sábado, 13 de agosto de 2011

EL COLCHON

 Porque no le haría caso. Casi tres años diciéndome lo mismo, no desde el primer día pero si en cuanto tuvo un poco de confianza y empezó a pasar los fines de semana en casa: “José Luís, este colchón esta hecho un desastre, deberíamos comprar otro nuevo “, comentaba tras nuestra cotidiana ración de sexo. Yo daba largas  a la idea

Cada dos o tres meses visitábamos algún gran almacén  y perdíamos varias horas viendo todo lo novedoso de la sección “Dormitorios”, pero bien los modelos no nos gustaban o, lo más normal, yo posponía la compra alegando cualquier problemilla.

Soy un divorciado que dentro de dos semanas cumpliré 63 y desde hace siete, pertenezco al glorioso grupo de los prejubilados, o lo que es lo mismo, ni debo trabajar ni alejarme de la ciudad en que vivo pues así lo ordena la reglamentación laboral de mi antigua empresa. Hasta hace dos años vivía, comía y dormía solo, leía mucho, hacía ejercicio, salía con mis amigos, tomábamos, diariamente, unas ginebras con tónica, discutíamos de fútbol, política o mujeres y por la noche me acurrucaba en esa cama grande, casi tan veterana como yo, incluida, como otras muchas cosas, en la casa que vivo, me hundía en su parte central, muy deteriorada por el uso y allí dormía el sueño de los justos.

Todo hasta un  16 de Octubre en que, para celebrar la finalización de un curso de masaje en el que me había apuntado,  caí en los brazos de Rosa y como conclusión, sobre los muelles de la vetusta cama. 

El primer lance, fue desastroso. Las muchas copas, la novedad de la acción, ya casi olvidada, la agresividad de la dama y la poca consistencia del lecho, condicionaron un fallo estrepitoso, pero eso no impidió su loca idea inicial de repetirlo. Por la mañana mejoré, y por la tarde casi regrese a mis mejores días.

De aquella extraña noche surgió un amor desigual, ella con 38 años y yo, como dije, con muchos mas, una pasión desenfrenada guiada por nuestra sexualidad desbordante y el deseo de poseernos en cualquier momento y a toda hora del día.

En mis tiempos juveniles no había sitio que no fuera bueno para un revolcón aceptable, pero con los años, aunque no perdí el deseo si mejoré en comodidad Podía ser  el sofá, la alfombra del salón, o la tumbona de la terraza, pero la cama, y sobre todo la mía, modelo extra grande, no tenía rival. Bueno  tenía el inconvenientes de estar desfondada y el engorro que ello condicionaba, por estar los listeros laterales algo más elevados que el colchón solíamos golpearnos, al salir,  las rodillas,  los brazos, o la espalda.
   
   
.- José Luís, deberíamos comprar uno nuevo.

Cada trimestre la misma cantinela  e idéntico  recorrido por las diferentes tiendas especializadas. Que si es muy duro, o muy blando, que si es de látex  o de muelles o mixto, que porque no lo dejamos para la primavera, o el otoño, o las rebajas. Nunca estábamos de acuerdo. Un mal día se planto.
      
 .- José Luís me dijo, o lo compramos ya o no vuelvo a dormir contigo  en esta porquería.

Era un ultimátum serio. El fin de semana salimos y a las 10, cuando el Corte Ingles abría sus puertas, en vez de, como siempre, ir al departamento de libros, fuimos al de colchones, yo, de mal humor, ella, pletórica. Se puso más cuando el dependiente resulto ser un antiguo amigo suyo.

Perdí la cuenta de cuantos vimos, de sus ventajas, sus cualidades, sus precios. Su solicito amigo allanaba cualquier pequeño problema. Que ellos mismos se harían cargo del antiguo, que en menos de dos semanas lo tendríamos en casa, que podríamos pagarlo en cómodos plazos y sin recargo, que era una suerte haberla visto de nuevo después de tantos años, que.... O sea, que lo compre.

Había que celebrarlo, primero con una excelente comida y luego con una digna despedida sobre aquel que, tantas veces había resistido el envite de nuestro desafuero sexual.

Aterrizamos sobre su maltrecha estructura como llegamos al mundo e iniciamos un ritual erótico de lo más salvaje y agresivo. Que si yo sobre ella, que si ella sobre mi, que si yo por detrás. Lo que más le gustaba era cabalgarme, llegando, en ciertas noches de pasión, a desplazar medio metro la cama de la pared cabecera. Ese día estaba violenta. Los riñones empujaban su cuerpo sobre el mío y los pechos se balanceaban ante mis ojos,  estábamos  al borde del orgasmo.

No llegamos. Cuando ella dio un chillido de placer,  yo lance otro de dolor. Uno de los innumerables muelles tuvo a bien romperse en aquel momento, atravesó la parte superior  y se clavó sobre mi glúteo derecho. A  parte de la caída en picado de mi sexo  lo peor fue una mancha rojiza y viscosa que lentamente fue extendiéndose y penetrando sobre el querido colchón, certificando así  su ya real defunción.

Me llevaron, desnudo y ensangrentado, al Hospital Central donde, entre risas y  bromas del personal femenino,   tuve que explicar  la curiosidad de la herida,  sufrir una dolorosa intervención de limpieza y cosido, pero lo peor, enterarme, por terceros,  que Rosa me había dejado por el dependiente, antiguo amigo suyo, o mas.

Estoy otra vez solo, tengo una fea  cicatriz en el culo, y  lo más importante,  en mi dormitorio hay ya, por fin,  un colcho nuevo.

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