Con estas perspectivas, los
malos augurios de los defensores del cambio climático y la nefasta actuación de
los rectores del naturismo hispano con relación
a los seguidores del nudismo norteño, la realidad es que el 2018 se
presentaba pelín complicado.
Pues sí, con la apertura o la
aplicación de la legislación vigente, el nudismo se ha extendido, sin ningún
tipo de problemas en muchas de las playas asturianas. Justo en estos momentos
de bonanza político-ciudadana, resulta que en todo el norte español no existe
ninguna agrupación naturista en vigor. Primero desaparecieron las gallegas,
luego las cantabras, más tarde las vascas, las de las comunidades centrales
nunca existieron y ahora los gestores nacionales del naturismo han tenido a
bien eliminar de su estructura organizativa
a la asturiana. Muy bien ya no existen representaciones naturistas en el
norte de España
Afortunadamente si existen
naturistas que llenan las playas, al margen o no, de estar representados en
agrupaciones nacionales o internacionales.
Será, como decía un amigo
entre culín y culín de sidra, porque somos feos, o tenemos mal vino o decimos
las verdades a la cara. En mi caso sin duda, por eso y por ser viejo y gordo, dando
con ello mala imagen en las fotos gremiales del naturismo.
Casi sin quererlo ni
esperarlo por Santiago salio el sol y los sufridos astures, con los paisajes
verdes, los pantanos repletos y sus
cuerpos enmohecidos se lanzaron como locos a las costas.
Siempre, y en especial los
primeros días en una playa nudista, pienso encontrarme con alguien mas o menos
conocido. No me refiero al grupo de nudistas que año tras año nos paseamos por
la orilla del mar y que a lo largo de los años, nos hemos ido conociendo,
aunque sea solo por aquel: “Hola que tal”, “Como se paso el invierno” o
“Esperemos que este año nos veamos mas a menudo, será señal que el tiempo es
bueno”. No, pienso en esos vecinos de
enfrente, en la pareja dueña de la cafetería donde suelo tomar una copa por las
tardes, en alguna de las camareras del mismo, en las empleadas de la panadería,
pescadería, frutería o la distribuidora del kiosco de la prensa o de la lotería
del barrio, personas todas a las que veo diariamente en el mundo textil que me
rodea.
Todas, en mi opinión, viven
un verano playero diferente, aunque de vez en cuando sale en prensa algún
artículo sobre el tema, rápidamente
opinan que ellos son también nudistas y es raro que nunca nos hayamos visto por
cualquier playa de la comunidad.. Creo que es mentira pero que si alguna vez
surgiera la posibilidad del desnudo, dejarían sus ropas y el pudor bajo la
sombrilla y se convertirían en nudistas furibundos. Alguna apuesta he ganado
ante este tipo de comportamientos.
La realidad es que, salvo
Rosa que de tarde en tarde cree ver a alguien conocido, nunca hemos tropezado
con personas de nuestro entorno cercano, o muy cercano en una playa nudista..
Los humanos, querámoslo o no,
y los nudistas mas, somos animales de costumbres. Nos dirigimos siempre al
área donde tradicionalmente nos situábamos, clavamos la
sombrilla, extendemos las toallas, nos embadurnamos de crema, yo me resguarde del sol y Rosa, sale a caminar
por la orilla del mar.
—Mira quien esta aquí, Ana y su marido— oí decir a mi lado.
Abrí los ojos. Bajo el
sombrero de paja con el que me cubría la cara, a contraluz y medio borrosos,
una pareja intentaba agacharse para poderme saludar mientras me levantaba a
marchas forzadas, tanto ellos como nosotros estábamos como venimos al mundo, o
sea en pelota picada
Ana era quien depilaba a Rosa.
La conocí casi al mismo tiempo que a ella pues empezó, cada dos o meses, a
venir por casa para eliminar los escasos pelos que le surgían en sobacos,
piernas, entrepierna y otros sitios inverosímiles, pero en su opinión, muy
desagradables.
Llevaba vaqueros ceñidos, camisa a cuadros con
los botones superiores abiertos, y pelo rubio, cortado a lo chico. Arrastraba
una pequeña maleta de ruedas con sus utensilios de trabajo. Me saludaba con un
deje asturiano muy marcado y pasaba con Rosa a la habitación donde ya estaba
dispuesta la camilla.
Esta rutina, con pequeñas
variaciones duro años, muchos.
Hubo, a lo largo del
tiempo, algunos cambios. En cierta ocasión la cera, que derretía en la cocina,
por alguna causa, para mi desconocida, se le derramo por encima, le mancho los
pantalones y Rosa debió dejarle una bata para terminar su trabajo. Desde
entonces venia con una amplia camisola blanca que se ponía sobre la ropa de
calle en los meses invernales y sobre la
interior en verano. No es que yo participara en los cambios es que era muy
significativo verla salir a la cocina bien en pantalones o con las piernas al
aire.
La anfitriona se preparaba vistiendo únicamente una exigua tanga roja,
algo que yo le regale en no se que Fin de Año. En algún momento, por razones
desconocidas para mi, la braguita se rasgo y desde entonces recibe el
tratamiento completamente desnuda, paseando de esta guisa cuando debe salir de
la habitación para ir al baño, mirarse en el espejo o recoger el dinero para
pagarle los servicios.
Su rasgo más peculiar y
cambiante, era el pelo. La conocí rubia, casi pelona, pero a veces aparecía con
melenita castaña o a dos colore o morena. Debía ser un rasgo innato en la
profesión.
Durante mucho tiempo casi ni hablo conmigo. Con los años fue
soltándose y charlaba, mayoritariamente, del tiempo. Eso si en su asturiano cerrado.
Estábamos los cuatro sin
decir nada, sorprendidos y algo tímidos por lo extraña de la situación.
Recordé que en cierta ocasión
comento que su marido y ella eran nudistas, pero no me lo creí y menos imagine
encontrarlos en aquella playa a la que nosotros si íbamos desde hacía mas de
una década
—
Matías, mi marido
—.
Estaba como siempre, pero sin
ropa. Solo el pelito rubio, muy corto, la acercaba a la realidad textil que yo conocía.
Tenía menos tetas y algo más caídas de lo que pensaba, amplias caderas, piernas
musculosas. La piel más que blanca, blanquísima, con infinidad de pecas. Unas
enormes gafas, de nácar amarillo le
cubrían media cara y un pareo, colocado sobre los hombros, completaban su
figura.
—
El si es nudista,
yo le acompaño a veces a la playa—
Ahora si, con mis ojos
adaptados al sol, lo reconocí. Era uno de esos especimenes musculosos que
pasaban las mañanas jugando a las palas y al terminar corría, como un poseso, por
la playa hasta La Arena. El si me sonaba, aunque solo de vista.
—
Me voy a jugar,
nos vemos luego—
Quedamos los tres bajo la
sombrilla y el ángel del silencio que nos acompañaba desapareció. Empezamos
hablar de todo. Del tiempo, de la playa, las amigas. Se embadurnaron de crema,
bebieron agua, comieron algo de fruta, se levantaron y me invitaron a dar un
paseo por la orilla.
Éramos tres mas en un mar de
nudistas que iban y venían, que disfrutaban del sol que, de vez en cuando se
daban un rápido chapuzón.
Regresamos a comer bajo la
sombrilla, ellos empanada y tortilla nosotros. Nos adormilamos, volvimos a
pasear. Al rato se levantaros y se despidieron, algún problema tenían en casa.
Antes de partir Ana se me
acerco y como algo lógico y natural me dijo.
—
Sabes José Luís,
eres el único en la playa que no tiene depilados los genitales. La próxima vez
que vaya por vuestra casa lo solucionamos. —
Se marcharon. Quede con su
cuerpo desnudo en mi retina y la ilusión de volverla a ver otro día tal como
hoy. Su ofrecimiento cayó en el pozo del olvido.
Ella no se olvido.
—
Hoy os toca a los
dos—, fue su presentación cuando, mes y medio más tarde apareció por casa.
Ni Rosa ni yo recordábamos su
proposición pero ella se empeño en hacerla patente.
—
Primero la señora
y luego el caballero— dijo con una sonrisa medio picarona mientras entraba en
la habitación y se colocaba la bata de trabajo.
Rosa apareció desnuda entro y
cerró la puerta. Quede jugando con el ordenador y pensando si su ofrecimiento
seria una realidad o un simple brindis al sol.
—
Ahora tu José
Luís —. Pues si, venia dispuesta a depilarme.
—
Desnúdate y túmbate en la camilla — comento
mientras salía, con una palangana, en buscar agua caliente.
Me desnude y la espere,
cubriendo mis partes pudendas con una pudorosa toalla.
Llego y lo primero que hizo
fue despojarme de la misma, luego me tumbo y a continuación me enjabono, a
conciencia, mis intimidades sin ningún tipo de reparo. Tan pronto frotaba mi
sexo como se recreaba con los genitales.
—
Tranquilo, ya te
vi. en pelotilla en la playa y esto es totalmente profesional, si te pones algo
cachondo es normal a todos nos pasa—
Algo no, bastante tirando a mucho.
Ella seguía enjabonándome y yo empecé a ver que bajo la bata no llevaba nada, o
al menos sujetador, No pude seguir investigando pues, de repente note el frió
de la cuchilla que iniciaba, primero una labor de desbroce y luego otra de
afinado y limpieza. Poco a poco la masa negra pilosa de mi entrepierna iba
desapareciendo. Ella a lo suyo. Inclinada sobre mi, maquinilla en mano iba
eliminando la espuma y el pelo. Sin quererlo, o queriéndolo, en cada movimiento
dejaba mas a mi vista la evidencia que
bajo la bata no llevaba nada y que sus pechos, desnudos, se mantenían cada poco
tiempo ante la visión divina de mis ojos. No parecía importarle.
—
Ves como no ha
sido para tanto, ya terminamos. Ahora te lavo y aplico crema hidratante para
que no escueza—.
Sentí como una esponja tibia iba eliminando pelos y espuma. Sin más preámbulos,
sus manos, embadurnadas de crema, empezaron a masajearme el sexo y los
genitales, mas como algo sexual que
profesional. Fue entonces cuando desconecte y a ella le debió pasar algo de lo
mismo.
Mientras seguía trabajándome
los bajos, inicie una aproximación hacia la parte inferior de su bata y sin
nada ni nadie que lo impidiera fui ascendiendo por su entrepierna. Estaba, como
imagine, sin nada, empapada, abierta, ofreciéndose a mis caricias. Al amparo de
una depilación estival estábamos llegando a una masturbación conjunta y consentida.
La novedad y lo imprevisto
acelero mi orgasmo. Un flujo de semen se esparció entre los restos de espuma,
la crema hidratante y sus dedos.
Me limpio con delicadeza y
mientras me besaba en los labios susurro.
—Otro día será mejor—.
Quede sobre la camilla y mientras
desaparecía.
—Deja de vaguear y levántate— oí decir a Rosa.
—Acuérdate que tienes que preparar la cena y me habías
prometido tostas de huevos de codorniz, con jamón sobre fina cama de aguacate.