Siempre me fío de las caras. Afortunadamente
acierto en una amplia proporción, pero en estos últimos años, no se si por
defectos de visión o por la mala transmisión de esta con el cerebro, cada vez afino
menos.
Con Yolanda y Marcial, el
chasco fue de película, de película mala; sobre todo con ella.
Debería decir que todo estuvo
condicionado por la crisis, o mejor con la salida de la misma.
En Asturias el cambio,
ruptura, descalabro o falacia, como diría nuestro anterior Presidente, todo
menos “crisis”, condiciono la desaparición de la Real Federación
Asturiana de Natación y con ello el conjunto de entidades satélites a la misma:
Clubes de élite, Masters, Árbitros así
como las ayudas económicas nacionales, autonómicas o provinciales.
Tras las penurias monetarias,
los sucesivos cambios y algunos abandonos, este invierno, la Federación Asturiana
de Árbitros de Natación se vio obligada a recolectar a cuantos pudiese ya que
los Campeonatos Absolutos de Invierno de Natación en Piscina corta de 25 m., se celebraban en Gijón,
en las instalaciones del Club Santa Olaya y las estrellas del momento: Mirella
Belmonte, Melani Costa y Duana Rocha, entre otras, iban a participar.
A Rosa la llamaron y yo,
sufrido asistente de transportes tuve que levantarme, los días de competición,
a las seis de la mañana para que cuatro árbitros de Oviedo estuviesen en sus
puestos de salida al comienzo de las pruebas.
Así me reencontré con
Marcial, también árbitro y como yo, jubilado; bueno, no como dicta la
legislación laboral, sino por herencia paterna, mujer funcionaria, sin cargas
familiares, una afición cinegética desmedida y un don divino para la escultura.
El Campeonato fue un éxito.
El Presidente, flotando en una nube de elogios, acepto el encargo de controlar los arbitrajes de los
Campeonatos Nacionales Juveniles, a celebrarse en A Coruña y los Master de
Invierno de nuevo en Santa Olaya. Había, por fin, dinero para dietas, traslados
y alojamientos.
Un viaje A Coruña, aunque
fuese con dietas bajas y kilometraje modesto, nunca esta mal. Yo puse el choche
y Marcial a Yolanda, su mujer. Los cuatro salimos, un viernes por la mañana y
durante todo el trayecto me pase escrutando el rostro de la dama en el espejo
retrovisor. De estatura media, muy morena, callada hasta lo inimaginable, con
jersey gris de cuello alto, pantalones negros y un fular a modo de bufanda,
paso todo el recorrido sin decir palabra, bueno, como el, para no desentonar.
Hc.Apartamentos, nuestro
acomodo en la capital gallega, lo había elegido, e imagino que con precios
especiales, la Federación Nacional.
No era como de muchas estrellas pero estaba cerca de La Ciudad Deportiva Riazor, donde
se celebraba el evento, al lado del paseo marítimo y muy próximo al centro. Sin
duda su mejor baza eran las vistas impresionantes a La Torre de Hércules
Nos asignaron dos estancias
contiguas, con saloncito, mini cocina dormitorio y baño. Los árbitros se
disfrazaron de tales, cargaron sus correspondientes mochilas, subimos al coche
y partimos a las piscinas. Yolanda se quedo deshaciendo el equipaje y
prometiéndonos un baño relajante a nuestra salud.
—
José Luis, dijo,
llámame cuando regreses y tomamos algo por ahí.
Moverse por una ciudad
extraña suele ser, mas que nada, lento. Llevarlos, regresar, lavarme un poco y
acercarme a su apartamento me llevo un buen rato.
—
Pasa, esta
abierto, respondió, enseguida salgo.
Entre y me senté en el sofá.
La estancia era idéntica a la nuestra.
No había terminado de
fisgonear por el cuarto cuando salio. Si entonces cae un rayo en el salón,
difícilmente me hubiese sorprendido tanto. La mujer que hacía menos de dos
horas quedo enfundada en rectado jersey, con amplios pantalones y el pelo
recogido en una especie de moño, salio, solo cubierta con una bata de baño
blanca, sin cinturón ni botones, totalmente abierta por delante y con las manos
en los bolsillos.
—Ya termine, ahora me visto
Lo dijo de pie, frente a mí,
dejando ver, cubiertos solo por la tela, los pechos con sus pezones grandes y
erectos, sin recato alguno, el ombligo redondo, moreno como el resto del
cuerpo, y una enorme mata de pelo púbico, muy negro y frondoso.
Plantada ante mi no mostraba
ni pudor ni verguenza, apenas una sonrisa irónica totalmente distinta a la
mostrada en el viaje.
—Te espero en el bar— susurre evitando su
cara y sus ojos—
una ginebra bien cargada me
vendrá de maravilla.
Llego como si nada, luciendo
un vestido similar al del viaje, el rostro serio, nada de sonrisas.
Anduvimos por la Plaza de María Pita, casi
sin hablar, bajamos hacia el paseo Marítimo y allí, frente al mar, nos sentamos
en una terraza.
—
Te parezco rara—
me soltó a bocajarro, tras haber pedido yo una ginebra para cada uno
—
No, se, tal vez
si—respondí sin apenas pensar.
—
Ahora voy sin
ropa interior, totalmente desnuda por dentro y solo tú lo sabes. ¿Te gusta?
—
Me estás poniendo
muy nervioso. Me gustaría muchísimo verte pero, cambiemos de tema.
—
No seas tonto, de
mi no sabes nada y te estas haciendo miles de preguntas.
—
En eso tienes
razón, ¿Por qué no me lo cuentas?
Se acerco la ginebra a la
boca y empezó hablar.
— Desde hace mucho, tal vez cuando supe
que nunca seria madre o al menos eso dice mi psicólogo, pase a tener dos
personalidades. Una: profesional, recatada, seria, otra: agresiva, desinhibida,
erótica. La primera para mi entorno, la segunda para ese mundo desconocido y
manejable que, de vez en cuando nos surge en la vida, como tu ahora.
Volvió a llevarse el Beefeater
a los labios y siguió.
—
Juego con todo,
con todos: el erotismo, la provocación, el beso, la caricia, los jóvenes, los
maduros. Cualquier cosa menos sexo, eso, de vez en cuando lo reservo a Marcial,
y el lo sabe.
Me miro a los ojos, hundió
uno de sus dedos en la copa entremezclo los sabores, bebió otro trago corto,
continuo.
—
Ya conoces mis
reglas, mi bonita forma de pasar por aquello que los clásicos llaman “la
erótica del hotel”. Te guste o no yo voy a jugar y tu, o entras o entras en el
envite. Voy a por otras copas antes de recoger a los árbitros.
Quede pensando en la oferta,
que por supuesto acepte en mi fuero interno, viéndola desnuda bajo su coraza de
tela, imaginándola, tolerable, sumisa, agradecida, pero muy lejana.
Cenamos en otra terraza y nos
recogimos temprano. El viaje, mas seis horas de arbitraje, generaban cansancio.
Los árbitros y yo desayunamos
a las ocho y a las nueve estábamos en las instalaciones deportivas.
— Sobre las diez pasa a recoger a Yolanda.
Podréis daros un paseo — dijo Marcial perdiéndose entre un tropel de nadadores.
Llegue a y cuarto. Me
esperaba enfundada en una especie de blusón largo transparente que más que
ocultar resaltaba todas las partes de su anatomía.
—
¿Te pongo un
café?
Me senté viéndola desnuda pavoneándose
ante mí. Sonriendo al ver como mis ojos recorrían sus pechos, su culito, su
coño enmarañado.
—
Cierra la boca y
bebe algo, parece que nunca viste a una mujer así.
Creo que tenía razón pero
preferí callar y parecer tonto que hablar y certificarlo.
—
Después me visto
y salimos a recorrer el centro. ¿Podemos ver el Museo de Picasso y la Sala de Exposiciones de
Sargadelos? — Por cierto, comento mientras salía, hoy a las cinco he pedido
hora en el Spa, segura que te gusta.
Las ciudades norteñas
marinas: A Coruña, Gijón, Santander y San Sebastian son encantadoras. Si se les
añade la fortuna de tener un día soleado el encanto se convierte en milagro y
esa suerte tuvo nuestro paseo. Sus ardores eróticos se amortiguaron y pese a
insinuarme varias veces que, como ayer, iba sin ropa interior, el arte del
pintor malagueño y las compras de cerámicas nos hicieron olvidar su cruzada
sexual.
Como decía mi amigo Pancho
“Para comer marisco nada mejor que A Coruña y si lo comes en el Paseo, viendo
el mar, es como estar en el cielo”.
Fue ella, al despedirnos,
quien me lo recordó
—
No te olvides de
la sauna. Te recojo.
En consonancia con el hotel, el recinto era pequeño: Un jacuzzi, una sauna finlandesa y otra húmeda, todo dispuesto en dos niveles y profusamente adornado de velitas, toallas, bebidas frías.
—Somos la pareja del apartamento 7,
hicimos una reserva para las cinco — dijo Yolanda cogiendo dos toallas y
arrastrándome a un vestuario, en principio mixto.
—
No te dará
vergüenza que nos cambiemos juntos, verdad.
Casi lloraba porque me lo
pidiera. Entre tras ella y la deje hacer. Con parsimonia, con una lentitud
intencionada, como si efectuase un strip-tease exclusivo para mi, fue
despojándose de la ropa: playeras, calcetines, falda, blusa, sujetador,
braguita, quedo totalmente desnuda. A estas alturas de la misa yo ya estaba en
traje de baño, sentado en un taburete y contemplando el espectáculo.
—
Que te parezco,
¿No estas un poquito cachondo?
Saco una especie de
mimi-bikini, o sea una braguita con hilo dental que apenas le cubría su mata de
pelo púbico y un sujetador que mas que tapar resaltaba sus tetas, tanto es así
que ambos pezones estaban al aire, se los acomodo, me tomo de la mano y me arrastro
al jacuzzi.
Un microsegundo fue lo que transcurrió
entre introducirse en el agua y quitarse
el escueto bikini.
—
Mejor desnudos,
dame el tuyo.
—
Como quieras, yo
lo prefiero.
A partir de ahí el tiempo de
detuvo. El sexo y el placer empezaron a
campar a sus anchas en aquel torbellino de aguas cálidas y burbujeantes.
Nuestras pieles desnudas se fueron
atrayendo; el agua, lentamente, desapareció de entre los dos pasando ser un
solo cuerpo que se estrujaba, fundía, entrelazaba. Lo que ayer dijo se hizo
carne: todo menos sexo, pero ese todo lo era en el mas amplio sentido de la
palabra. Manos, labios, lenguas buscaban tocar, sentir, degustar. Su mata de
pelo púbico se convirtió en una esponja entre mis dedos que lentamente la
entreabrían en busca de una vagina cada vez más húmeda, y no de agua. Mi pene
rugía de placer, nuestros labios se volvieron carnívoros y nada nos detuvo
hasta que un violento espasmo nos convulsiono.
El agua se hizo cama y allí
descansamos, vivimos una realidad extraña e imposible.
La vuelta, como la ida, fue
callada. Todos pensábamos en algo que nunca diríamos, por prudencia,
ignorancia, respeto.
—
Hasta marzo, dijo
Marcial al bajar del coche.
—
Eso, contesto
Yolanda, os invitaremos a que conozcáis la casa, puede, —me dijo por lo bajini— que allí “la
erótica del hotel se torne en erótica del poder”.
Me beso la mejilla y se perdió en el portal.