domingo, 11 de septiembre de 2011

EL GORRITO DE BAÑO

Los hombres, y también las mujeres, somos animales de costumbres. En cuanto nos habituamos a ciertos cánones pensamos que los mismos se perpetuaran a través de los tiempos, no imaginamos que, por causas ajenas, lo que hoy es blanco mañana puede volverse negro, amarillo o violeta. Tampoco somos nada dados a informarnos, a usar el bonito instrumento de Internet, para saber, al día,  lo que la cotidianidad  da, muchas veces, por hecho. Nos servimos de ese aparatito para enviar chistes y bromas a nuestros amigos, conectarnos alguna página porno en épocas de carencia sexual o, los mas avanzados, conocer y manejar el estado bancario de sus finanzas. Yo, como soy muy raro, no.

 Pertenezco a dos asociaciones, una deportiva y otra lúdica. Ambas tienen página web y en ambas un desconocido currante las actualiza, cambia y mejora. Como mi vida de prejubilado no tiene excesivos agobios poseo, en consecuencia, todo el tiempo del mundo para no hacer nada. Cada mañana abro las páginas de mis clubes y me entero, en una, del régimen de entrenamientos para la semana y en la otra, mas desprovista de noticias, de lo que nuestro Presidente nos informa y que nadie lee. Habla, por ejemplo, del nudismo a nivel local, del día del orgasmo colectivo para cooperar con la paz mundial, de una carrera pedestre o una marcha cicloturística en pelotilla picada, de una huelga de teléfonos caídos como protesta al desmesurado abuso  de las operadoras nacionales, o sea de cosas importantes. También de las actividades de la Agrupación y de sus posibles cambios.

Desde hace unos meses algunos de los miembros de nuestra Asociación Naturista utilizamos las instalaciones termales del Hotel Jovellanos, los primeros y terceros domingos de cada mes. Como somos naturistas, o sea nudistas, las disfrutamos, como vinimos al mundo y sin la vigilancia, amparo y tutela de los encargados, ya que ellos, al deber ir vestidos se sienten pelín cohibidos. Vivíamos en un mundo feliz e ignorábamos los consejos que nuestro buen dirigente vertía en su Web. Todos, menos este pobre cuentista.

 Por ella supe que en la siguiente actividad del mes de Marzo, quienes asistiéramos al SPA, deberíamos llevar, junto a las chancletas reglamentarias, un gorrito de baño. Salvo un servidor, nadie se enteró de la norma. Si ya, por causas que nunca entenderé, suele producirse un desorden organizado en el área de recepción, ese día el desmadre alcanzo cotas impensables. Que si nadie lo había avisado. Que de donde sacaban entonces un gorro. Que si había que llevarlo también en la sauna, o en el jacuzzi, o en el pediluvio. Que donde se dejaban y como se reconocerían. Que. Que. Un montón de preguntas sin respuestas. La Gerencia, siempre diligente, lo tenía todo, o casi todo, previsto. Existían gorros desechables para todos, solo se utilizarían en la piscina de hidromasaje y que confiaban en nuestro buen hacer para que los usásemos, ya que ellos no iban a entrar en el recinto nudista.



Mi gorro, único diferente, era de tela fina, a franjas azules y blancas y con un llamativo número 3 sobre la coronilla. Me lo dieron, años atrás, en el Descenso del Navia, más que otra cosa para controlar el orden de llegada de los nadadores. Al resto les regalaron unos blancos, no de látex, sino de goma normal adquiridos, sin duda, en algún chino de todo a cien o en el mercadillo dominical de los alrededores del Molinón.  Tan malos eran que, ya en el vestuario, dos de las féminas, al intentar introducir en ellos sus pobladas cabelleras, los reventaron presentándose en el circuito termal con una especie de parche que ni tapaba ni cubría.

El Balneario del Hotel era, para mí, un pozo inigualable de inspiración. Salí el primero evitando, por una vez, el espléndido espectáculo de ver como las damas van desnudándose lentamente,  con esmero; me duche y situé en una de las esquinas de la piscina para contemplar, desde allí, la llegada del resto de los asistentes.

Un fracaso. Fue lamentable  ver surgir al personal con la cabeza embutida en aquella especie de condón blanco del que afloraban matas de pelo coloristas y variopintas. Peor aun, las dos  desafortunadas que lo rompieron luchaban por evitar que se les cayera o que se les rompiera más.

Para mi desgracia, en momentos como esos, en vez de fijarme en las bellas siluetas femeninas, me pongo a pensar. Desde mi observatorio contemplo al personal con su cabeza embutida en el poco lujurioso casquete, y supongo que ante una visión como esta el médico Sinuhe el Egipcio debió descubrir la técnica de la trepanación o mejor aun idealizo a la alta nobleza francesa que, para eliminar esa vieja costumbre de lavarse, decidió raparse al cero y cubrirse luego con elaboradas pelucas.

Lentamente los asistentes van saliendo del agua y de nuevo mi mente traviesa se pregunta: ¿Porque Francisco cuyo cuerpo esta enteramente cubierto de pelo, pero tiene la cabeza afeitada? O ¿Por qué yo que tengo cuatro pelos finos y ralos en la cabeza, pero, eso si, una tremenda mata pilosa entre las piernas, bajo la que se entierran mis testículos?,  no deberíamos evitar que los abundantes pelillos de esas zonas cayeran al agua y obturaran los filtros  y sin embargo nos cubrimos aquellas partes desprovistas de vello. Son preguntas sin respuesta. Curiosidades que solo a mi me interesan.

Bajo el potente chorro que masajea mi espalda y elimina el gorrito que me cubre, los veo salir. Uno a uno van desprendiéndose de sus gorros depositándolos sobre los muretes, las sillas o las toallas recuperando su apariencia de antaño. El grupo femenino desfila otra vez con sus sexos perfectamente depilados, sus  axilas limpias como “culitos de niño “ y sus melenas tan mojadas como en ocasiones anteriores. No dejan los gorros sino retazos de goma,  ya que salvo una, de melenita corta, el resto o mejor dicho sus frondosas cabelleras, los han destrozado.

.- Tranquilos, todo se arreglara la próxima vez, oigo decir al Presidente.

Nadie le escucha. Como en tardes anteriores los asistentes se han ido disgregado ocupando posiciones en la sauna, el jacuzzi, la piscina fría o las tumbonas. Dos mujeres, ya sin gorro, regresan a la piscina recostándose sobre las camas de agua. Salgo y con paciencia infinita voy recogiendo el reguero de trocitos de goma que, a modo de alfombra, tapizan los alrededores de  la zona termal. Llevo mi gorro en la mano. El problema, otro más, es que con bañador uno puede sujetárselo de la cintura o la entrepierna pero así sin nada encima debe acarrearlo haciéndole disfrutar del resto de servicios de la balneoterapia.

La sauna me recibe con un griterío femenino, crítico y perverso, contra la nueva moda instaurada. Me acurruco en la bancada superior y me relajo observando sus coñitos, unos depilados y otros perfilados, pero arreglados con esmero,  los pezones, casi todos inhiestos,  las cinturas deformadas por los años.

Todo vuelve a la normalidad. Eso si la novedad del gorrito de baño deberá mejorarse. Me han pedido el mío por ver si mandan hacer otros similares, pero con el logotipo de la asociación y el Presidente, siempre solicito, ha ofrecido disculpas a los responsables del balneario por la poca utilidad y el mal estado de los que nos suministraron. 

Salimos. Esta vez la tarde en el SPA no ha estado matizada  con destellos eróticos o exhibiciones morbosas, ha estado presidido por aquella otra máxima religiosa, tan de moda en mi juventud, de “Vestid al desnudo” aunque  únicamente se le cubra la cabeza por suponer que en ella se acumulan la mayor parte de los pelitos que, en otros tiempos, enmascaraban la totalidad de su cuerpo. Esta obligación mas que por higiene, ya que la totalidad de miembros de la asociación es de lo más aseadito con sus cuerpos desnudos, es, como se debe imaginar, para evitar la obturación de filtros y no poder escudarse en ello ante el mal funcionamiento de alguna de las instalaciones del lujoso “SPA Balneario del Hotel Jovellanos”.

                                              

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