Hasta entonces y sin saber a
ciencia cierta el motivo siempre fueron peluqueros y no peluqueras, quienes se cuidaban,
cada tres o cuatro meses, de arreglarme un poco mis rizos posteriores y
quienes, viendo el lamentable aspecto de los mismos me recomendaban que dejase
de nadar en piscinas cubiertas, que usase champús de mejor calidad o que no
tomase el sol en verano, pues cualquiera de estas actividades convertían en
amarillento mi pelo plateado. Nunca les hice caso.
La peluquera que, aquel día
ya lejano me tomo bajo su servicio, supuse que, en conjunción con el nombre del
establecimiento, se llamaría Astri, error este que durante años continúe
perpetrando. Tiempo después supe que se llamaba Mabel, y solo con el hecho de
tropezarnos muchas veces por el barrio hizo que termináramos, no como amigos,
sino simplemente como buenos conocidos.
Era una relación de lo más
cómoda. Pedía hora, por lo general la primera del día, me lavaba el pelo, lo
cortaba como siempre y me daba un poco
de conversación: del tiempo, de mis viajes a Madrid o a Costa Rica, de alguna
que otra lesión que tuvo en las rodillas y que la mantuvieron de baja cerca de
seis meses, de mis cursos de masaje o del continuo trafico de ayudantes que
aparecían y desaparecían por su
establecimiento.
Jamás entramos en temas
personales, ni antes ni después de saber su verdadero nombre. Este otoño me
comunicó, no que cerraba la peluquería, sino que se jubilaba. Los servicios se
mantenían pero sería su hermana, la autentica Astri, quien los llevaría.
Cambio de lugar, siempre
cerca de casa, de mobiliario, se hizo peluquería ecológica y naturista, todo
cuanto más natural mejor. Las antiguas señoritas desaparecieron como por
encanto, se persono en las redes sociales, las paredes se volvieron blancas con
cantos rodados, del mismo color, como rodapiés, y una serie de árboles secos
enmarcándolas y en ellos, ¡Ho cielos¡ como media docena de orquídeas naturales
y una serie de pájaros tropicales de peluche.
Me atendió Astri, la dueña, de
unos cincuenta años, rubia, vestida por completo de negro y sumamente
habladora.
¿Cómo me llamaba?, ¿Desde
cuándo iba por allí? Se alegro que conociese a su hermana, que fuese un cliente
tan antiguo y aún mas que mantuviese uno de los pocos carnés de la peluquería,
ya en desuso desde hacía algunos años.
Le gustaban las orquídeas,
aunque se le morían todas y la cocina pero era pésima cocinera; viajaba mucho a
Barcelona, donde vivía su hija. No supe, ni lo sé ahora, si era viuda o
separada, aunque si intuí que vivía sola por preferir desayunar en los bares de
la zona mejor que en casa, pues el café le salía fatal.
Con el tiempo intimamos más,
solo a nivel de profesional: peluquera - cliente.
Fueron pasando por allí
Margot, argentina, empeñada en hacerme un arreglo de cejas, Karol, experta en
el cuidado de las uñas, manos y pies, Verónica especialista en ventas mediante
ofertas por Internet y solo dedicada a señoras. Un buen día llego su hija Tania desde Cataluña y ella desapareció.
Con mano firme el local fue
cambiando. Fuera orquídeas, fuera arbolitos
secos y llegada en tromba de estantes con todo tipo de productos
cosméticos y capilares. El personal se estabilizo manteniéndose ella y dos
ayudantes, por lo general muy eficientes.
Hasta que llegó Berni.
Era
ecuatoriana, de la localidad de Naranjo, situada al norte del país muy cerca de
la costa del Pacifico. Para mi una ciudad entrañable, mas que nada por aquel
dicho que cualquier capitalino te contaba:”No
lleves piñas a Naranjo”. No es
que la producción de piñas fuese aquí excepcional, sino que asimilaban piñas a las
mujeres y, lógicamente te recomendaban que viajases solo y allí, si duda encontrarías
alguna “hembrita” que te hiciese
feliz. A mi pesar la encontré en Oviedo.
—
Que cejas tan
raras tienes —decía cada vez que me atendía.
Efectivamente,
desde los cuarenta tengo el pelo completamente
blanco y las cejas negras azabache. Una peculiaridad de familia. Así las tuvo
mi padre y alguno de mis primos.
—Me recuerdas al abuelo, pero al
revés. El era moreno, vamos negro, y tenía las cejas y el bello púbico, blancos
como la nieve. Ese detalle le hizo enormemente conocido y respetado.
Por
ello y por haberle asignado el Gobierno de la Republica una extensa
franja de terreno alrededor de la carretera, recién terminada, que unía Quito y
la zona de los Indios Colorados, con el único propósito de mantener limpios de
vegetación los arcenes de la misma.
— Era famoso. Vivía rodeado de mujeres, todas
ellas visitadoras de las maravillas de su entrepierna, y de los jóvenes y niños
que de tales relaciones surgían y que eran, al final de la historia quienes
cuidaban la carretera, cultivaban el terreno fértil y pescaban camarones en las
zonas pantanosas de la finca.
—
Yo le cortaba el
pelo, de todo el cuerpo, para que vamos a engañarnos— esto último lo decía
mostrando una preciosa sonrisa.
Al
despedirnos siempre comentaba.
—
Ingeniero, haber
si algún día, como a mi abuelo, le hago un tratamiento general, mas ahora que
pronto empezará el verano y en el que, sin duda, usted ira alguna de las playas
nudistas asturianas.
A
los tres meses llame por teléfono para reservar hora. Hable con ella y a modo
de sorpresa comentó.
— El viernes deberá ser por la
tarde, viene mucha gente, por las comuniones. Así, de paso, le preparo para la
playa, como le dije. —
No
había nadie. Me lavo la cabeza, me hizo un rápido, pero eficaz corte de pelo y
me empujó hacia la cabina de estética que tenían al fondo.
—
Como le prometí
le voy a dar un tratamiento completo. —
La
seguí. Llevaba una especie de camiseta blanca, muy corta, muy escotada y sin
mangas.
El
gabinete estaba prácticamente ocupado por una camilla forrada con un cobertor
afelpado y una toalla a los pies.
—
Desnúdese,
túmbese y cúbrase con la toalla, “ahorita
“ vuelvo —
Hice
lo que me pidió y espere su regreso.
Colocó,
sobre una mesita auxiliar, espuma de afeitar, una palangana con agua templada,
una serie de maquinillas de afeitar deshechables y una serie de pequeñas
toallitas de felpa.
— Venga, al “tajo“— dijo despojándome de la toalla
y enjabonando mis partes pudendas con abundante espuma de jabón.
—
Será “rapidito” y luego le doy un masaje
refrescante.
Fue profesional y delicada.
En un abrir y cerrar de ojos dejo mi sexo y los alrededores como el culito de
un niño
Elimino, con agua templada,
los restos de espuma, me seco y con aquella extraña sonrisa que nunca supe
descifrar me susurro al oído.
— Ahora el premio
Me tumbo, saco, de no se
donde, un aceite tibio, denso, oloroso y sin terciar palabra empezó a
embadurnarme el sexo, los huevos, las ingles y el culito.
Di un ligero respingo y casi
por inercia abrí las piernas para dejarla trabajar mejor. Era algo agradable,
excitante, lujurioso.
Acercando su cuerpo a la
camilla, casi rozando mi brazo, que fláccidamente caía y, mientras colocaba en
mi mano un buen chorro de aceite, susurro.
—
No me seas
tímido, hazme algo. —
Había imaginado que, bajo la
larga camiseta, iba totalmente desnuda. Ahora lo constaté.
Primero avance hasta su coñito, ya ligeramente húmedo, luego descubrí su
ombligo y al final recaí entre sus senos. Me daba su cuerpo para que jugase con
el, para que ambos disfrutásemos con lo que teníamos entre manos.
— Ha sido un placer—
— El
placer fue mío —, pensé sin decir nada.
—Vuelve siempre que quieras. Ingeniero. Yo aquí
trabajo de peluquera y esteticien, pero la verdad es que soy pintora, de cierto
prestigio — dijo perdiéndose al fondo de la cabina.
—Apúntame para dentro de tres meses, cuando
me crezca el pelo— dije al salir
“Y de
todos los sitios”, idealice para mi mientras se cerraba la puerta y me
perdía en la tarde-noche de Oviedo.
Nunca volvimos a vernos.
Cuando regrese me dijeron que al poco de atenderme se despidió diciendo que iba
a Madrid a dedicarse a lo suyo.
–
Suele pasar a
menudo. Están aquí unos meses y luego desaparecen.
Nota de Prensa:
Clausura de ARCO
XXXVIII
Con gran asistencia de
público se ha clausurado la 38 Edición de ARCO, este año dedicado a la pintura
Sudamericana, en concreto a Ecuador.
Siguiendo las huellas
de sus grandes maestros como Guayasamin, un conjunto de pintores del país,
comandados por la joven Bernarda Arguello, han sido los animadores de la
muestra, en donde la fuerza, el color y el realismo mágico de Kidman han vuelto
a revolotear por los distintos pabellones, con la frescura y buen hacer de sus
nobeles artistas……….
Madrid 27 de Febrero del 2019
Por la foto de prensa era, sin duda, la Berni que tan bien me trato
en la peluquería de Mariastri. Suerte para ella.
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