Se llama, digamos que María,
aunque en las redes sociales utiliza seudónimos de lo mas intrigantes. En el 90
% de los casos, hace que no sepa quien me escribe ni a quien respondo. Pues
bien ambos finalizamos el ya mencionado curso. Ella puso un gabinete
quiropráctico al que yo, mas por vicio que por necesidad, me acercaba, una vez
a la semana con la excusa de utilizar su cuerpo para no olvidar las técnicas
adquiridas. Le daba un masaje y ella a mí otro. Luego unos vinos y hasta la
próxima cita. De lo más normalito.
Cualquiera de nuestros
amigos, o todos, estaban convencidos que tras el masaje había algo mas, que
aquello era una cortina de humo para enmascarar un acercamiento sexual deseado,
querido y no consentido. Mentalmente tenían razón, en la realidad no. Haciendo
memoria, ya difícil a mi edad, solo recuerdo dos situaciones, bueno tres con la
de la llamada, en las que mi libido casi me juega una mala pasada.
La primera, una luminosa
mañana de primavera. Nos reunimos muy temprano. Inicie la sesión. Ella se
desnudo por completo, a excepción de la braguita, se tumbo boca abajo, acoplo
la toalla a su espalda y, en vez de quedarse quietecita, como de costumbre,
levanto el torso con un estiramiento de brazos y no se que absurda pregunta me
hizo. El resultado fue que sus tetitas aparecieron libres, apetecibles y
juguetonas, ofreciéndose, no solo a mis ojos también a mis manos como
pidiéndome que las acogieran. Entre la visión de sus pechos y el olor a limpio
que despedía, mi mente se extravío y tuve que recurrir a un esfuerzo tremendo
de concentración para no entrar en otros
vericuetos ajenos al masaje.
La segunda, otra mañana muy
parecida en todo a la anterior. Los preliminares idénticos salvo que en esta
ocasión el masaje trascurría sin problemas ni sobresaltos. La espalda, las
piernas. Vuelta de frente y, entonces el móvil sonó en la mesa de la entrada
—
Sigue
El cuello, los hombros, las
clavículas, los brazos, pensé saltarme al estomago cuando ella, con la mejor
intención, se bajo la sábana hasta la cintura mientras comentaba
—No
te preocupes si me tocas el pecho, no me molesta.
A ella no a mi si. Lo hice de
la forma más profesional posible evitando los pezones y centrándome en el
entorno. Fui rápido sin pensar ni mirar. Forcé el ritmo y acabe. Otra vez la
tentación había sucumbido a la profesionalidad.
Mi perdición siguió los pasos
del refrán: “A la tercera va la vencida”. Hacia tiempo que la rutina semanal de
los masajes se había perdido. Yo cambie de casa y ella se absorbió con los
estudios, viajes o novios de su hija. Un día me llamo para contarme que el
gabinete se cerraba por motivos económicos, que su ciática cada vez le dolía
más y que si podía darle un masajito.
Dije que si. Yo no lo
necesitaba pero por una amiga se hace cualquier cosa.
Todo estaba igual: la
camilla, las alfombrillas, la pila de toallas y sábanas coberteras, la mesita
con los frascos de aceites, la música. Sin mediar palabra se despojo de la ropa,
quedándose con una tanga
semitransparente y se tumbo. Le tape pudorosamente las piernas con una de las
toallas e inicie el masaje: Aceite, cintura, flancos, cuello, omoplatos,
columna. Primero fuerte luego suave, golpeteos, presiones, al final una serie
de caricias sobre la columna que terminan justo en la raja del culo, a esta
ultima acción, pese a no estar incluidas en ningún manual, nunca nadie se negó.
Subí la toalla, para protegerle su espalda, y
deje al descubierto glúteos y piernas. Primero pies, gemelos y muslos
vaciándolos con presiones, luego glúteos y cintura. Lo que son las cosas. Puede
que por la transparencia de la braguita, porque para presionar los agujeros del
sacro la había bajado en exceso o por mi anómala curiosidad, la pequita que coronaba
su glúteo derecho, justo cuando este se une al izquierdo, se me hizo de repente
visible. Muchas veces había fantaseado con la misma suponiendo que ni su
propietaria conocía tal existencia y que únicamente algún amante delicado o muy
observador tendría conocimiento de lunar. Fueron preguntas fugaces y no
comentadas. Hoy, sin motivo aparente, aquella anomalía me atraía más que en
otras ocasiones. Lo deje y descendí hasta los pies.
Un profesor explico en clase que
en su planta se refleja toda la anatomía del cuerpo: cabeza, columna, órganos
internos y que sabiéndolo hacer, con solo masajear esa zona se puede aliviar
cualquier dolencia corporal. No era mi caso. Lo único que hacía era mejorar su
circulación. En eso estaba cuando sonó el teléfono. Se hallaba en la mesita
auxiliar, justo junto a la cabeza. Lo descolgó sobre la marcha.
—
Sigue, no hay
problema — me dijo
—
………….
—
Estoy ocupada
—
………….
—
Me están dando un
masaje
—
………….
—
Si, José Luis
—
………….
—
No del todo,
llevo una braga.
—
………..
—
Si dices otra
tontería me la quito y tan tranquila.
—
………..
—
No, no se entera,
esta a lo suyo.
Tenía su pierna doblada y a
duras penas intentaba vaciarle los gemelos.
—
Me ha visto así
muchas veces.
—
……….
—
Tal vez
—
………
—
Ni pienses que lo
haga.
—
………
—
Que no, que no
quiero.
—
………
—
No te empeñes.
—
………
Su pie estaba frente a mí y,
en un alarde de osadía, metí el dedo gordo en mi boca. Ni se movió ni lo
aparto.
—
Te estas poniendo
muy pesado
—
……..
—
Sigues así y lo
hago.
Ya no era uno. Otro, otro y
otro entraban en mí mientras las manos recorrían sus piernas, subían por los
muslos y bordeaban el cintillo de la tanga
—
Si vas por ese
camino cuelgo.
—
……..
—
Te llamo mas
tarde.
Dejo el auricular y siguió
tumbada. Fue como si las compuertas, hasta ahora cerradas, de nuestra
intimidad, se hubiesen abierto. Seguí acariciándole el culito, llegue hasta el
lunar prohibido, lo lamí, mordisquee; le di la vuelta, la toalla cayo quedando
para siempre en el suelo. Cerró los ojos, me dejo hacer.
Perdí el rumbo, naufrague
entre sus pechos, los bese, chupe, acaricie. Busque el ombligo, su incipiente
barriguita. No hizo nada, no protesto. Lo queríamos todo. Fui bajando recorriéndola
con la lengua. Tenía el pelo púbico recortado, enmarcando de negro la vagina.
Nunca llegue a más.
—
No — oí de lejos.
Lo deje todo. Cogí una sabana
limpia, la cubrí y durante los siguientes diez minutos me pase acariciando su
cuero cabelludo, entretejiendo su pelo con mis dedos.
Se levanto, fue al cuarto de
baño y regreso perfectamente vestida. Arreglamos el gabinete, bajamos a tomar
un café y hasta hoy no he vuelto a verla.
Fue hermoso mientras duro.
Para mi inimaginable, para el desconocido que llamo, una fantasía erótica y
para ella algo que, de verdad, nunca pensó que pasaría.