La cena tumultuosa, pero
bien. Mejor el salón multiusos en el que, a parte de bailar, apostar al bingo y
recrearse con casi todos los juegos de
mesa, podían verse, en un rincón apartado, todos los partidos de fútbol del día.
Pedí mi copa y me senté a ver el Barcelona contra la Juventus.
Si no hubiese sido por mi
vecina, octogenaria de Espulgas del Llobregat y fiel seguidora del “Barsa”, que
no sufrió dos o tres lipotimias cada vez que su equipo fallaba, lo hubiese pasado
bien. Estaba en mi misma planta, la 11, y se paso toda la subida lamentando la
injusticia sufrida por los blaugranas.
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Por la mañana ya lo había
olvidado, se zampo un desayuno espectacular, me saludo con un muy marcial golpe
de cabeza y la invite a una copa en el próximo derbi contra el Real Madrid.
Como sabrán perdí la copa y perdió el Madrid.
Esta fue la primera de mis sorpresas.
La tercera edad femenina son unas forofas de cuidado, con mucho dominaban el
tema mejor que los varones, gritaban mas, no tenían idea del reglamento y todas
las faltas debían pitarse a favor de sus equipos, sino: error arbitral.
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Me asombro el “Buffet libre”.
Pese a ser casi idéntico todos los días, los mas de quinientos jubilados que
pasábamos allí una temporada de asueto, nos lanzábamos sobre las bandejas y
regresábamos con platos como montañas en las que se mezclaba una ensalada, algo
de verdura, pelin de carne y cualquier cosa desconocida, como flamenquines.
De entrada había una ruptura
conyugal. Ellas, más rápidas dejaban a sus parejas a cola de pelotón y se
olvidaban del colesterol, los triglicéridos y sobre todo de la glucosa. Buscaban
mesa y bebidas y a golpe de pañoleta localizaban a sus mozos para que se
reuniesen con ellas.
Según he sabido el Inserso se
creo en 1978 y en todos estos años ha debido cambiar la vida de casi el 100% de
los jubilados que lo han utilizado.
Al regresar de comprar la
prensa, algo casi desconocido en el hotel, la violencia de un “Cha, cha, cha” y
la insistencia de una guía de grupo, me hizo entrar en aquel salón que sirve de
todo y para todo. Casi cien personas de ambos sexos, bajo la grácil dirección
de cuatro monitores estaban bailando ritmos tropicales con una dedicación y un
esmero que ni en las mejores escuelas de samba brasileña podían contemplarse.
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Era un autentico jolgorio.
Entre las monitoras, la música altísima y el barullo de gente moviéndose por
las mesas (gente en general nada
jovencita) uno no sabia si estaba en un guateque típico de los años sesenta
o en hotel de cuatro estrellas a la
hora del desayuno.
Termino de repente y a una
velocidad impresionante los monitores convirtieron la sala e baile en un antro
de juegos. Se gritaban los números del bingo, se oían las fichas del
dominó chocar contra las mesas y el
repiqueteo de los dados del parchís, todo en un ambiente ingenuo y familiar en
el que no pude saber si las apuestas elevadas se difuminaban entre las mentiras
expuestas a la vista del público.
Salí asombrado. El “Levante” había dejado de soplar y las
hiladas de nubes iban difuminándose en el cielo; el sol, gracias a Dios y
aunque tarde, hacía su aparición.
Bajamos a la playa. Al decir
bajamos hay que entender descendemos al
infierno pues las bajadas son algo digno de consideración, sobre todo a la
hora de subirlas, que razón tenia mi abuelo cuando decía, para eso
quiero mi burra.
Fue bajar y tomar un rebujito
muy frió, antes de dar un paseo por la arena.
No es que fuera la excelencia
de las playas pero estaba montada para el turismo, mayoritariamente rico y
pudiente. Bares, restaurantes, chiringuitos, asadores de sardinas, en la parte
alta. Sobre la arena tumbonas, sombrillas, rompevientos, duchas, todo menos
servicios sanitarios. Más tarde nos enteramos de la existencia de un convenio
entre el Ayuntamiento y este batíburrillo de establecimientos, de forma que se
podían utilizar sus servicios sanitarios sin que el consistorio debiera
construir unos nuevos cada determinado espacio público.
Había poca gente. Tal vez la
hora, el poco sol o los restos del levante
hacían que la gente se retraerá. Fue un impás corto. Gano el sol y
lentamente la arena se fue cubriendo de cuerpos. Grupos familiares, parejas,
individuos solitarios y por fin, la muchachada del Inserso que tal vez por las
cuestas o por las discusiones previas a la bajada: Vamos o nos quedamos se habían retrasado.
Las mujeres, más osadas,
llegaron primero. Grupos de dos, tres, o cuatro, se iban desperdigado por la
arena, en general lejos del agua, siempre huidas de las zonas de hamacas.
Era curioso. De entrada
extendían las toallas, luego se sentaban sobre ellas, mas tarde, aquellas que,
bajo la ropa, llevaban los clásicos bañadores marianos, de una pieza, se
despojaban de las faldas y blusas, las que no se arremangaban las faldas y
quedan con el sujetador puesto, no se si al final se lo quitarían, siempre en
función de la potencia calorífica del sol.
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Seguí caminando hasta la
considerada zona noble. Una serie de lenguas arenosas con hamacas multicolores,
sombrillas naturales o de propaganda y cercos plastificados, no se si puestos a
modo de cortavientos o para evitar las miradas curiosas de los paseantes, se
alienaban perpendiculares a la costa, siempre custodiadas por un guardia que
hacia las veces de cobrador, una pasta gansa por todo el día, y vigilante.
Nos sentamos en una de ellas
y, ante nuestro asombre, el personal que las ocupaba, todo extranjeros, estaba
en topless o practicando nudismo total. En pelotilla picada las diferencias de
nacionalidad, no existen, quienes creímos una pareja naturista de noruegos resulto
ser un matrimonio de Guecho, jubilados nudistas que desde hacia mas de cuarenta
años practicaba el naturismo en la playa de Sopelana. Otra curiosidad, en
principio impensable, en aquel grupo del Inserso.
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Deseándoles una buena mañana
de sol, los dejamos para ir a comer.
Era sábado, sábado sabadete.
Ya en la bajada del ascensor el personal, menos yo, iba vestido casi de gala.
Una de quienes bajaba comentaba con alguien indeterminado.
—A que me queda bien el vestido, he tenido que perder cinco
kilos para podármelo poner. —
Luego supe del baile nocturno
con música en directo hasta que el cuerpo aguantase.
Baje en chándal haciendo un
ridículo total. La sala de fiestas del subsuelo del hotel era un bullicio,
hombres y mujeres, muchas más que caballeros, que con un dominio insultante de
los ritmos cubrían la totalidad de la pista.
Con mi segundo gin tónic
empezó a serme imposible seguir el movimiento de las parejas. La de verde con
el calvito, la de rojo con el de pajarita, la de aquella insinuante
transparencia con el de camisa estampada. Luego cambio, mas cambio, mas roce,
nada los separaba de una pequeña orgía de
adolescentes.
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Durante el desayuno supe que
la noche de los sábados era peculiar, tanto como los amaneceres; el pudor no
estaba reñido con la edad y el sexo no desaparecía con la caída del pelo. Era otra
peculiaridad de aquel, y creo que la totalidad de los viajes del Inserso. Todos
deseaban lo mismo: Pasarlo lo mejor posible en cada una de las actividades
programadas: desde el desnudo en la playa, al baile en la pista o al sexo en la
cama.