viernes, 19 de agosto de 2011

NUEVAS AMISTADES

Sudaba. Brillante y empapado mis dedos parecían pequeños grifos, mal cerrados, que constantemente goteaban. Cada cierto tiempo dejaba el baño turco y me refrescaba bajo un potente chorro de agua. A ratos observaba, tras la puerta acristalada, si alguien entraba en el balneario, pero solo las encargadas del servicio de toallas surgían entre el vapor, bien para ofrecerme una seca, o para indicarme que habían transcurrido 15 minutos y era conveniente que saliera.

Hacía cuatro meses que todos los segundos domingos de mes Rosa y yo nos desplazábamos a León  para utilizar los servicios de su balneario termal habilitado, esos días, como centro naturista. Me costo muchas llamadas telefónicas  y dos viajes a Gijón, el incluirme en la Asociación  Naturista de Amigos del Principado de Asturias (ANAPA), pagar la cuota anual correspondiente y rellenar un montón de formularios. Conocí a su presidente y, mientras tomábamos café, me enumeró las múltiples ventajas del grupo y la camaradería con la que los socios se reunían en León, al haber conseguido que su SPA fuera, un día al mes, de uso exclusivamente naturista.


Todo cuanto me desgranó debió ser una ilusión mental ya que tras mis cuatro incursiones, en la primera solo había otra pareja que se esfumo casi de inmediato, en la segunda y en la cuarta, nadie y en la tercera un señor que al aparecer nosotros salió a darse un masaje. Esta escasa participación tenía, en su favor, el que Rosa pudiera disfrutar todo el tiempo de la piscina hidrotermal y yo poder encerrarme en la sauna sin ningún tipo de agobio. Eso y que el servicio se desviviera porque nada nos faltara.

Un  Hola mi amol, como estás” rompió mi ensoñación. Me senté en la bancada y antes de contestar al saludo contemple a las dos mujeres que acababan de aparecer. Rodeadas de una nube blanca, tan desnudas como vinieron al mundo aunque algo mas creciditas, una morena y una pelirroja me miraban sonriendo. Soy Kristal y ella mi amiga Merce” dijo alguien sin duda dominicana, no tanto por el color de su piel sino por el inconfundible “Amol” mientras se sentaba a mi lado. “Nuestras parejas quedaron con Rosa en la piscina” continuo como si nos conociéramos de toda la vida y “Tu debes de ser José Luís, que siempre me escribes contándome que nunca ves por aquí ningún miembro de la Asociación. Lo soltó de corrido sin que  pudiera articular palabra ni despegar los ojos de la negra aureola de sus pezones y la espesa mata de pelo que cubría su pubis. Seguía hablando y hablando. Yo la escuchaba, la miraba y me olvidaba por completo de su acompañante que, en compensación, apenas si tenía tetitas y lucia el sexo totalmente rasurado. “Es una dicha que por fin nos conozcamos y que nuestro grupo se agrandeme decía a la par que su piel se perlaba de sudor  y la amiga abandonaba la sauna para darse una refrescante ducha fría.

De tal guisa nos conocimos: desnudos en un baño turco, y así empezamos a intimar. Antes de dirigirnos a la piscina ya sabía parte de su vida de su llegada a España, de su labor como coordinadora, secretaria y relaciones públicas de la Asociación, pero lo más importante de su deseo de conocernos. En el agua hizo las presentaciones correspondientes. José Miguel, su marido, Pedro, el de su amiga Merce. Agrupados en semicírculo nos dedicamos, por un tiempo, a gozar de los beneficios del SPA. El ruido del agua se imponía al cotilleo de Kristal pudiendo dedicarme por entero a la contemplación de los cuerpos de las tres mujeres. Rosa, exuberante de carnes, con apenas cuatro pelitos sobre su sexo, Merce lisa como una tabla y con su rajita al aire, Kristal, con la mata de pelo púbico ensortijada, las tetitas respingonas y los pezones negros, ahora duros como rocas. Todas eran una alegría para mi vista. Rosa y José Miguel salieron perdiéndose en la sauna finlandesa, Merce y Pedro entraron en el área de descanso y quedé solo con ella incomprensiblemente pegada a mí. Íbamos de un lugar a otro. El agua nos masajeaba la espalda, los riñones, las piernas. Los potentes chorros verticales nos activaban el cuello, la cabeza. Sobre las camas de agua sentí el  cosquilleo constante desde los pies a las orejas, pero siempre, al margen de estas sensaciones, la notaba muy cerca, rozándome ahora una mano, mas tarde un brazo, el pie, la rodilla siempre bajo la impunidad de cientos de burbujas. Todo se enmarcaba dentro de una camaradería exenta de pudor y de malicia. A veces hablábamos pero por lo general el  silencio nos acompaño en todo el recorrido. Al final nos reunimos todos en el área de relax. Rosa explicaba sus habilidades en la lectura del Tarot, su experiencia como masajista, lo aprendido en el curso de Técnicas Para sanitarias,  efectuado por ambos el año anterior. Describió, a continuación, y con todo tipo de detalles, el ático de la casa con su pequeña sauna y la camilla para masajes. En apenas dos horas la desnudez de nuestros cuerpos consiguió que intimásemos al máximo.

Ellos regresaron a Gijón en coche y nosotros en autocar a Oviedo. Las lógicas despedidas dieron paso a los consabidos “Hasta pronto” y  Haber cuando nos dais un masaje”. Fue un bonito domingo diferente aquellos en los que deambulábamos solos por las diferentes instalaciones.

Siempre mi ofrecimiento, en este caso el nuestro, de dar masajes y utilizar la sauna, era algo que  caía en saco roto. “Si, iremos” nos decían, pero nuca nadie respondió ni vino. Me sorprendió, por ello, que Rosa quisiera  utilizar el ático pues José Miguel la llamó para que le diera  un masaje. Les explique el encendido y apagado de la sauna y los deje solos. Si duda debió ser una experiencia agradable pues Kristal se comunicó conmigo al día siguiente. Quería, como José Miguel, recibir un masaje y probar la sauna.

Adecue las piedras y las hojas de eucalipto sobre el calderil  de vapor, prepare la camilla, seleccione los aceites, apile las toallas y espere que llegara. Como buena dominicana se demoro mucho más de la cuenta y cuando creí que no aparecería, llamó para anunciarme que aun se retrasaría un ratito más, pero que vendría.

Subimos al ático y en el se maravillo de los cuadros, muchos caribeños, del ambiente, del calorcito de la sauna, de la música. Todo le encantó.

“Cuando empezamos” dijo desprendiéndose de la chaqueta, las medias y los zapatos.  “Túmbate”  indique mientras me enfundaba en la bata blanca que utilizo en esos menesteres. Normalmente las pacientes se suelen desnudar de cintura hacia arriba quedándose en sujetador, pero Kristal era diferente, o muy diferente. En un abrir y cerrar de ojos se desnudo por completo, se sentó en la camilla y preguntó “Como me pongo”. “Boca abajo” susurre un poco cohibido. Utilizo una toalla para cubrir la parte inferior del cuerpo del paciente pero en esta ocasión el calor reinante y su desparpajo hizo que la obviase. Se acostó dejando ante mi vista la espalda, los glúteos, duros y redondos, las piernas, la hendidura de su culito. Era una estampa que, al principio, me hizo flaquear, pero que logre superar  y dedicarme, como buen profesional, a darle el mejor de los masajes. Intenté, sin éxito, seguir las instrucciones del manual pero casi de inmediato me di cuenta que en mis manos se mezclaban los movimientos terapéuticos y los  sensitivos. Friccionaba poco, lo del pulponudillar era apenas un roce, los amasamientos eran caricias, los palmoteos suaves y acariciadores, mis dedos no se centraban músculo por músculo sino que discurrían desde el cuello a los pies bajando por la espalda, rozando  apenas los glúteos, presionando los isquiotibiales y enroscándose en los suyos. Tenía su cuerpo ante mí y, de forma erótica, iba sobándolo, acariciándolo, relajándolo, excitándolo. Mis yemas viajaban por su columna y morían en el coxis, deteniéndose, apenas, en la rajita de los glúteos, o cosquilleando el interior de los muslos. Así una y otra vez sintiendo como se abandonaba, como se le erizaba el vello, como entreabría las piernas dando vía libre a mis aproximaciones. “Date la vuelta” le susurre al oído acompañando la orden con un leve cachete en su culito. “Un poco mas por delante y terminamos”. Sus pezones y la negrura del sexo hizo que desistiera de entrar en campos, sino peligrosos, si prohibidos y, alegando una excesiva temperatura exterior, propuse, sin mas, entrar en la sauna. Ni lo dudo. Bajo de la camilla, abrió la puerta y se perdió en una nube de vapor. Era feliz. La proximidad de su cuerpo provocaba que mi estomago fuera una jaula de grillos en ebullición. Hablamos, o más bien, ella lo hacía. De vez en cuando se apoyaba en mi hombro o me limpiaba la espalda. En un momento de lucidez creí conveniente ducharnos y finalizar le sesión. Fue un alivio. Tal como estábamos no se como hubiésemos terminado. Por “dicha”, no pasamos a mayores. Era tarde y debía retirarse. “Te llamo por teléfono y quedamos para cenar el sábado” fue su despedida antes de salir para Gijón. Su adiós lo recuerdo francamente mal ya que por entonces intentaba bajar mi temperatura corporal a base de un gin-tonic muy cargado.

A Kristal lo de las relaciones públicas debía dársele de miedo. No pasaron dos días cuando llamó para decirme que había contactado con Rosa y los cuatro cenaríamos el sábado en casa. Yo prepararía cualquier cosa y ellos aportarían un sabrosísimo ron dominicano.

Rosa disfrutaba. No se como fue su sesión de masaje con José Miguel, pero lo de cenar todos juntos le pareció divino. Como buen anfitrión  debía preparar la comida, ordenar la casa, disponer las bebidas: ginebra para mi, Lambrusco tinto para Rosa, coca colas y limas para los cubalibres de Kristal así como mucho hielo en previsión de lo que pudiera surgir.

Nunca, en los años que llevaba en Oviedo había tenido una cena en casa con otra pareja. Llegaron amigos, grupos de pintores, compañeros de estudios, pero una celebración como la que se avecinaba, jamás. Después de ver la casa nos servimos una copa, charlamos sobre la Asociación, sobre las playas naturistas asturianas, sobre el futuro campeonato nudista de natación a celebrarse en noviembre en Gijón, sobre el SPA de León sobre el trabajo de Rosa con el Tarot y la afición de José Miguel por lo mismo. Cenamos sin cambiar nuestros hábitos alcohólicos, oímos música, recogimos los platos y la cocina y nos servimos la última.

Era una noche especial y en vez de quedarnos donde estábamos pasamos al salón, esa estancia decimonónica que apenas se usaba. Nos repanchingamos en el sofá, pusimos el Hilo Musical bajito y seguimos charlando.

Tenía que ser Kristal quien rompiera el encuentro, o mejor dicho, quien abriera la noche a lo imprevisto, a lo original y ligeramente erótico, a lo políticamente incorrecto.

“Chicos, hagamos algo”
“José Luís, tienes por ahí una baraja”
“Venga, vamos a jugar una partidita de streptease-póker, seguro que nos divertimos”

Fueron más que ideas órdenes. En menos de 10 minutos estábamos los cuatro sentados en la mesa circular con las cartas en la mano  esperando que nuestra organizadora  indicase como continuar.

“Chicos, todos debemos vestir el mismo número de prendas, ocho en total. Los hombres: zapatos, calcetines, cinturón, camisa, pantalón y calzoncillo, y las mujeres: zapatos, medias, camisa, falda, sujetador y bragas. Cada mano perdida nos despojamos de una, en el orden indicado y al quedar totalmente desnudos  abandonamos la partida”.

Estuvimos de acuerdo, rellenamos los vasos y empezamos.  Rosa no sabía jugar, yo, un poco, José Miguel, algo, y Kristal era una experta. Pero en el juego, y más en el propuesto, el azar era quien mandaba.

A pesar de que todos nos habíamos visto desnudos el hecho de llegar a ese punto lentamente y al compás del destino de las cartas, era algo que no dejaba de tener un morbo especial. Por no existir dinero sobre la mesa Kristal propuso ser ella quien repartiera siempre dando las cartas boca arriba y perdiendo la jugada menor.

Empecé mal. A la quinta ronda no tenía ni zapatos ni calcetines ni cinturón. Luego fui mejorando, algo bastante lógico, pasando a perder ropa el resto de participantes. En la jugada 20 me mantenía con camisa y calzoncillos, Rosa con camisa, sujetador y bragas, José Miguel con pantalones, camisa y calzoncillos y Kristal únicamente había perdido cuatro prendas. En la 25 yo seguía igual, Rosa y Kristal en bragas y sujetador y José Miguel en calzoncillos. Lentamente el juego llegaba al final. Perdí prenda, Kristal se despojo del sujetador quedando sus tetitas al aire, José Miguel ya totalmente desnudo abandono. En las siguientes manos Rosa terminó desnudita y lo acompañó en el sofá. Perdí yo. Kristal resulto ganadora, pero en un rasgo de compañerismo se despojo de su mini tanga y se sentó con nosotros. Estábamos desnudos, contentos y ligeramente ebrios.

Rosa se amártelo conmigo y Kristal se volcó sobre su pareja comiéndoselo a besos. Baje la luz, casi por inercia los cuatro nos pusimos a bailar  al compás de la música melodiosa que a esas horas de la noche emitía el Hilo Musical. Al menos yo estaba cerca del cielo. Acariciaba su espalda, jugueteaba con su culito, con sus tetas. Mientras su mano envolvía mi sexo y nuestras lenguas se enroscaban como serpientes. Nuestros amigos, por lo que fugazmente veía, hacían lo mismo. Los cuatro nos encontrábamos en un estado de máximo erotismo en el que todo podía ser imaginado y tal vez realizado. Deje de mirar, de pensar  y deje que mi cuerpo sintiera, viviera.

“Chicos, cambio de pareja”. De nuevo la voz autoritaria de Kristal  rompió el encanto. Sin tiempo a reaccionar se interpuso entre nosotros pasando de tener contra mi pecho los mullidos senos de Rosa a sentir los duros pezones de Kristal, mientras mi pareja se perdía, entre los brazos de José Miguel, en el rincón mas oscuro del salón.

De entrada me corté. Una cosa era bailar en porretas con Rosa y otra muy diferente hacerlo con Kristal a quien casi no conocía. A ella parecía no importarle. Se pegaba como una lapa. Sus pechos se fundieron con mis costillas y una de sus piernas se acopló entre las mías. Era como si bailáramos el más “requemado” de los merengues. Su mejilla en la mía, su lengua en la comisura de mis labios, sus manos descendiendo por la espalda hasta acoplarse sobre los glúteos. Ahí me perdí. Bueno, mejor dicho, empecé hacer lo que ella inició y lo que, pese a la escasa luz reinante, estaban haciendo Rosa y José Miguel. La lujuria de la noche hacía su aparición  sin que nadie la hubiese invitado.

Pase de la complacencia al ataque, al descubrimiento del cuerpo moreno, calido y fibroso que se me ofrecía. Me deleite con su espalda, con su culito abierto a la curiosidad de mis caricias, bese sus pechos, relamí los pezones, baje hasta la oscura sombra que cubría su coñito hoy, por cierto, mas escasa y perfectamente recortada que otras veces. Me empape de su humedad, sentí la invitación a que mis dedos, ávidos de emociones,  se perdieran en su interior. Oí quejidos de placer, de abandono, de permisión a cuanto le hacía. Su ataque inicial dejaba paso a mi iniciativa  y admitía, gozosa, todos mis atrevimientos.

La música, la escasísima luz y la peligrosa situación lograron que mi mente, embotada por el alcohol y la novedad, despertara de golpe. Que fuera consciente  de lo que ejecutábamos. Que se centrara en Rosa y José Miguel dedicados a su placer, al disfrute de sus cuerpos. El la tumbó sobre el sofá y su lengua degusto su boca, sus senos, su cintura, su sexo. Rosa presionaba su polla, la friccionaba, se la acercaba a los labios, se la comía como un enorme pirulí. Caí sobre Kristal y continué con lo mío.

El salón olía a sexo y los gemidos de placer se entremezclaban con la música de fondo. No aguantaba más. Deseaba poseerla y ese afán desmesurado hizo que se rompiera el encanto del momento. Me levante de golpe, junte de nuevo a Kristal y José Miguel, los acompañe a uno de los dormitorios del fondo  mientras Rosa y yo íbamos al nuestro.

Tenía el sexo humadísimo. Me montó e inició una cabalgada divina corriéndose una y otra vez mientras recordaba todo lo vivido, lo tantas veces imaginado, lo que siempre nos excitaba al máximo. Nos dormimos exhaustos, desnudos, pero eso si, muy felices.

Me levante temprano. Compre bollos para desayunar, arregle la casa y espere que fueran apareciendo. Primero Rosa, luego Kristal y finalmente José Miguel. Habían pasado por la ducha y se mostraban frescos y hablantines, como si la noche anterior no hubiese existido o como si lo entonces vivido fuera de lo más natural del mundo. Kristal volvió a tomar la palabra y alabó la casa, el gabinete de masaje, nuestra hospitalidad. Nos invitó a Gijón, programó el próximo viaje a León e hizo planes para visitar, en verano, las playas asturianas. Entre besos y abrazos se despidieron

Regresamos a la cama a continuar la batalla sexual inacabada. Con mi sexo en su coñito enumeramos cada una de nuestras hazañas nocturnas. Rosa se excitó al recordar como fue tocada, acariciada, penetrada. Como masturbó a su pareja con las manos y la boca. Como se corrió este entre sus pechitos. Con solo pensarlo una cascada de orgasmos  le recorrieron su cuerpo. Se durmió idealizando aquella bonita reunión con nuestros nuevos  amigos que empezó como un juego de cartas y terminó como  desvarío sexual. Soñó con todo eso y más, con todo lo que a partir de ahora podríamos experimentar, vivir, gozar, sentir.


No hay comentarios: