culito o pierda sus dedos en su coño. Ella nunca se corta. Cuando le toca el turno el varón siente sus partes mas intimas masajeadas. Su polla es fricciona con vigor y su ano se opaca bajo una potente capa de aceite antisolar. Tenía claro que la convivencia, sin ropa, derriba un montón de tabúes y hace que cualquier trasgresión, que en otro contexto seria tachada de obscena, aquí se considere, sino normal, si aceptable. Pensaba en todo esto recordando el desparpajo de Luisa, su cara angelical, su coño simétricamente afeitado y su inocencia al restregarse contra mis piernas.

Llegamos los primeros. Tras felicitar el año a las recepcionistas nos dirigimos a la piscina. Durante unos 15 minutos imagine que, como alguna vez nos ocurrió en el Balneario de León, estaríamos solos. No fue así. Con un lento goteo fueron apareciendo el resto de asociados. El presidente, un fotógrafo amigo,  el informático y la mexicana, y por fin ellos. Luisa y Ángel achacaron su retraso a lo complicado del tráfico y la persistente lluvia.

Rosa, la pareja de Aviles y yo estábamos en jacuzzi. Desde allí vi como se perdían en la sauna. Sentí una pequeña decepción al haber idealizado una serie de juegos eróticos solo creados por mi mente. Salí y con el recuerdo de Luisa, me zambullí en la piscina y nade hasta el mismo sitio que la vez anterior.

No la oí llegar. Casi de repente unas manos, las suyas, empezaron a serpentear por mis piernas. Abrí los ojos y vi los suyos cerrados. El juego de impredecibles consecuencias, acababa de empezar. Al amparo del agua fui recorriendo su cuerpo con mis pies. Tan pronto se enlazaban con los pezones como se hundían  en su vagina. Sus dedos se enroscaron en mi pene que automáticamente empezó a tomar  largura y grosor. Bajo aquellas aguas burbujeantes la sexualidad campaba a sus anchas. Vi, sobre la cama del fondo, como Rosa y Ángel disfrutaban de sus cuerpos, ignorando a quienes, ajenos a sus enredos, los observaban.

No aguante mas y salí. Fui directo a la pileta de enfriamiento hundiéndome en sus aguas heladas. No entendía como dos parejas, casi desconocidas, podían establecer ese cortejo sexual sin que nada ni nadie los ruborizarse.

Me reencontré con ella en el área de descanso y sin mediar palabra me arrastró hasta el jacuzzi.

.-Vamos, nos están esperando, dijo como si todo estuviese premeditadamente pactado.

Azar, suerte, llamase como se quiera pero en el ovalo solo estábamos Rosa, Ángel y nosotros dos. Unos enfrente de los otros. El agua nos envolvió de nuevo bajo un manto de burbujas evitando que ni nosotros ni quienes nos rodeaban viera lo que producía en el interior.

Fue, por parejas, una fiesta de sexo. Luisa se dedicaba a recorrer mi cuerpo a excitarme, a masturbarme. Yo le pellizcaba los pechos, le acariciaba el clítoris, mezclaba los jugos de su vagina  con el agua templada. Oí sus jadeos de placer mientras el cuerpo vibraba bajo una cascada de orgasmos. Luego se centro en mi pene  hasta que exploto en un torrente de semen que, sin duda, se difumino en el agua. Nuestros compañeros no debieron dejarnos atrás, pues cuando los mire estaban exhaustos, sudorosos, relajados. Casi sin mediar palabra nos dirigimos a los vestuarios, nosotros al de caballeros y ellos al de señoras.

La vuelta fue silenciosa, sin duda pensábamos el  lo ocurrido, en el ambiente propicio al desenfreno, en la oscuridad del agua, en el conocimiento mutuo de nuestros actos, en todo lo vivido y sentido, en lo excitante del desnudo y en la carencia de pudor que ello conllevaba.

.- Donde viven, me pregunto Rosa.

.- No lo se, pero seguro que el próximo mes se lo preguntamos.



viernes, 19 de agosto de 2011

NUEVAS AMISTADES

Sudaba. Brillante y empapado mis dedos parecían pequeños grifos, mal cerrados, que constantemente goteaban. Cada cierto tiempo dejaba el baño turco y me refrescaba bajo un potente chorro de agua. A ratos observaba, tras la puerta acristalada, si alguien entraba en el balneario, pero solo las encargadas del servicio de toallas surgían entre el vapor, bien para ofrecerme una seca, o para indicarme que habían transcurrido 15 minutos y era conveniente que saliera.

Hacía cuatro meses que todos los segundos domingos de mes Rosa y yo nos desplazábamos a León  para utilizar los servicios de su balneario termal habilitado, esos días, como centro naturista. Me costo muchas llamadas telefónicas  y dos viajes a Gijón, el incluirme en la Asociación  Naturista de Amigos del Principado de Asturias (ANAPA), pagar la cuota anual correspondiente y rellenar un montón de formularios. Conocí a su presidente y, mientras tomábamos café, me enumeró las múltiples ventajas del grupo y la camaradería con la que los socios se reunían en León, al haber conseguido que su SPA fuera, un día al mes, de uso exclusivamente naturista.


Todo cuanto me desgranó debió ser una ilusión mental ya que tras mis cuatro incursiones, en la primera solo había otra pareja que se esfumo casi de inmediato, en la segunda y en la cuarta, nadie y en la tercera un señor que al aparecer nosotros salió a darse un masaje. Esta escasa participación tenía, en su favor, el que Rosa pudiera disfrutar todo el tiempo de la piscina hidrotermal y yo poder encerrarme en la sauna sin ningún tipo de agobio. Eso y que el servicio se desviviera porque nada nos faltara.

Un  Hola mi amol, como estás” rompió mi ensoñación. Me senté en la bancada y antes de contestar al saludo contemple a las dos mujeres que acababan de aparecer. Rodeadas de una nube blanca, tan desnudas como vinieron al mundo aunque algo mas creciditas, una morena y una pelirroja me miraban sonriendo. Soy Kristal y ella mi amiga Merce” dijo alguien sin duda dominicana, no tanto por el color de su piel sino por el inconfundible “Amol” mientras se sentaba a mi lado. “Nuestras parejas quedaron con Rosa en la piscina” continuo como si nos conociéramos de toda la vida y “Tu debes de ser José Luís, que siempre me escribes contándome que nunca ves por aquí ningún miembro de la Asociación. Lo soltó de corrido sin que  pudiera articular palabra ni despegar los ojos de la negra aureola de sus pezones y la espesa mata de pelo que cubría su pubis. Seguía hablando y hablando. Yo la escuchaba, la miraba y me olvidaba por completo de su acompañante que, en compensación, apenas si tenía tetitas y lucia el sexo totalmente rasurado. “Es una dicha que por fin nos conozcamos y que nuestro grupo se agrandeme decía a la par que su piel se perlaba de sudor  y la amiga abandonaba la sauna para darse una refrescante ducha fría.

De tal guisa nos conocimos: desnudos en un baño turco, y así empezamos a intimar. Antes de dirigirnos a la piscina ya sabía parte de su vida de su llegada a España, de su labor como coordinadora, secretaria y relaciones públicas de la Asociación, pero lo más importante de su deseo de conocernos. En el agua hizo las presentaciones correspondientes. José Miguel, su marido, Pedro, el de su amiga Merce. Agrupados en semicírculo nos dedicamos, por un tiempo, a gozar de los beneficios del SPA. El ruido del agua se imponía al cotilleo de Kristal pudiendo dedicarme por entero a la contemplación de los cuerpos de las tres mujeres. Rosa, exuberante de carnes, con apenas cuatro pelitos sobre su sexo, Merce lisa como una tabla y con su rajita al aire, Kristal, con la mata de pelo púbico ensortijada, las tetitas respingonas y los pezones negros, ahora duros como rocas. Todas eran una alegría para mi vista. Rosa y José Miguel salieron perdiéndose en la sauna finlandesa, Merce y Pedro entraron en el área de descanso y quedé solo con ella incomprensiblemente pegada a mí. Íbamos de un lugar a otro. El agua nos masajeaba la espalda, los riñones, las piernas. Los potentes chorros verticales nos activaban el cuello, la cabeza. Sobre las camas de agua sentí el  cosquilleo constante desde los pies a las orejas, pero siempre, al margen de estas sensaciones, la notaba muy cerca, rozándome ahora una mano, mas tarde un brazo, el pie, la rodilla siempre bajo la impunidad de cientos de burbujas. Todo se enmarcaba dentro de una camaradería exenta de pudor y de malicia. A veces hablábamos pero por lo general el  silencio nos acompaño en todo el recorrido. Al final nos reunimos todos en el área de relax. Rosa explicaba sus habilidades en la lectura del Tarot, su experiencia como masajista, lo aprendido en el curso de Técnicas Para sanitarias,  efectuado por ambos el año anterior. Describió, a continuación, y con todo tipo de detalles, el ático de la casa con su pequeña sauna y la camilla para masajes. En apenas dos horas la desnudez de nuestros cuerpos consiguió que intimásemos al máximo.

Ellos regresaron a Gijón en coche y nosotros en autocar a Oviedo. Las lógicas despedidas dieron paso a los consabidos “Hasta pronto” y  Haber cuando nos dais un masaje”. Fue un bonito domingo diferente aquellos en los que deambulábamos solos por las diferentes instalaciones.

Siempre mi ofrecimiento, en este caso el nuestro, de dar masajes y utilizar la sauna, era algo que  caía en saco roto. “Si, iremos” nos decían, pero nuca nadie respondió ni vino. Me sorprendió, por ello, que Rosa quisiera  utilizar el ático pues José Miguel la llamó para que le diera  un masaje. Les explique el encendido y apagado de la sauna y los deje solos. Si duda debió ser una experiencia agradable pues Kristal se comunicó conmigo al día siguiente. Quería, como José Miguel, recibir un masaje y probar la sauna.

Adecue las piedras y las hojas de eucalipto sobre el calderil  de vapor, prepare la camilla, seleccione los aceites, apile las toallas y espere que llegara. Como buena dominicana se demoro mucho más de la cuenta y cuando creí que no aparecería, llamó para anunciarme que aun se retrasaría un ratito más, pero que vendría.

Subimos al ático y en el se maravillo de los cuadros, muchos caribeños, del ambiente, del calorcito de la sauna, de la música. Todo le encantó.

“Cuando empezamos” dijo desprendiéndose de la chaqueta, las medias y los zapatos.  “Túmbate”  indique mientras me enfundaba en la bata blanca que utilizo en esos menesteres. Normalmente las pacientes se suelen desnudar de cintura hacia arriba quedándose en sujetador, pero Kristal era diferente, o muy diferente. En un abrir y cerrar de ojos se desnudo por completo, se sentó en la camilla y preguntó “Como me pongo”. “Boca abajo” susurre un poco cohibido. Utilizo una toalla para cubrir la parte inferior del cuerpo del paciente pero en esta ocasión el calor reinante y su desparpajo hizo que la obviase. Se acostó dejando ante mi vista la espalda, los glúteos, duros y redondos, las piernas, la hendidura de su culito. Era una estampa que, al principio, me hizo flaquear, pero que logre superar  y dedicarme, como buen profesional, a darle el mejor de los masajes. Intenté, sin éxito, seguir las instrucciones del manual pero casi de inmediato me di cuenta que en mis manos se mezclaban los movimientos terapéuticos y los  sensitivos. Friccionaba poco, lo del pulponudillar era apenas un roce, los amasamientos eran caricias, los palmoteos suaves y acariciadores, mis dedos no se centraban músculo por músculo sino que discurrían desde el cuello a los pies bajando por la espalda, rozando  apenas los glúteos, presionando los isquiotibiales y enroscándose en los suyos. Tenía su cuerpo ante mí y, de forma erótica, iba sobándolo, acariciándolo, relajándolo, excitándolo. Mis yemas viajaban por su columna y morían en el coxis, deteniéndose, apenas, en la rajita de los glúteos, o cosquilleando el interior de los muslos. Así una y otra vez sintiendo como se abandonaba, como se le erizaba el vello, como entreabría las piernas dando vía libre a mis aproximaciones. “Date la vuelta” le susurre al oído acompañando la orden con un leve cachete en su culito. “Un poco mas por delante y terminamos”. Sus pezones y la negrura del sexo hizo que desistiera de entrar en campos, sino peligrosos, si prohibidos y, alegando una excesiva temperatura exterior, propuse, sin mas, entrar en la sauna. Ni lo dudo. Bajo de la camilla, abrió la puerta y se perdió en una nube de vapor. Era feliz. La proximidad de su cuerpo provocaba que mi estomago fuera una jaula de grillos en ebullición. Hablamos, o más bien, ella lo hacía. De vez en cuando se apoyaba en mi hombro o me limpiaba la espalda. En un momento de lucidez creí conveniente ducharnos y finalizar le sesión. Fue un alivio. Tal como estábamos no se como hubiésemos terminado. Por “dicha”, no pasamos a mayores. Era tarde y debía retirarse. “Te llamo por teléfono y quedamos para cenar el sábado” fue su despedida antes de salir para Gijón. Su adiós lo recuerdo francamente mal ya que por entonces intentaba bajar mi temperatura corporal a base de un gin-tonic muy cargado.

A Kristal lo de las relaciones públicas debía dársele de miedo. No pasaron dos días cuando llamó para decirme que había contactado con Rosa y los cuatro cenaríamos el sábado en casa. Yo prepararía cualquier cosa y ellos aportarían un sabrosísimo ron dominicano.

Rosa disfrutaba. No se como fue su sesión de masaje con José Miguel, pero lo de cenar todos juntos le pareció divino. Como buen anfitrión  debía preparar la comida, ordenar la casa, disponer las bebidas: ginebra para mi, Lambrusco tinto para Rosa, coca colas y limas para los cubalibres de Kristal así como mucho hielo en previsión de lo que pudiera surgir.

Nunca, en los años que llevaba en Oviedo había tenido una cena en casa con otra pareja. Llegaron amigos, grupos de pintores, compañeros de estudios, pero una celebración como la que se avecinaba, jamás. Después de ver la casa nos servimos una copa, charlamos sobre la Asociación, sobre las playas naturistas asturianas, sobre el futuro campeonato nudista de natación a celebrarse en noviembre en Gijón, sobre el SPA de León sobre el trabajo de Rosa con el Tarot y la afición de José Miguel por lo mismo. Cenamos sin cambiar nuestros hábitos alcohólicos, oímos música, recogimos los platos y la cocina y nos servimos la última.

Era una noche especial y en vez de quedarnos donde estábamos pasamos al salón, esa estancia decimonónica que apenas se usaba. Nos repanchingamos en el sofá, pusimos el Hilo Musical bajito y seguimos charlando.

Tenía que ser Kristal quien rompiera el encuentro, o mejor dicho, quien abriera la noche a lo imprevisto, a lo original y ligeramente erótico, a lo políticamente incorrecto.

“Chicos, hagamos algo”
“José Luís, tienes por ahí una baraja”
“Venga, vamos a jugar una partidita de streptease-póker, seguro que nos divertimos”

Fueron más que ideas órdenes. En menos de 10 minutos estábamos los cuatro sentados en la mesa circular con las cartas en la mano  esperando que nuestra organizadora  indicase como continuar.

“Chicos, todos debemos vestir el mismo número de prendas, ocho en total. Los hombres: zapatos, calcetines, cinturón, camisa, pantalón y calzoncillo, y las mujeres: zapatos, medias, camisa, falda, sujetador y bragas. Cada mano perdida nos despojamos de una, en el orden indicado y al quedar totalmente desnudos  abandonamos la partida”.

Estuvimos de acuerdo, rellenamos los vasos y empezamos.  Rosa no sabía jugar, yo, un poco, José Miguel, algo, y Kristal era una experta. Pero en el juego, y más en el propuesto, el azar era quien mandaba.

A pesar de que todos nos habíamos visto desnudos el hecho de llegar a ese punto lentamente y al compás del destino de las cartas, era algo que no dejaba de tener un morbo especial. Por no existir dinero sobre la mesa Kristal propuso ser ella quien repartiera siempre dando las cartas boca arriba y perdiendo la jugada menor.

Empecé mal. A la quinta ronda no tenía ni zapatos ni calcetines ni cinturón. Luego fui mejorando, algo bastante lógico, pasando a perder ropa el resto de participantes. En la jugada 20 me mantenía con camisa y calzoncillos, Rosa con camisa, sujetador y bragas, José Miguel con pantalones, camisa y calzoncillos y Kristal únicamente había perdido cuatro prendas. En la 25 yo seguía igual, Rosa y Kristal en bragas y sujetador y José Miguel en calzoncillos. Lentamente el juego llegaba al final. Perdí prenda, Kristal se despojo del sujetador quedando sus tetitas al aire, José Miguel ya totalmente desnudo abandono. En las siguientes manos Rosa terminó desnudita y lo acompañó en el sofá. Perdí yo. Kristal resulto ganadora, pero en un rasgo de compañerismo se despojo de su mini tanga y se sentó con nosotros. Estábamos desnudos, contentos y ligeramente ebrios.

Rosa se amártelo conmigo y Kristal se volcó sobre su pareja comiéndoselo a besos. Baje la luz, casi por inercia los cuatro nos pusimos a bailar  al compás de la música melodiosa que a esas horas de la noche emitía el Hilo Musical. Al menos yo estaba cerca del cielo. Acariciaba su espalda, jugueteaba con su culito, con sus tetas. Mientras su mano envolvía mi sexo y nuestras lenguas se enroscaban como serpientes. Nuestros amigos, por lo que fugazmente veía, hacían lo mismo. Los cuatro nos encontrábamos en un estado de máximo erotismo en el que todo podía ser imaginado y tal vez realizado. Deje de mirar, de pensar  y deje que mi cuerpo sintiera, viviera.

“Chicos, cambio de pareja”. De nuevo la voz autoritaria de Kristal  rompió el encanto. Sin tiempo a reaccionar se interpuso entre nosotros pasando de tener contra mi pecho los mullidos senos de Rosa a sentir los duros pezones de Kristal, mientras mi pareja se perdía, entre los brazos de José Miguel, en el rincón mas oscuro del salón.

De entrada me corté. Una cosa era bailar en porretas con Rosa y otra muy diferente hacerlo con Kristal a quien casi no conocía. A ella parecía no importarle. Se pegaba como una lapa. Sus pechos se fundieron con mis costillas y una de sus piernas se acopló entre las mías. Era como si bailáramos el más “requemado” de los merengues. Su mejilla en la mía, su lengua en la comisura de mis labios, sus manos descendiendo por la espalda hasta acoplarse sobre los glúteos. Ahí me perdí. Bueno, mejor dicho, empecé hacer lo que ella inició y lo que, pese a la escasa luz reinante, estaban haciendo Rosa y José Miguel. La lujuria de la noche hacía su aparición  sin que nadie la hubiese invitado.

Pase de la complacencia al ataque, al descubrimiento del cuerpo moreno, calido y fibroso que se me ofrecía. Me deleite con su espalda, con su culito abierto a la curiosidad de mis caricias, bese sus pechos, relamí los pezones, baje hasta la oscura sombra que cubría su coñito hoy, por cierto, mas escasa y perfectamente recortada que otras veces. Me empape de su humedad, sentí la invitación a que mis dedos, ávidos de emociones,  se perdieran en su interior. Oí quejidos de placer, de abandono, de permisión a cuanto le hacía. Su ataque inicial dejaba paso a mi iniciativa  y admitía, gozosa, todos mis atrevimientos.

La música, la escasísima luz y la peligrosa situación lograron que mi mente, embotada por el alcohol y la novedad, despertara de golpe. Que fuera consciente  de lo que ejecutábamos. Que se centrara en Rosa y José Miguel dedicados a su placer, al disfrute de sus cuerpos. El la tumbó sobre el sofá y su lengua degusto su boca, sus senos, su cintura, su sexo. Rosa presionaba su polla, la friccionaba, se la acercaba a los labios, se la comía como un enorme pirulí. Caí sobre Kristal y continué con lo mío.

El salón olía a sexo y los gemidos de placer se entremezclaban con la música de fondo. No aguantaba más. Deseaba poseerla y ese afán desmesurado hizo que se rompiera el encanto del momento. Me levante de golpe, junte de nuevo a Kristal y José Miguel, los acompañe a uno de los dormitorios del fondo  mientras Rosa y yo íbamos al nuestro.

Tenía el sexo humadísimo. Me montó e inició una cabalgada divina corriéndose una y otra vez mientras recordaba todo lo vivido, lo tantas veces imaginado, lo que siempre nos excitaba al máximo. Nos dormimos exhaustos, desnudos, pero eso si, muy felices.

Me levante temprano. Compre bollos para desayunar, arregle la casa y espere que fueran apareciendo. Primero Rosa, luego Kristal y finalmente José Miguel. Habían pasado por la ducha y se mostraban frescos y hablantines, como si la noche anterior no hubiese existido o como si lo entonces vivido fuera de lo más natural del mundo. Kristal volvió a tomar la palabra y alabó la casa, el gabinete de masaje, nuestra hospitalidad. Nos invitó a Gijón, programó el próximo viaje a León e hizo planes para visitar, en verano, las playas asturianas. Entre besos y abrazos se despidieron

Regresamos a la cama a continuar la batalla sexual inacabada. Con mi sexo en su coñito enumeramos cada una de nuestras hazañas nocturnas. Rosa se excitó al recordar como fue tocada, acariciada, penetrada. Como masturbó a su pareja con las manos y la boca. Como se corrió este entre sus pechitos. Con solo pensarlo una cascada de orgasmos  le recorrieron su cuerpo. Se durmió idealizando aquella bonita reunión con nuestros nuevos  amigos que empezó como un juego de cartas y terminó como  desvarío sexual. Soñó con todo eso y más, con todo lo que a partir de ahora podríamos experimentar, vivir, gozar, sentir.


sábado, 13 de agosto de 2011

EL COLCHON

 Porque no le haría caso. Casi tres años diciéndome lo mismo, no desde el primer día pero si en cuanto tuvo un poco de confianza y empezó a pasar los fines de semana en casa: “José Luís, este colchón esta hecho un desastre, deberíamos comprar otro nuevo “, comentaba tras nuestra cotidiana ración de sexo. Yo daba largas  a la idea

Cada dos o tres meses visitábamos algún gran almacén  y perdíamos varias horas viendo todo lo novedoso de la sección “Dormitorios”, pero bien los modelos no nos gustaban o, lo más normal, yo posponía la compra alegando cualquier problemilla.

Soy un divorciado que dentro de dos semanas cumpliré 63 y desde hace siete, pertenezco al glorioso grupo de los prejubilados, o lo que es lo mismo, ni debo trabajar ni alejarme de la ciudad en que vivo pues así lo ordena la reglamentación laboral de mi antigua empresa. Hasta hace dos años vivía, comía y dormía solo, leía mucho, hacía ejercicio, salía con mis amigos, tomábamos, diariamente, unas ginebras con tónica, discutíamos de fútbol, política o mujeres y por la noche me acurrucaba en esa cama grande, casi tan veterana como yo, incluida, como otras muchas cosas, en la casa que vivo, me hundía en su parte central, muy deteriorada por el uso y allí dormía el sueño de los justos.

Todo hasta un  16 de Octubre en que, para celebrar la finalización de un curso de masaje en el que me había apuntado,  caí en los brazos de Rosa y como conclusión, sobre los muelles de la vetusta cama. 

El primer lance, fue desastroso. Las muchas copas, la novedad de la acción, ya casi olvidada, la agresividad de la dama y la poca consistencia del lecho, condicionaron un fallo estrepitoso, pero eso no impidió su loca idea inicial de repetirlo. Por la mañana mejoré, y por la tarde casi regrese a mis mejores días.

De aquella extraña noche surgió un amor desigual, ella con 38 años y yo, como dije, con muchos mas, una pasión desenfrenada guiada por nuestra sexualidad desbordante y el deseo de poseernos en cualquier momento y a toda hora del día.

En mis tiempos juveniles no había sitio que no fuera bueno para un revolcón aceptable, pero con los años, aunque no perdí el deseo si mejoré en comodidad Podía ser  el sofá, la alfombra del salón, o la tumbona de la terraza, pero la cama, y sobre todo la mía, modelo extra grande, no tenía rival. Bueno  tenía el inconvenientes de estar desfondada y el engorro que ello condicionaba, por estar los listeros laterales algo más elevados que el colchón solíamos golpearnos, al salir,  las rodillas,  los brazos, o la espalda.
   
   
.- José Luís, deberíamos comprar uno nuevo.

Cada trimestre la misma cantinela  e idéntico  recorrido por las diferentes tiendas especializadas. Que si es muy duro, o muy blando, que si es de látex  o de muelles o mixto, que porque no lo dejamos para la primavera, o el otoño, o las rebajas. Nunca estábamos de acuerdo. Un mal día se planto.
      
 .- José Luís me dijo, o lo compramos ya o no vuelvo a dormir contigo  en esta porquería.

Era un ultimátum serio. El fin de semana salimos y a las 10, cuando el Corte Ingles abría sus puertas, en vez de, como siempre, ir al departamento de libros, fuimos al de colchones, yo, de mal humor, ella, pletórica. Se puso más cuando el dependiente resulto ser un antiguo amigo suyo.

Perdí la cuenta de cuantos vimos, de sus ventajas, sus cualidades, sus precios. Su solicito amigo allanaba cualquier pequeño problema. Que ellos mismos se harían cargo del antiguo, que en menos de dos semanas lo tendríamos en casa, que podríamos pagarlo en cómodos plazos y sin recargo, que era una suerte haberla visto de nuevo después de tantos años, que.... O sea, que lo compre.

Había que celebrarlo, primero con una excelente comida y luego con una digna despedida sobre aquel que, tantas veces había resistido el envite de nuestro desafuero sexual.

Aterrizamos sobre su maltrecha estructura como llegamos al mundo e iniciamos un ritual erótico de lo más salvaje y agresivo. Que si yo sobre ella, que si ella sobre mi, que si yo por detrás. Lo que más le gustaba era cabalgarme, llegando, en ciertas noches de pasión, a desplazar medio metro la cama de la pared cabecera. Ese día estaba violenta. Los riñones empujaban su cuerpo sobre el mío y los pechos se balanceaban ante mis ojos,  estábamos  al borde del orgasmo.

No llegamos. Cuando ella dio un chillido de placer,  yo lance otro de dolor. Uno de los innumerables muelles tuvo a bien romperse en aquel momento, atravesó la parte superior  y se clavó sobre mi glúteo derecho. A  parte de la caída en picado de mi sexo  lo peor fue una mancha rojiza y viscosa que lentamente fue extendiéndose y penetrando sobre el querido colchón, certificando así  su ya real defunción.

Me llevaron, desnudo y ensangrentado, al Hospital Central donde, entre risas y  bromas del personal femenino,   tuve que explicar  la curiosidad de la herida,  sufrir una dolorosa intervención de limpieza y cosido, pero lo peor, enterarme, por terceros,  que Rosa me había dejado por el dependiente, antiguo amigo suyo, o mas.

Estoy otra vez solo, tengo una fea  cicatriz en el culo, y  lo más importante,  en mi dormitorio hay ya, por fin,  un colcho nuevo.