—Mi cabo, cuando quiera —le dije
montándome en la Susuki—
Era una de las últimas
adquisiciones del Cuerpo y tras pasar la noche en el garaje estaba seca y
calentita.
—Romerales, hacia el parque y con cuidado.
Usted dirige — Le oí decir entre el rugido de las motos.
No era mal compañero. Recién
llegado, leones, casado y con dos niñas.
La ciudad, solitaria,
envuelta en un molesto chirimiri, invitaba a todo menos hacer guardia en las
entradas del túnel.
—Un café para
calentarnos —, dijo al parar en la entrada de Otero
A las 9 estábamos ya
detenidos en la pequeña rotonda que daba acceso a una de las bocas del túnel.
Estaba desierto
— Romerales, —le
oí decir— acérquese a la entrada y
compruebe que todo esta en orden.
Al llegar algo me pareció
extraño. Toda la semana la prensa había comentado la inseguridad del mismo y el
Ayuntamiento les respondía, en principio con la colocación de cadenas y
candados y posteriormente con nuestra
vigilancia en ambas entradas. Pero algo no cuadraba. De lejos vi le escasa
iluminación cenital
perderse hacia el fondo y un
chorro de agua brotando por el desagüe lateral que, para lo poco que llovía,
parecía abusivo. Al llegar la cadena, simplemente pasada y el candado abierto,
indicaba que algo no estaba del todo correcto, pero, lo que es peor, un bulto
grande y oscuro cerraba el normal funcionamiento del desagüe.
Di la vuelta y se lo comente
al cabo.
— Entre con cuidado,
póngase los guantes, tome nota de lo que vea
y regrese. Yo llamare a la
Central para que envíen alguien con más competencias.
Hice lo que me ordeno, tome
nota de lo que, a primera vista, se veía, y sin tocar nada regrese donde el
cabo.
Me apoye en la moto y
contemple la verja, ahora casi abierta de par en par y el canal lateral de
desagüe que iba poco a poco ganando
potencia y cantidad. Hojas, palos, papeles, bolsas de golosinas, botes de
bebida, eran arrojadas sin orden, distribuidos por la ladera y amontonados en la entrada del desagüe
general que, cada cierto, tiempo las
engullía.
Ni me entere cuando el cabo y
tres vehículos de la Nacional aparcaron a mi espalda. Ovidio se acerco al
primero, del que bajo un teniente, le saludo y se vino hacia mi. De los otros
dos salieron un conjunto de agentes de
la científica, que, sin ni siquiera saludar se distribuyeron por la ladera y
entraron en el túnel.
—La agente Romerales,
— dijo presentándome el teniente, — la
única que entro en el túnel y certifico la presencia de un cadáver. Hará un
informe con lo que vio, sin tocar nada
ya que, como se nos indico, no debíamos alterar el escenario del suceso.
Se le enviara en cuanto se pase a limpio y se registre. —
Astudillo, como se llamaba el
comisario, me dio la mano y las gracias. Seguido por el cabo entro en el túnel.
Quede de guardia en la
entrada. El sitio estaba ya acordonado, lleno de cintas plásticas que limitaban
zonas y mogotes rojos numerados distribuidos desde la salida del desagüe
general al recolector. Apenas si se oían voces, solo los destellos de una
docena de maquinas fotográficas que intentaban perpetuar cualquier posible
pista perdida en el manto vegetal, ahora empapado por completo.
Se escucho una especie de
explosión y, por la boca del túnel fueron saliendo, de estampida y empapados de
pies a cabeza, el teniente, el cabo, cuatro de la científica arrastrando el
cadáver y otro tres con maletines,
maquinas fotográficas y bolsas de muestras.
La boca del túnel era un
enorme surtidor del que manaba un rió de agua cristalina. Una preciosidad.
Bueno, eso y un hecho. El
agua, en su afán liberador, se llevaba con ella, salvo el cadáver, rescatado por
los de la científica, toda prueba, indicio, o huella que existiese o pudieran
haber existido.
Asturdillo, bastante
tranquilo, levanto la operación, mando recoger todo a los de la científica nos
llamo a Ovidio y a mi a parte, contacto con el forense y el juez encargados de
levantar el cadáver y nos ordeno regresar al cuarte.
Salvo ordenes superiores yo
trabajaría dilectamente con el y quería verme en su despacho a las nueve de la mañana.
El comisario de la Policía Nacional,
teniente Astudillo, asignado al caso, hojeaba los pocos informes que, sobre el
caso, había en la mesa. Pocos por decir algo ya que solo el informe del policía
local, el mió, el meteorológico de la noche anterior y una breve reseña del
difunto. D. Indalecio Suárez era todo cuanto poseía para empezar. Faltaba la autopsia,
los informes de la científica y las diligencias de los agentes de la calle, por
lo normal escuetos, ambiguos, breves y
de poco valor.
—Me llamo Pablo, — dijo al sentarme ante la mesa—, si vamos a trabajar juntos mejor que nos
tuteemos. Usted es Lucía. A partir de ahora simplemente Lucía, nada de
Romerales.
En principio, y salvo las ingerencias políticas es un
caso sencillo. No hable con nadie y cualquier intromisión o petición, bien del
cuerpo, del ayuntamiento o de los políticos, me los dirige a mi. Usted, o
mejor, tu, te haces la tonta.
—A la
orden.., mejor si Pablo.
—Indalecio
Suárez, empezó diciendo, el muerto,
tenia 55 años. Fue, durante mucho tiempo, cerrajero, razón por la que pudo
abrir, sin problemas los candados de la verja. En paro desde que se inicio la
crisis. Sin vicios claros conocidos. Ni se drogaba ni tomaba, algún vino si le
invitaban. Poco o nada aficionado a grescas ni riñas. Soltero, medio misógino.
Sin familia. Muy conocido en albergues sociales y comedores humanitarios. En
resumen un buen hombre que debía seguir vivo.
El informe de la Seguridad Social
dice estar bien de salud sin mayores
problemas físicos que los acarreados por su vida errática y su alimentación
irregular
Antes de seguir adelante esperemos que lleguen los
informes de la autopsia y la científica.
Lucia, márchate a casa, intenta recordar lo que vistes
en el túnel, escríbelo y memorízalo, como si fueses a pasar un examen. No te
preocupes, gasta el tiempo con tus hijos y nos vemos mañana aquí a las 10.
D. Cosme, Alcalde del Tripartito, había dormido bien.
Como asturiano de toda la vida, la humedad y la lluvia le relajaban, encima, las
fiestas navideñas, no eran proclives a problemas municipales. Se aseo y paso a
desayunar al saloncito donde estaban ya amontonados los periódicos del día. Por
primera vez en muchas semanas, las páginas de inicio no reseñaban nada de
interés así que se centro en el café y
los frixuelos que tenía en la mesa. “Hoy
será un buen día” pensó, salvo que Conchi, mi secretaria, haga algún estropicio,…. nada importante.
No oyó el teléfono por lo que
no se inquieto cuando le dijeron que era del Ayuntamiento.
—Trini, ¿Qué pasa?,
aun no son las nueve de la mañana.
—Cosme. Acérquese
cuanto antes……Tenemos un problema. No grave pero puede llegar a ser molesto. Ya
le envié un coche.
—Salgo
ahora mismo. Nos vemos.
En un pequeño despacho, anexo
al suyo, estaban todos reunidos:
Trini, la Vicealcaldesa y
autoridad real del Consistorio, Conchi, mi secretaria de toda la vida, Ana Aguado
otras de las patas del poder, y Buenaventura Sánchez, apodado Don, amante de
Trini y según las malas lenguas, el autentico capo del partido, de la Vicealcaldesa y del
Consistorio.
—Sr. Alcalde, —
Dijo Don casi antes de sentarme en la
mesa—, es una tontería pero sino se
controla todo esto, puede hacernos mucho daño.
Esta mañana ha aparecido un cadáver en el túnel de la
senda verde, el que usted inauguro hace a penas 15 días y lo peor es que al
sacarlo surgió una cabeza de agua que
arrastro cuanto había, cadáver incluido, dando la razón a la prensa que la obra
era deficiente y los problemas superiores
a las ventajas,
—No estaba todo estudiado—susurro
D. Cosme. — No existía un estudio
geotécnico que lo previese.
—Si. Y ahí radican o
radicaran parte de los problemas.
—Explíquenos.
—Cuando hace casi 10
años, con el gobierno que diseño el trazado de la senda, usted, en la
oposición, protesto y enfrento a la prensa y a la sociedad contra el mismo, solicito
una serie de estudios que avalasen su necesidad y hasta que no se realizaron se
opuso a la ejecución del túnel.
—Donde esta pues el
problema.
—Leyó
usted o alguien de su equipo, aquel estudio geotécnico. Este que tengo en la
mano y tiene usted delante de la mesa.
—No
recuerdo, hace casi una década.
—Pues
mire la página 115. En ella, muy claro y a modo de conclusión, se indica el
problema de las cabezas de agua de la
zona y no se recomienda la ejecución del mismo.
— ¿Seguro?
—Cosme,
nunca dudes de mí.
—Porque
votamos a favor.
—Como
siempre, por llevarles la contraria aunque no tuviesen razón.
— ¿Quién
hizo el informe?
—Un tal
Hernán Roca, ingeniero de minas, especialista en geotecnia, por cierto, elegido
por ustedes. Al final lo despidieron de malas maneras sin indemnización. La
policía cree que ahora vive en Centroamérica.
Están investigando el país. Olvídese de él.
—Lo
recuerdo vagamente.
—Mejor
piense como manejamos el tema:¿ que
decimos a los medios?,¿ como atajamos el río que tenemos en medio de la senda
verde? y ¿que hacemos con el lago que se esta formando en la base de la misma?.
—Coordine
un equipo de seguimiento con la Policía Nacional, la local y nosotros antes de
hablar con la prensa. Luego veremos que pasa. Reunión conjunta mañana a las 9
de la mañana.
Lucía llego con adelanto. Se sentó ante la puerta y
repaso mentalmente cuanto había hecho por la tarde. En su opinión, nada.
Pablo, muy puntual, apareció
con un legajo de papeles bajo el brazo, saludo con un hola y entro en el
despacho.
—Siéntate Lucia, ahora
empezamos. Hago dos llamadas y te cuento.
—Todo
casi resuelto, falta un como y un porque pero lo demás cuadra a la perfección:
“Indalecio Suárez vagabundo de profesión y antiguo cerrajero, llevaba
una temporada, desde que se inauguro el túnel de la senda verde, durmiendo en
el mismo. Abría el candado al oscurecer y lo dejaba de nuevo cerrado cuando se
iba por la mañana.
— ¿Qué paso el día de autos?
— En rasgos generales
lo mismo, pero algo rompió su rutina. Ordeno sus cosas lejos del desagüe, y se
tumbo a dormir.
—Y….
—Ahí
esta el primer problema. Luego se levanto y cayó, muerto, sobre el canal de
desagüe. La científica certifica que no había agua en los pulmones, o sea,
murió antes de caer. Bueno ni agua ni golpes ni hematomas ni nada, estaba
limpio.
—De algo
murió. Que dice la auptosia.
—Sigue
en ello. Tubo un fallo cardiaco pero ¿Por qué?
—Mi
teniente, bueno Pablo sino le parece
mal. Hay dos cosa que no tiene sobre la mesa. La primera es mi informe inicial.
En el y de eso no me cabe la menor duda, reseñe que, junto al petate donde dormía
el difunto, la existencia de dos bolsas vacías, una de frutos secos y otra de
palomitas. La segunda que gracias a su
deferencia de darme la tarde libre, ayer la pase con uno de mis hijos y un
amiguito suyo, Álvaro. Al dejármelo su madre, lo único que me dijo es que era
alérgico a los cacahuetes y que si por casualidad comía algo que los incluyera
lo llevase lo más rápidamente posible a urgencias.
El difunto, aunque sin saberlo, debía ser alérgico a
los frutos secos. Robo o encontró una serie de bolsitas de los mismos, con
abundantes cacahuetes y se las llevo
para comérselas antes de dormir.
La reacción, al tomárselos en el petate fue: sequedad
de boca, hinchazón de cara y pérdida de
visión. Al levantarse y acudir hacia el agua que fluía por el desagüe sufrió un
sock anafiláctico y murió. Todo por
causas naturales.
—Muy
inteligente Lucía, sin duda tiene toda la razón. No obstante esperaremos el
informe medico pero ya, de entrada podemos tranquilizar al alcalde, lleva todo el día queriendo saber si hay
avances en la investigación.
—Ha sido un éxito. Inesperado pero un éxito. — decía la
Trini , con su bufanda rosa sobre los hombros y las gafas en la cabeza, palmoteando al
alcalde y abrazándose con sus correligionarios del partido— ya nadie dirá que no somos eficientes.
—No te lance Trini—
dijo Buenaventura—estas cosas pasan e,
igual te vienen de cara como de culo. Ahora hay que ver como presentárselo a los
medios y que hacer con la fuente que acaba de nacer en medio de la senda.
—No seas
gafe” Don”—recriminó el Alcalde—. Pide unas cajas de sidra y anuncia a la presa
la resolución del caso. En el próximo Pleno presentaremos un proyecto de
aprovechamiento del agua, la clausura del túnel y la creación de un parque
temático-ambiental en la ladera inundada.
Por cierto, localízame aquel ingeniero, perdido en
Centroamérica y escánciame otro culín de sidra, vago.
—Don Cosme,
déjese de celebraciones, —dijo Conchi— como a las dos de la tarde no este en su
casa, Dña. Isolina le va a crujir. Luego no diga que no le
avise.
En la calle, la prensa
esperaba recibir las gratificantes noticias del Consistorio. Al menos el año
finalizaba con buenos augurios o, al
final, todo sería la típica Inocentada del 28 de Diciembre.