Por fin lo conocí. No es que
me desplazase Avilés con el solo propósito de visitarlo, sino casi lo
contrario. El 6, 7 y 8 de Octubre se celebro en Oviedo la Primera Feria de
Arte Asturiana y para mi sorpresa dos de las Galerías que presentaban obras, la Octógono y la Amasa tenían su sede en
Avilés, ciudad situada a menos de 30
Km. de la capital y a la que siempre fui exclusivamente por
alguna que otra competición de natación, el certamen anual de alfarería y quesos o pasear por el Mercado Medieval que se instala
en el centro de la villa durante las fiestas patronales de San Agustín.
Un mes más tarde de la Feria, en el suplemento
Cultural de la Nueva España,
leí que, cuatro de los grandes pintores asturianos, presentaban obras en
Avilés. Ricardo Mojardín en la
Amasa, Natalia Pastor, una de las últimas ganadoras del
Premio Ciudad de Luarca, en la
Octógono, Luis Feito en el Centro Municipal de Artes y
Exposiciones y Hugo Fontela en el Centro Niemeyer. Por eso viaje, solo por ver
arte.
Tal vez la reciente polémica
entre el Gobierno Municipal, el Gobierno del Principado y las asociaciones
cívicas sobre la utilidad o no del Centro, su mala o buena gestión económica,
su falta de criterios en cuanto a la futura programación cultural, o quizás, y
lo mas importante, su financiación y control por parte del Municipio o el
Principado, en la actualidad compuestos por partidos contrarios: el PSOE y el
FORO, habían picado mi curiosidad por conocer el Centro, ver la obra del arquitecto
Niemeyer y comprobar personalmente todo lo que se volcaba en la prensa, pero el
deseo de ver las exposiciones y el hecho que la obra de Fontela ya la había
visto en Gijón y Madrid, hizo que lo déjese para el final, ingenuamente pensando
que caería la noche, llovería y habría que regresar pronto a la capital.
No fue así. Avilés es pequeñito, las galerías estaban
todas muy cerca unas de las otras, la tarde noche era magnifica, la luna llena
iluminaba la ria y, lo mas importante, Rosa se empeño en conocer el Centro.
Si hubiese ido con mi amigo Manolo
lo más normal es que hubiésemos desistido a las primeras de cambio. Hubo que
efectuar un agradable recorrido desde la Plaza del Ayuntamiento al Centro Niemeyer, cruzar
la ria de Avilés, a la luz de la luna, subir y bajar escaleras, caminar por las
rampas de acceso y deambular por la explanada donde se ubican las tres
instalaciones que integran el conjunto: La Cúpula, o sala de exposiciones, el Minarete,
coronado por la coctelería y el Auditorio,
para eventos culturales. Una cosa si era cierta, no había agobios ni atascos,
puede decirse que no éramos mas de 10 personas las que, en aquel momento,
visitábamos el Centro.
No se si por ser los únicos
espectadores de la obra de Hugo Fontela, nos encontrábamos como perdidos en
aquel inmenso espacio que conformaba La Cúpula.
La soledad, la blancura del entorno, los acristalamientos, el
abombamiento de las paredes y, para mi gusto, la mala distribución de la obra
del artista, hizo que yo me perdiera y Rosa se marease. No hablemos del
capitulo de información. Ni había catálogos ni
tarjetas ni dícticos ni trípticos ni nada. La escuálida señorita que
custodiaba la entrada, que medio ilumino la sala cuando llegamos, que leía
repanchingada en un taburete viendo pasar el tiempo y que, por aquello de la
delgadez o la modernidad no llevaba sujetador, ni lo necesitaba, pero si lo
hacía saber con una blusa excesivamente abierta, nos facilito la página Web del pintor para que,
a través de ella, nos empapásemos de la filosofía pictórica del artista
asturiano ubicado en Nueva York y de la posibilidad de adquirir alguna de las
obras expuestas, así como sus precios. Un éxito, si señor.
La luna seguía iluminando cielo
y mitigaba la falta de iluminación del Centro. Desde la pasarela, que evita la
ria y el ferrocarril, contemplamos el Niemeyer recortado sobre la noche
avilesina. Me fui triste. El Centro, como no, era una magnifica obra
arquitectónica pero mucho me temía que, como otras grandes obras surgidas
durante la época de “Bacas gordas “en Asturias: La Laboral en Gijón o El
Talud de la Ería
en Oviedo irían, pese al enfado ciudadano, cerrándose o desapareciendo, pero no
serían utilizadas para aquello que fueron diseñadas.
Se gastaron muchos millones
de euros para construirlas y ahora no
hay dinero ni para los servicios de limpieza del Talud de La Ería ni para la iluminación
del Centro Niemeyer, por ejemplo. Una pena y un despilfarro.
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