Como en ella, en mí, en
nuestras vidas el cambio era evidente. Ese año fue la primera vez, en todo ese
tiempo, que se olvidó de mi santo, que me llamó una semana después y quiso
hablar conmigo aquí, en nuestro bar de siempre. Pilar, mi musa, mi amor
platónico, lógicamente inalcanzable, la mejor de mis creaciones.
— Hola José Luis
— Hola (dos besos al aire)
— Tienes que decirme como haces para conservarte tan bien y como se las arregla uno cuando se jubila. A mí, con las normas actuales, me toca el próximo año.
— Tú sí que lo estás. No sé como aun no te casaste, o a lo mejor es que no me has invitado a tu boda.
— Tan tonto como siempre.
— Sigues con tu cava, yo fiel al gin-tónica.
— Hola José Luis
— Hola (dos besos al aire)
— Tienes que decirme como haces para conservarte tan bien y como se las arregla uno cuando se jubila. A mí, con las normas actuales, me toca el próximo año.
— Tú sí que lo estás. No sé como aun no te casaste, o a lo mejor es que no me has invitado a tu boda.
— Tan tonto como siempre.
— Sigues con tu cava, yo fiel al gin-tónica.
La
conocí con quince años. Trabajamos juntos casi veinte. Al llegar Felipe
González al poder, la empresa de geología de la que vivíamos, primero dejo de
cobrar y luego se le cancelaron los contratos. Al final quebró.
—
No sé si te
acordaras, pero este año hace treinta que
Ibergesa cerro.
— Me acuerdo y eso que estaba en Ecuador. El último trabajador de una empresa en concurso de acreedores. Solo el Presidente y yo, el Peñita grande y el chico.
— Cómo pasa el tiempo.
— Ni me lo digas. Según me comentaron fuiste, junto a Severiano, quienes cerrasteis.
— Y tú en América.
— Allí me quede otros veinte años: Ecuador, Colombia, Chile, Costa Rica, Republica Dominicana. Al final HUNOSA, en Asturias.
— No lo viviste, pero fue muy duro. El pionero José María. ¿Te acuerdas?
— Cómo no, tu primer novio. Fíjate que antes de irme intentó convencerme para que no fuese. Decía que las serpientes caían de los árboles y se te metían entre la camisa y la carne.
— Murió al poco de salir, no aguanto el paro, los líos políticos, los cambios. Después partieron los sindicalistas, los de UGT, los de CCOO, todos con trabajo. Luego quienes tenían contactos en las Autonomías, Pancho por Alianza Popular gallega y Juanito por el PSOE valenciano. Quedamos los de Madrid y tú en Quito.
— No te quejes, creo que has sido la única que nunca te apuntaste al paro. Pero bueno, háblame de ti, ya casi jubilada y soltera, pero no virgen, supongo.
— Eres un pesado, siempre con lo mismo.
— Me acuerdo y eso que estaba en Ecuador. El último trabajador de una empresa en concurso de acreedores. Solo el Presidente y yo, el Peñita grande y el chico.
— Cómo pasa el tiempo.
— Ni me lo digas. Según me comentaron fuiste, junto a Severiano, quienes cerrasteis.
— Y tú en América.
— Allí me quede otros veinte años: Ecuador, Colombia, Chile, Costa Rica, Republica Dominicana. Al final HUNOSA, en Asturias.
— No lo viviste, pero fue muy duro. El pionero José María. ¿Te acuerdas?
— Cómo no, tu primer novio. Fíjate que antes de irme intentó convencerme para que no fuese. Decía que las serpientes caían de los árboles y se te metían entre la camisa y la carne.
— Murió al poco de salir, no aguanto el paro, los líos políticos, los cambios. Después partieron los sindicalistas, los de UGT, los de CCOO, todos con trabajo. Luego quienes tenían contactos en las Autonomías, Pancho por Alianza Popular gallega y Juanito por el PSOE valenciano. Quedamos los de Madrid y tú en Quito.
— No te quejes, creo que has sido la única que nunca te apuntaste al paro. Pero bueno, háblame de ti, ya casi jubilada y soltera, pero no virgen, supongo.
— Eres un pesado, siempre con lo mismo.
Pilar hubiese sido la esposa
perfecta; fue la matriarca que se quedo en hermana y cuidadora de su madre. No
tuvo suerte con el amor ni con los hombres. Mientras la conocí de cerca remodeló a varios y todos la dejaron. Hubiese deseado saber
de su vida sexual, de sus desvaríos. Solo fue mi
niña mimada y la secretaria ejecutiva de dirección de la empresa de la que yo
era el técnico más competente.
—
Curioso, solo
curioso
—
Fuiste el único a
quien, en principio, no afecto la crisis laboral de los ochenta.
—
Estuve tres veces
apuntado en el paro.
—
Pero poco tiempo.
Los de la empresa sí que lo pasamos mal. Las mujeres, a excepción de Rosa, ¿la
recuerdas?, y yo, todas dejaron de trabajar.
Muchas ya nunca se reinsertaron en el mundo laboral. Más de la mitad de los
hombres, como tú, rompieron sus matrimonios. Tres terminaron alcohólicos.
Recuerdas a Manolín. Acabó en Santander, en una empresa familiar vendiendo jabones.
Solo tu equipo, salvo tú, su jefe, se acoplo al trabajo de investigación minera
en Madrid y vivió de eso hasta jubilarse.
—
Bueno, a mí me prejubilaron primero, también con el PSOE,
seguro que para no ampliar la crisis laboral del 2008.
—
José Luis, la de
ahora es diferente. Afortunadamente no la has vivido,
pero sus efectos son infinitamente peores que los que pasamos.
—
No me hables de
entonces, ni de ahora. Cómo estás tú. Sigues con tus coches de cine.
—
Sigo. Ahora tengo
un Mercedes. Sin su carrocería en estos momentos estaría muerta.
—
Yo tengo el mismo
de antes, el “Calabaza”. Pero ¿serás rica?
—
En la sociedad en
que vivimos sí. Compré la casa de mis padres en Madrid, otra en el Jarama y
hace poco un adosado en Gandía, para los veranos.
—
Como sigas así pediré
tu mano. Yo aún de alquiler
—
Tú has vivido
como Dios, no te quejes.
Siempre pensé que
terminaríamos en la cama. José lo quería y a mí me comía la curiosidad.
Estábamos más tiempo juntos que él con su mujer. Nuca se insinuó. Ni conmigo ni
con ninguna de las chicas de la empresa. Recuerdo que, la primera vez que
regresó de Sudamérica por su cuarenta cumpleaños, le hicimos una fiesta
importante. Veinte mujeres y él. Terminó con su santa esposa que, al poco, con la crisis, lo abandonó. Ya es tarde,
como él dice sin sentido, perdimos nuestra oportunidad y solo yo lo lamento.
— Porque nos reunimos solos y casi en secreto. Ten en cuenta que ya no soy el que era, soy muy viejito, pienso despacio y no veo más allá de la punta de mi nariz.
— No seas cazurro, no van por ahí los tiros.
— Tú dirás.
— Este año hace treinta que Ibergesa desapareció y aunque alguna vez que otra las féminas nos reunimos, hemos pensado hacer un cena con el máximo número de ex trabajadores, para conmemorarlo.
— Muy simpática y yo, en esa lista, ya soy en número uno próximo a fenecer. El Presidente murió, el Gerente también, el Consejero Delegado lo mismo.
— No seas imbécil. Es por vernos, hablar, recordar. Ver cómo nos ha tratado la vida. Cuántos sois abuelos. Hasta puede que te explique por qué sigo soltera.
— Si es así cuenta conmigo. Bromas aparte intentare venir. Dame con tiempo la fecha.
— ¿Por qué no regresas a Madrid? ¿Qué se te ha perdido en Asturias?
— Morriña, mujeres, un cardiólogo de confianza, no sé. La vida nos lleva, a veces, sin nosotros quererlo.
— Espero que en otro de tus viajes me llames y hablemos de otras cosas.
— Porque nos reunimos solos y casi en secreto. Ten en cuenta que ya no soy el que era, soy muy viejito, pienso despacio y no veo más allá de la punta de mi nariz.
— No seas cazurro, no van por ahí los tiros.
— Tú dirás.
— Este año hace treinta que Ibergesa desapareció y aunque alguna vez que otra las féminas nos reunimos, hemos pensado hacer un cena con el máximo número de ex trabajadores, para conmemorarlo.
— Muy simpática y yo, en esa lista, ya soy en número uno próximo a fenecer. El Presidente murió, el Gerente también, el Consejero Delegado lo mismo.
— No seas imbécil. Es por vernos, hablar, recordar. Ver cómo nos ha tratado la vida. Cuántos sois abuelos. Hasta puede que te explique por qué sigo soltera.
— Si es así cuenta conmigo. Bromas aparte intentare venir. Dame con tiempo la fecha.
— ¿Por qué no regresas a Madrid? ¿Qué se te ha perdido en Asturias?
— Morriña, mujeres, un cardiólogo de confianza, no sé. La vida nos lleva, a veces, sin nosotros quererlo.
— Espero que en otro de tus viajes me llames y hablemos de otras cosas.
Salimos de noche, ella hacía
Cuatro Caminos yo a Princesa. Siempre me gustó darle algunas de las muchas
frases que entresaco de libros. La que entonces le ofrecí “Nosotros los de entonces, ya no somos los mismos” no sé dónde
estaba escrita, creo que en un poema de Neruda, pero cuadraba con la situación.
En mi subconsciente la asocio a una película española de la transición con el
desnudo integral de Amparo Muñoz, nuestra única Mis Mundo a quien la vida
solo dio belleza y la droga se encargo
de destruirla.
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