lunes, 13 de julio de 2015

UNA LLAMADA INOPORTUNA.................O NO

Hace años hice un curso de masaje. Seguro que quien durante mucho tiempo me sirvió y le serví de paciente, se habrá olvidado, no solo del mismo sino de las practicas que hicimos en común y, sobre todo, de este lance, en el que una mañana soleada de Mayo, mi inconciencia, su curiosidad y nuestro deseo, puso fin a las mismas. Sin duda para no caer en errores mayores.
Se llama, digamos que María, aunque en las redes sociales utiliza seudónimos de lo mas intrigantes. En el 90 % de los casos, hace que no sepa quien me escribe ni a quien respondo. Pues bien ambos finalizamos el ya mencionado curso. Ella puso un gabinete quiropráctico al que yo, mas por vicio que por necesidad, me acercaba, una vez a la semana con la excusa de utilizar su cuerpo para no olvidar las técnicas adquiridas. Le daba un masaje y ella a mí otro. Luego unos vinos y hasta la próxima cita. De lo más normalito.
Cualquiera de nuestros amigos, o todos, estaban convencidos que tras el masaje había algo mas, que aquello era una cortina de humo para enmascarar un acercamiento sexual deseado, querido y no consentido. Mentalmente tenían razón, en la realidad no. Haciendo memoria, ya difícil a mi edad, solo recuerdo dos situaciones, bueno tres con la de la llamada, en las que mi libido casi me juega una mala pasada. 
La primera, una luminosa mañana de primavera. Nos reunimos muy temprano. Inicie la sesión. Ella se desnudo por completo, a excepción de la braguita, se tumbo boca abajo, acoplo la toalla a su espalda y, en vez de quedarse quietecita, como de costumbre, levanto el torso con un estiramiento de brazos y no se que absurda pregunta me hizo. El resultado fue que sus tetitas aparecieron libres, apetecibles y juguetonas, ofreciéndose, no solo a mis ojos también a mis manos como pidiéndome que las acogieran. Entre la visión de sus pechos y el olor a limpio que despedía, mi mente se extravío y tuve que recurrir a un esfuerzo tremendo de concentración  para no entrar en otros vericuetos ajenos al masaje.
La segunda, otra mañana muy parecida en todo a la anterior. Los preliminares idénticos salvo que en esta ocasión el masaje trascurría sin problemas ni sobresaltos. La espalda, las piernas. Vuelta de frente y, entonces el móvil sonó en la mesa de la entrada
Tal como estaba, medio desnuda, se levanto, hablo con su hermana y regreso a la camilla. Se acostó, medio cubrió con la sabanilla y susurro u
   Sigue
El cuello, los hombros, las clavículas, los brazos, pensé saltarme al estomago cuando ella, con la mejor intención, se bajo la sábana hasta la cintura mientras comentaba
—No te preocupes si me tocas el pecho, no me molesta.
A ella no a mi si. Lo hice de la forma más profesional posible evitando los pezones y centrándome en el entorno. Fui rápido sin pensar ni mirar. Forcé el ritmo y acabe. Otra vez la tentación había sucumbido a la profesionalidad.
Mi perdición siguió los pasos del refrán: “A la tercera va la vencida”. Hacia tiempo que la rutina semanal de los masajes se había perdido. Yo cambie de casa y ella se absorbió con los estudios, viajes o novios de su hija. Un día me llamo para contarme que el gabinete se cerraba por motivos económicos, que su ciática cada vez le dolía más  y que si podía darle un masajito.
Dije que si. Yo no lo necesitaba pero por una amiga se hace cualquier cosa.      
Todo estaba igual: la camilla, las alfombrillas, la pila de toallas y sábanas coberteras, la mesita con los frascos de aceites, la música. Sin mediar palabra se despojo de la ropa, quedándose  con una tanga semitransparente y se tumbo. Le tape pudorosamente las piernas con una de las toallas e inicie el masaje: Aceite, cintura, flancos, cuello, omoplatos, columna. Primero fuerte luego suave, golpeteos, presiones, al final una serie de caricias sobre la columna que terminan justo en la raja del culo, a esta ultima acción, pese a no estar incluidas en ningún manual, nunca nadie se negó.
 Subí la toalla, para protegerle su espalda, y deje al descubierto glúteos y piernas. Primero pies, gemelos y muslos vaciándolos con presiones, luego glúteos y cintura. Lo que son las cosas. Puede que por la transparencia de la braguita, porque para presionar los agujeros del sacro la había bajado en exceso o por mi anómala curiosidad, la pequita que coronaba su glúteo derecho, justo cuando este se une al izquierdo, se me hizo de repente visible. Muchas veces había fantaseado con la misma suponiendo que ni su propietaria conocía tal existencia y que únicamente algún amante delicado o muy observador tendría conocimiento de lunar. Fueron preguntas fugaces y no comentadas. Hoy, sin motivo aparente, aquella anomalía me atraía más que en otras ocasiones. Lo deje y descendí hasta los pies.
Un profesor explico en clase que en su planta se refleja toda la anatomía del cuerpo: cabeza, columna, órganos internos y que sabiéndolo hacer, con solo masajear esa zona se puede aliviar cualquier dolencia corporal. No era mi caso. Lo único que hacía era mejorar su circulación. En eso estaba cuando sonó el teléfono. Se hallaba en la mesita auxiliar, justo junto a la cabeza. Lo descolgó sobre la marcha.
   Sigue, no hay problema — me dijo
   ………….
   Estoy ocupada
   ………….
   Me están dando un masaje
   ………….
   Si, José Luis
   ………….
   No del todo, llevo una braga.
   ………..
   Si dices otra tontería me la quito y tan tranquila.
   ………..
   No, no se entera, esta a lo suyo.
Tenía su pierna doblada y a duras penas intentaba vaciarle los gemelos.
   Me ha visto así muchas veces.
   ……….
   Tal vez
   ………
   Ni pienses que lo haga.
   ………
   Que no, que no quiero.
   ………
   No te empeñes.
   ………
Su pie estaba frente a mí y, en un alarde de osadía, metí el dedo gordo en mi boca. Ni se movió ni lo aparto.
   Te estas poniendo muy pesado
   ……..
   Sigues así y lo hago.
Ya no era uno. Otro, otro y otro entraban en mí mientras las manos recorrían sus piernas, subían por los muslos y bordeaban el cintillo de la tanga
   Si vas por ese camino cuelgo.
   ……..
   Te llamo mas tarde.
Dejo el auricular y siguió tumbada. Fue como si las compuertas, hasta ahora cerradas, de nuestra intimidad, se hubiesen abierto. Seguí acariciándole el culito, llegue hasta el lunar prohibido, lo lamí, mordisquee; le di la vuelta, la toalla cayo quedando para siempre en el suelo. Cerró los ojos, me dejo hacer.
Perdí el rumbo, naufrague entre sus pechos, los bese, chupe, acaricie. Busque el ombligo, su incipiente barriguita. No hizo nada, no protesto. Lo queríamos todo. Fui bajando recorriéndola con la lengua. Tenía el pelo púbico recortado, enmarcando de negro la vagina. Nunca llegue a más.
   No — oí de lejos.
Lo deje todo. Cogí una sabana limpia, la cubrí y durante los siguientes diez minutos me pase acariciando su cuero cabelludo, entretejiendo su pelo con mis dedos.
Se levanto, fue al cuarto de baño y regreso perfectamente vestida. Arreglamos el gabinete, bajamos a tomar un café y hasta hoy no he vuelto a verla.
Fue hermoso mientras duro. Para mi inimaginable, para el desconocido que llamo, una fantasía erótica y para ella algo que, de verdad, nunca pensó que pasaría.

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