jueves, 28 de junio de 2007

MI ENFERMERA PARTICULAR

Mis pacientes llegan a la consulta aduciendo problemas entre las piernas,
pero al salir, comprendo que donde
realmente los tienen es en la cabeza.                                                             Pilar

La conocí hace años. Entonces se anunciaba en el apartado de contactos en el periódico local como “Enfermera Particular”. Hoy no se llama así y podría ser, con el tiempo, mi paciente favorita.
Si la memoria no me falla fue en Julio del 2000, concretamente el jueves 20; una tarde anodina, ni lluviosa ni excesivamente caliente, un día normal del verano asturiano. En Enero, la Administración tuvo a bien el prejubilarme y yo, cegado por la pasión, salí hacia Centroamérica pensando que allí podría finalizar mis días. Como en otras ocasiones, me confundí. Regresé con el amargo regusto de que algo, en mi vida, no iba del todo bien.
Un antiguo refrán español reza: “Cuando el diablo esta ocioso, con el rabo mata moscas”. Tenía ilusiones, pero sin la fuerza mental para llevarlas acabo, deseaba mujeres pero mi timidez impedía que las abordara. En ese momento, por una rara concatenación de soledades encontré su anuncio de lo más atrayente:
Pilar, tu enfermera particular. Masajes sensitivos y relajantes.
Llámame, no te arrepentirás.
Telf. : 985 202434

Lo leí muchos días y en dos o tres ocasiones marque el número y colgué antes o en el momento en que contestaban. Aquel día debía estar muy mal o excesivamente eufórico. Llamé, alguien contestó y casi sin mediar palabra me citó en un céntrico piso a las cinco de la tarde, como en los toros.
Me abrió la puerta una rubia vestida con bata de enfermera y sin mediar palabra, me introdujo en una habitación amueblada con una mesa de masajes y una cama.
.- ¿Cómo te llamas?, ¿Es la primera vez?. Desnúdate y acuéstate boca abajo en la camilla. Relájate. Fueron preguntas y ordenes que escuchaba mientras ella salía del cuarto y cerraba la puerta.
Hice lo que dijo. Me tumbé y aguarde que regresara. Extendió sobre la espalda y glúteos una fina capa de aceite, ni vegetal ni aromático, simplemente de Jhonson para niños, e inicio su tarea. Me centre en el ir y venir de sus manos, en sus movimientos suaves, monocordes, repetitivos que terminaban en una especie de caricia, un roce, sobre las zonas más sensibles de mi anatomía.

.- Estas muy relajado, la oí comentar, para ser la primera vez.
Pero estaba tenso, intentando descifrar el siguiente de sus movimientos, o saber como finalizaría su actuación.
.- Date la vuelta.
Me la di y ahí se acabo el masaje para entrar en juego el sexo encubierto.
Sin un calentamiento previo, sin un preámbulo, sin nada, sus manos se acoplaron a mis genitales en un vano intento de despertar mi animalito dormido.
.- No lo conseguirá, pensaba, viendo como se esforzaba para que mi sexo, a base de fricciones y estiramientos alcanzase primero una erección y luego una eyaculación. Mi mente no cooperaba, pensaba en otras cosas. Ella seguía a lo suyo y yo deseaba descifrar que estaría pasando por su rubia cabecita (tal vez cosas como estas).
.- Menudo viejo, ni se le levanta, voy a perder una hora de trabajo y, total, para nada.
.- Tócame, susurro de pronto.
Una de mis manos se apoyo sobre su pecho, bajo lentamente la cremallera de la bata e intento, sin éxito, desabrocharle el sujetador, cosa que al final termino haciéndolo ella, y descanso sobre una teta grande, blanca, caída, generosa, coronada por un botón rosado y redondito. La rodeo, amasó, estrujó, acaricio, sintió como se erectaban los pezones. Estaba excitado pero no quería correrme, anhelaba seguir con aquella teta para mi solo. Fue imposible.
.- No puedo mas dije al sentir explotar mi semen entre sus dedos.
Me limpio y se inclino sobre mí como cobijándome.
.- Descansa, murmuro.
Pasó un minuto, tal vez dos, pero para mí fueron entrañables, sin duda los que se grabaron en mi mente.
Salí con una sola idea. “Debía volver”, regresar y conocer mas de aquella “Enfermera particular” que el destino hizo surgir de la Sección de Contactos de La Nueva España. Aguante una semana. La llamé y volvimos a quedar a las cinco. El proceso fue idéntico al de la primera vez salvo que ahora no llevaba sujetador y había en su voz un pelín mas de confianza. Entre toqueteo y toqueteo me contó algo de su vida, muy poco.
No la vi de nuevo hasta Septiembre, al regresar de mi clásico veraneo en Oliete. Lo que más me sorprendió fue que se acordase de mí. Ante mi estúpida pregunta: ¿Sabes quien soy?, ella sin dudarlo respondió: José Luis. Me dio seis masajes aparentemente iguales, salvo que entre nosotros había mas intimidad, mas dialogo. Supe que, como yo, era abuela, que tenía dos hijas, que estaba separada, que de tarde en tarde, su carácter se tornaba ligeramente agresivo, que envolvía en un manto de silencio su vida privada, y poco mas.
Tarde mas de un año en verla de nuevo pero como la primera vez no le fallo la memoria. Supo quien era al descolgar el teléfono y como si nos hubiésemos visto el día anterior comentó, “Como siempre, a las cinco”.
Todo se mantenía igual: La camilla, el cuadro sobre la pared, la luz, opaca y rojiza, la cama, pero el proceso cambio, o mejor dicho, lo altere yo. Al concluir la correspondiente sesión de masaje y cuando debería darme la vuelta, le pedí que lo finalizáramos en la cama. No dijo nada. Salió, se lavo y regreso con la misma tranquilidad y parsimonia de quien esta haciendo algo de lo más natural del mundo. Retiramos la colcha, me tumbe sobre una sabana con florcitas y luego, con el mejor de los propósitos empezó a juguetear con mi cuerpo. Era algo inútil. Mi mente volvía a estar en otro mundo y por mas que lo intentaba, mi sexo seguía flácido y marchito. Le pedí un cambio, sería yo quien tomase la iniciativa. Algo mejore, pero poco. Puede decirse que aquel, mi primer contacto sexual fue un completo fracaso. Creo recordar que me corrí cuando ella me estaba colocando el preservativo. Meses mas tarde me comento que era muy torpe en la cama y encima la tenía muy pequeñita.
Durante los meses que la visite, dos o tres al año y siempre coincidiendo con la estación estival, mi comportamiento sexual apenas si mejoro. El juego inicial, los preámbulos y la culminación fueron perfeccionándose, pero aun ahora, tras el tiempo trascurrido pienso que nunca hice bien el amor con mi “Enfermera Particular”. Entre que no participaba, no se integraba en la excitación mutua, existían en su cuerpo algunos puntos erógenos vedados a mis caricias, el ceremonioso proceso de colocación del preservativo y su consiguiente retirada nada mas finalizar el acto y alguna otra lindeza que ahora no recuerdo, debo admitir que nunca la hice sentir bien como mujer y siempre me considero como un patán sexual.
Esa torpeza dio paso a un mutuo y amplio conocimiento humano. Después de cada pifia nos sentábamos en la cama y hablaba ella y hablaba yo. Supe mas de su vida, de sus problemas charlábamos de tiendas, de comidas.
Nunca conocí su historia personal ni le pregunte como había terminado en esta vieja profesión, la más antigua de la historia. Ante cualquiera de mis insinuaciones cortaba por lo sano: “ El sexo es para mi un trabajo, no un placer”, dijo una vez, sin saber a ciencia cierta el porque, o “ Tu no podrías salir conmigo ni a tomar un café, sabiendo a que me dedico” me soltó al poco de conocerla. La veía como una amiga y ella a mí como a un imbécil, pacifico, agradable y poco conflictivo.
Cada año, al regresar de Centroamérica y marcar su teléfono, pensaba, ¿Seguirá ahí? , ¿Se habrá perdido paro siempre?. En este punto tuve suerte. Fue ella quien un día me dijo que lo dejaba todo y que no volveríamos a vernos. Me aclaró que no se llamaba Pilar, que no vivía en Oviedo y un montón de cosas más.
Lo sentí. Casi me había adaptado a su cuerpo, a la opulencia de sus pechos, a su indiferencia en la cama, a su falta de orgasmos, a su inhibición, a su poco pudor, a su sexo húmedo y tupido, a su cajita de preservativos, a sus ojos cerrados, a su boca. Me había acostumbrado a su forma de ser, a sus conversaciones, a sus silencios, a ella como mujer.
Una mala tarde de un día gris, Pilar, “Mi Enfermera Particular”, desapareció, se perdió entre la fría neblina asturiana. Mucho tiempo después, otra mañana lluviosa, supe su verdadero nombre. Soñé que tal vez, otro día, la encontraría en cualquier calle y con el tiempo, ya no sería su torpe enfermo sexual, sino que ella pasaría a ser mi paciente favorita, pues sin duda sus vivencias debieron dejarle hondas cicatrices.
Pero, como escribió un célebre cuentista, esta es otra historia y su protagonista otra mujer.

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