El pudor es una virtud relativa, segun se tenga veinte,
treinta, cuarenta o cincuenta años
Honoré de Balzac
treinta, cuarenta o cincuenta años
Honoré de Balzac
Al nacer cada cual viene a
este mundo con una serie de cualidades, características,, peculiaridades. Yo llegue con fuerza pero sin
equilibrio, con muchísima memoria y nada de voluntad, bajito y excelente
salud, inteligente y sin pudor; eso que define la Real Academia de la Lengua como "Verguenza de exhibir el propio cuerpo desnudo o de tratar temas relacionados con el sexo”. Por ello, de pequeñito,
fui raro: alguien me acostumbró a bañarme desnudo, a dormir desnudo, a ir así por la casa sin importarme nada, estar de igual forma en lugares públicos:
gimnasios, piscinas, playas, etc.
En la “Mili”, junto al
“Banderas”, éramos los más enanos de la compañía, yo, sin embargo, el mas veloz
desprendiéndome de la ropa, razón por la cual siempre me duchaba con las cuatro
gotas de agua caliente que teníamos asignadas.
Otro de mis raros atributos
es la suerte, no la económica, ni la ligada a juegos de azar, simplemente esa
que el pueblo llano conoce como: — Chico que “suerte” tienes —. Tuve siempre
trabajo, me prejubile muy joven y ahora, al final de mis años, cobro una pensión mas que
aceptable.
Desde que un día, haciendo
pesca submarina en Cabo Peñas, una ola y un peñasco mal situado me arrancaron y
perdí el traje de baño, deje prácticamente de usarlo, no por el desembolso
económico que me ocasionaba el comprarme otro, sino por la comodidad de nadar
desnudo y tomar luego el sol de idéntica manera.
Corrían entonces los años del
franquismo. No fueron motivo para abandonar esta costumbre ni durante ellos
tuve problemas con la autoridad o la justicia — eso que llamo “suerte” —. Con la Democracia, aunque
mucha gente se vio salpicada por el puritanismo de gobernantes, clérigos o
visionarios, no fue mi caso. En estos momentos soy el nudista mayor y más
respetado de las playas asturianas y por mi estado laboral contribuyo con la
única Asociación Naturista del Norte llevándoles la contabilidad y secretaria,
siempre “Ad Honoris” como era de esperar.
Feli es, sino la mejor, una
de las grandes amigas de Rosa. Ambas son taroístas y através de las cartas
pasan conectadas casi de forma continua. Se preguntan por el trabajo, la salud,
los amores, la familia. Hace años se separo de su marido y como consecuencia
perdió peso, le apareció una ulcera estomacal y la dentadura se le abrió como las flores en primavera. Así
la conocí.
El tiempo, un dentista, un
oculista y buenos alimentos han hecho que sin llegar a ser una belleza
espectacular sea, a sus cincuenta años una mujer de buen ver, agradable,
recatada, una hembra castellana como definiría Delibes, escritor, como ella, de
Valladolid.
Cada cierto tiempo Rosa se
desplaza a verla, más que nada, como digo, a consultar algún conjuro,
intercambiar experiencias y analizar conjuntamente clientes con problemáticas
especiales. Junto a ellas Amapola de Santander, Cándida de Málaga y Eugenia de
Tenerife forman un grupo de amigas, unidas por el Tarot, que por problemas
geográficos apenas si se veían.
Llegamos a la capital de Pucela
un lunes por la mañana. Contra a mi disposición natural de alojarnos en un
hotel, lo hicimos en su casa: pequeña, luminosa, con una cama, grande pero una
y un sofá, en el que, como en las películas norteamericanas, dormiría yo. Pasear,
ver museos, recorrer los bares típicos de tapas, dejar a las brujas en la casa
y esperarlas, entrada la tarde, en aquella vinacoteca ganadora de varios
premios a las mejores tapas era mi programa diario de festejos.
— Hola Anapa, que haces por Valladolid.
No suelo extrañarme. Por lo
general, los simplemente conocidos acostumbran asociar la nacionalidad, el trabajo o
alguna característica física, a mi nombre de pila y así me reconocen como el
asturiano, el blanquito o el ingeniero antes que por José Luis.
Israel y Kusa me miraban desde
una de las columnas de la plaza.
— ¿Como por aquí? Te echaron de Oviedo.
Los conocía desde hace años. Eran los responsables del naturismo español
a nivel internacional y eventualmente, en Asturias o Madrid, participamos en
algún mitin nudistaLos conocía desde hace años. Eran los responsables del naturismo español a nivel internacional y eventualmente, en Asturias o Madrid, participamos juntos en algún mitín nudista.
Él, químico e informático,
representaba a los tres mil y pico naturistas españoles ante la Federación Internacional.
Ella, su pareja, croata, antaño finita de carnes, hoy recia y oronda, lo acompañaba, defendía y
cuidaba en todos los eventos a los que asistían.
Cuando nos presentaron sostenía el naturismo puro, al margen de cualquier sesgo político, geográfico o
racial de los asociados.
“Me da lo mismo una monja o
una puta, mientras sea nudista”, me escribió en el primer email que nos
cruzamos. Hoy la vida, el dinero, la justicia y sobre toda las castas han hecho variar su ideología, la forma de vender el naturismo
aunque no creo que la de vivirlo. Como a todos, el tiempo, le quito pelo y le
dio kilos, estabilidad, nombre, prestigio.
Nunca nos llevamos bien. Nos
admitíamos, respetábamos y nos lanzábamos dardos envenenados envueltos en piropos.
— Sentaos y tomar algo. Estoy con Rosa en casa de una amiga.
Pasamos la mañana hablando de
naturismo, de economía, del tiempo. Se despidieron con una invitación.
—Si
estáis aquí el sábado os invitamos a casa. Una reunión naturista, más que nada a
charlar un poco y tomar una copas. Aquí tienes mi dirección y teléfono. Llámame cuando hables con Rosa y su
amiga.
Vivían el la calle Gabilondo,
muy cerca del Paseo de Zorrilla, Campo Grande y el Pisuerga. La casa debió ser
herencia familiar pues estaba en la parte más noble de la ciudad. Cuando lo
comunique ambas se sintieron emocionadas, se encerraron en el cuarto de las
cartas e imagino que hicieron cualquier cantidad de tiradas por conocer, de
antemano, que sucedería el sábado noche.
Por la mañana fueron a la
peluquería y yo a comprar una orquídea, por no llegar con las manos vacías.
El portal noble, el ascensor
una reliquia y, por lo visto desde la
calle, el quinto piso, donde vivían, tenía magnificas vistas sobre el parque.
La noche cálida, antesala del verano.
Llamar, aparecer Kusa, verla
y oír al fondo un murmullo de voces nos hizo entender que la reunión se salía de lo normal. Ni se nos había
ocurrido pensar que al ser todos nudistas estarían desnudos y así pensaban que
estaríamos nosotros.
Kusa iba como vino al mundo,
nos saludo de beso y nos dirigió hacia una habitación.
—
Aquí podéis dejar
la ropa y tomar una toalla para sentarse. Os esperamos en el salón. Sin prisa
que no sois los últimos.
Salio y nos quedamos
callados.
—
Feli, ¿que quieres
hacer? — dijo Rosa —. De verdad que no sabíamos nada. Nosotros somos, como
ellos, nudistas pero nunca hemos estado en una situación como esta. Ni a José
Luis ni a mi nos preocupa estar desnudos, pero en tu caso es diferente. Si
quieres salgo y digo que nos marchamos. Por nuestra parte no hay problemas.
Feli, que había dejado el
bolso y la chaqueta sobre la cama, se mantenía de pie, con los brazos cruzados,
la cara roja como un tomate y la mirada perdida.
—
Nunca lo he
hecho. No es por vergüenza, tal vez por pudor, por miedo. No se.
—
De ti depende
—dijo Rosa — a nosotros nos da lo mismo ya hemos estado muchas veces desnudos
con otras personas. No pasa nada. Enseguida te haces a ello, en cuando quieres
darte cuenta ya te has habituado. Es la primera impresión, o mejor dicho cuando
tomas la decisión de hacerlo.
Seguía de pie, callada,
mirándonos a la cara. Pensando, sopesando si desnudarse o marcharnos.
— Si lo hago es por vosotros, por el viaje que habéis hecho
y porque no conozco a nadie de esta gente, aunque vivimos en la misma ciudad.
Dado el primer paso, superado
el pudor se iba a lanzar a la experiencia del desnudo, no solitario, ni en
pareja sino la más difícil, en grupo y entre desconocidos.
— Vamos allá — nos dijo — y que no se entere nadie.
Cogió una toalla del montón,
soltó los corchetes de la falda, que automáticamente resbalo hasta el suelo, se
quito el jersey por la cabeza y siguió con los botones de la blusa. Quedo ante
nosotros, yo ya desnudo por completo, en braguitas y sujetador, mirándonos como
para que la animásemos. Se despojo de ambas prendas y con los restos de pudor
que le quedaban se anudo la toalla a la cintura lista para salir.
Las contemple a mis anchas.
Una menuda, con pechos pequeños y caídos, talle de avispa y culillo respingón.
Rosa pechugona, compacta y con un prominente trasero. Salimos en procesión. Por
delante yo, con la toalla sobre el hombro, Rosa con ella en la mano y Feli, mas
decorosa, arrollada a modo de faldita.
El salón, donde nos esperaban,
estaba sin duda acondicionado para reuniones como esta. Las paredes recubiertas
de piedra, dos de ellas tapizadas por sendas librerías atestadas de libros.
Una chimenea, de diseño moderno,
ocupaba el centro de la estancia dando luz y calor. Rodeándola, sofás, sillones
y sillas. En una de las esquinas un gran
mueble bar con taburetes y, distribuidas por todos los sitios, mesitas bajas
donde colocar las copas y aperitivos.
Israel, Kusa y otra pareja a
la que presentaron como Remedios y Alberto, todos desnudos y queriendo parecer
o ser, muy hospitalarios, nos esperaban.
— Faltan Félix y Cristina. Llegaran un poco mas tarde.
Tienen que dejar a los niños con su canguro — dijo Kusa —. Serviros lo que
queráis. Israel maneja el bar y las bebidas
Pedí mi consabido
gin-tónic y ellas sendas cervezas sin
alcohol. Como en cualquier reunión social, casi de entrada los hombres nos
situamos alrededor de la barra y las damas junto al fuego.
Ni cuando se completo el grupo se rompió la armonía del encuentro. Eran
algo más jóvenes que el resto pero también habían olvidado su ropa en el
vestidor.
Casi de inmediato pasamos al
comedor. Por aquello del protocolo con los nuevos a mi me situaron entre Feli y
Kusa y a Rosa al lado de Israel, con lo mal que le caía.
Fue una cena normal, con la
peculiaridad que todos estábamos desnudos aunque pareciese lo contrario.
Feli no dejaba de hablar.
Había perdido el pudor inicial y ahora los nervios la habían convertido, de
repente, en una persona agradable e imprevisible.
— Siempre están así — me pregunto —. Creo que Remedios es de
mi barrio. Su cara me suena. Al resto no los he visto nunca. Es una suerte.
El tiempo, las cervezas,
aunque fuesen sin alcohol y el Ribera de Duero habían roto su miedo inicial y
empezaba a relajarse. Es algo que no comprendo pero si lo atestiguo. La gente
desnuda, al agruparse, no solo pierde sus inhibiciones sino que tienden a la
cercanía física. Las parejas se juntan, se miman, se besan: los simplemente
conocidos se reúnen, independientemente del espacio que haya, en ámbitos
pequeños consiguiendo que sus cuerpos se rocen, se mantengan en contacto, no de
forma eventual sino prolongada, sin que ello produzca extrañeza. Es algo que
pasa. Alguien coloca su mano en tu brazo, te toma por la cintura, te da un
cachete en el culillo y todo se considera normal.
Feli cayó enseguida en el
embrujo nudista. El calor de la chimenea y los Ribera de Duero la convirtieron
en una mujer mas cercana, mas intima. Con Rosa, con Remedios, conmigo.
Me cuchicheaba en el oído,
pegando completamente su cuerpo al mió, se recostaba en el sofá tumbándose
enteramente sobre Rosa, me arrastraba por la cintura para ir a la cocina por
más vino. En fin, su pudor murió esa noche naturista.
Una despedida conjunta y una
promesa: “Confiemos que el verano sea bueno y lo repetimos en Asturias”, pero una
noche como aquella, — al conjuro de las brujas —nunca volvería a repetirse.
Nos fuimos despejando
recorriendo el Paseo de Zorrilla, sintiendo el frío seco de la noche
castellana. Sin hablar, pensando únicamente en lo que habíamos vivido: Poco o
mucho según el prisma empleado en el recuerdo.
La casa estaba fría, nosotros ardiendo.
— Vámonos todos a la cama, — sugerio Feli—, estaremos mas calientes.
— Vámonos todos a la cama, — sugerio Feli—, estaremos mas calientes.
Desnudos nos cobijamos bajo
las mantas. No paso nada. Lentamente
fuimos acomodándonos, yo en el centro y ellas cada una a un lado. El trenecillo
de los cuerpos, su calor, el vino de Ribera y la noche hicieron el resto. Mi
mano cubrió el pecho de Feli, sintió la turgencia de su pezón. Mi pene se
desperezó, creció ante los cuidados de Rosa y, hechos una piña de sexo y
cariño, nos quedamos dormidos
Así amanecimos y con la nula
ropa que nos cubría desayunamos, listos para continuar un nuevo día.