Desde hace años, y por
aprovechar el descuento que nos proporciona el carnet de la Federación Española
de Naturismo, al llegar a la capital solemos ir alguno de los Spa´s nudistas apalabrados
por la FEN. En
esta ocasión y sin saber a ciencia cierta el porqué: Falta de seguimiento,
dejadez, cierre da algunos locales o simplemente el tórrido verano, la
totalidad estaban cerrados sin que en la página Web de la Federación se
comunicase tal hecho ni se diesen opciones alternativas.
A mal tiempo buena cara. Con
ánimo de ampliar las posibilidades lúdicas de la capital, su nueva alcaldesa,
estaba llevando las Fiestas del Orgullo Gay hasta límites insospechados. No
solo Chueca, Malasaña y los barrios que los entrelazan, sino La Castellana, Atocha,
La Fuente de Neptuno y toda la zona centro, eran un hervidero de banderas
arcoíris y un constante escaparate, de lo mas chungo, de quienes desnudos y/o
pintados de colorines, celebraban su fiesta, antigua pero reactualizada por la
recién nombrada, democráticamente, nueva regidora de la Villa y Corte, ¿será
también del gremio?, comentaba un astuto bloguista en su página de “Chismorreos
de Madrid y sus nuevos mandatarios”.
Lo más próximo a casa es
Malasaña. Como viejo noctambulo aun recuerdo su época gloriosa, en tiempos de
Tierno Galván. El nacer y morir de cientos de chiringuitos, las tertulias
callejeras, la movida; mas tarde su progresivo deterioro, las ventas callejeras
de droga, las redadas policiales. A partir del 2.000 con la llegada de nuevos
profesionales, sobre todo arquitectos que remodelaron las casas y plazas, el
barrio se transformo. Hoy regresaba. Tapizado de banderas con cientos de
personas moviéndose de bar en bar y
otras tantas en mesas que ocupaban todo el ancho de las aceras se asemejaba a
lo que antes fue. Tomamos vinos, pichos, tapas y vimos atardecer con una
ginebra con tónica, servida en copa de balón, con mucho hielo y una rajita de
limón. El día murió y se transformo por encanto. Miles de luces, letreros luminosos
y escaparates repletos de luz alumbraron la zona. Dimos una vuelta a la Plaza del Dos de Mayo y
justo en la confluencia de las calles San Andrés y Valverde un luminoso con
arraigos orientales nos llamo la atención.
“La Fuente de Jade”. Sauna
Japonesa Selecta, se anunciaba el local mediante cientos de lucecitas parpadeando en la noche.
Entramos, únicamente para
conocerlo. Una viejecita, sin duda asiática, nos recibió con un:
—
Pasen señores,
ahora les enseñamos los servicios.
No se de donde surgió una
señorita, envuelta en un sari colorista, que, apartando una cortina, nos introdujo,
a través de un puentecito de bambú que
penetraba en la estancia, a la Sauna
Japonesa.
Sobre la izquierda una gran
pileta, con un metro de profundidad de cuyo fondo surgían chorritos de aire que
explotaban al llegar a la superficie. En su parte mas alejada una pareja se
bañaba en aquel líquido cálido y burbujeante. Del centro de la pasarela dos
rampas descendían al Spa.
El puente terminaba en un
amplio recinto amueblado con sillones ortopédicos propios de un área de
descanso.
A la derecha una serie de
puertas tras las cuales, según nos informo nuestra guía, estaban las estancias
para masajes.
Todo iluminado por velas,
lámparas indirectas y figuras orientales. El suelo cubierto por almohadones y
alfombras. De fondo, música oriental y el continuo murmullo del agua.
—
Espero que nos
veamos pronto. Los miércoles hay una oferta especial de masaje tántrico para
parejas.
Como no, regresamos el
miércoles.
La misma guía que el día
anterior hizo de cicerone, nos entrego toallas, chanclas, una botellita de agua
y dirigiéndonos hacia los vestuarios. Estaba claro que el baño era para estar
en el totalmente desnudos y las toallas para cubrirse a la hora de salir. Así
lo hicimos. Junto a la piscina nos despojamos de las toallas y como vinimos al
mundo nos sentamos sobre el fondo. No estábamos solo. Tres parejas mas,
distribuidas anárquicamente, nos hicieron un pequeño saludo de cabeza y
continuaron a lo suyo. También nosotros nos relajamos.
Pasada media hora de baño
comunal una nueva señorita nos aviso que la sala de masaje estaba preparada. Podíamos
subir cuando quisiéramos. Salimos hacia una de las estancias.
Muy amplia, con casi todo el
suelo cubierto por un tatami. En la parte central dos sabanas indicaban donde
debíamos acostarnos. Al fondo y en el techo dos inmensos espejos, en la entrada
una mesita con aceites y un perchero para colocar la ropa. Tras la puerta y sobre
madera quemada una apología al masaje tántrico
“El masaje
tántrico, lingam y yoni, reactiva la energía del cuerpo y aumenta el apetito sexual. Además
permite conocer nuevas zonas erógenas y romper fronteras en la pareja, creando
fuertes vínculos afectivos. Los masajes eróticos ayudan a disfrutar del sexo, a
relajar el cuerpo y la mente y a mantener el control sobre uno mismo.”
Música
oriental, iluminación muy tenue a base de velas, varios palitos de sándalo
humeando.
Dejamos
las toallas y nos tumbamos boca abajo sobre las sabanas. Rosa al fondo, junto
al espejo vertical y yo próximo a la puerta.
Casi de inmediato un chico y
una chica, cubiertos por sendos pareos, entraron, nos saludaron, se despojaron
de los mismos, tomaron unos cuencos con aceite caliente y se situaron a
nuestros pies.
Rosa
De lo más exótico, veremos si
me sorprende el masajista. Como estoy con José Luis dejare que haga lo que
quiera, él o yo.
Empieza por los pies, cosa
rara. De entrada me abre las piernas y me cubre de aceite desde los dedos a los
glúteos. No lo veo. De rodillas, entre mis piernas, sus manos suben por los
tobillos, las piernas, los muslos. Desde allí una desciende hacia las ingles y
otra rodea mi culo para, desde allí, volver a descender. Repite, repite y
repite la acción y cada vez sus dedos se acercan mas a mi coñito, cada subida
los labios se sienten acariciados y en cada movimiento mi sexualidad crece,
humedeciéndome, perdiendo cualquier tipo de inhibición. No es que me roce,
ahora sus dedos se pasean por mi vagina, la frotan, la excitan, no la
abandonan, están empapados de líquidos. Yo, más y más caliente.
Se arrodilla a mi derecha.
Ahora el masaje es de los glúteos a los omóplatos. Amasa la carne, la pellizca,
la enrolla. Instintivamente percibo sus rodillas que, una y otra vez, tropiezan
en mi mano. Esta desnudo, como yo. En un mal pensamiento imagino que si la
muevo hacia arriba tropezara con su pene. Nada me detiene. La elevo y sin
apenas esfuerzo su sexo se encuentra con ella. Está flácido. No importa. Lo
envuelvo con fuerza y al igual que el conmigo, lo masajeo. Se deja hacer. Cada
uno a lo nuestro. Empieza a tomar vida a endurecerse a palpitar. Estoy loca,
cualquier cosa que pase, me hagan o le haga será por decisión propia.
— Por favor, dese la vuelta. El embrujo,
momentáneamente, se rompe.
José Luis
A ver que en que consiste el
masaje tántrico. De entrada la chinita empieza por los pies. El aceite esta
tibio, muy agradable. No es brusca, ni potente, mas que friccionar acaricia.
Sus manitas suben hasta la cintura y descienden a la planta de los pies. Los
dedos, a modo de hormigas, bajan, a veces, por las ingles rozándome los testículos,
como sin quererlos tocar, luego ascienden recorriendo la raja del culo a modo
de plumas. Es agradable, no, excitante.
— Por favor,— la oigo decir,
mientras se despega de mí, —dese la vuelta—.
Rosa
Tumbada boca arriba ofrezco
mis encantos a sus deseos. De rodillas, junto a mi mano izquierda, en este
momento abierta y ansiosa, empieza a cubrirme de aceite: los pechos, el
estomago, el sexo, las piernas. Solo distribuye el líquido lubrificante. Al
final ambas manos me bordean los senos, los amasa, me pellizca los pezones.
Siento un cosquilleo entre las piernas, un deseo ardiente de hacer algo, de
cooperar. Le tomo de nuevo el sexo y mientras el pasa de los pechos al estomago
y de ahí a la vagina, yo le masturbo, le froto, le acaricio. Cada vez esta más
dura, más consistente.
No se cuando introduce sus
dedos en la vagina, pero allí están, para darme placer, para hacer que me corra
una y otra vez. El no. Mantiene la erección. Me levanta. Me sienta frente a el.
Me abraza dejando que juegue y juegue con su polla.
José Luis
Me volteo y la observo sentada sobre mí, brillante de aceite, pequeña,
manejable. Instintivamente le rodeo los pechos, los masajeo, los chupo. Se
desliza y me arrastra hasta sentarme frente a ella.
Caemos sobre el tatami. A
nuestro lado Rosa y el masajista descansan de su tantra particular.
El ambiente se envuelve en
una omsica binaural que nos relaja, nos transporta a espacios desconocidos,
sexuales, en donde todo esta permitido y el sexo complementa al hombre y a la
mujer.
—
Hay una ducha al
fondo— dice la chinita, —los esperamos en la zona de Spa—.
Los cuatro, desnudos sobre el
suelo de la pileta, sentimos el burbujeo del agua y nos relajamos al máximo.
—
Algún día volveremos.
Somos de Asturias y de vez en cuando viajamos a Madrid. Fue una experiencia
maravillosa, sin duda no será la única—.
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