Por mucho que el Presidente
de la Federación
Española de Naturismo se empeñe y pese a la enorme labor de
las Federaciones Regionales, ayudadas incondicionalmente por el empuje de la Federación Internacional,
cada día que pasa pienso más que serán, no ya los nudistas de a pie y sus
dirigentes, sino los ciudadanos del montón, quienes introduzcan el naturismo en
nuestra sociedad.
Este mes, como todos los de
Febreros viaje a Madrid. Fundamentalmente a celebrar el cumpleaños de mi madre,
el de mi hijo y el de dos de mis nietos. El desplazamiento lo rematé visitando
ARCO, y JUSTMAD 3 y, por aquello de las carambolas
de la vida, asistiendo a la puesta en funcionamiento del primer Spa naturista
de Madrid en horario continuo, el “nakedspa”
Hace ya algunos años hacía
deporte. Un buen día, un doctor me lo prohibió, por aquello del corazón. Seguí nadando,
moderadamente, y caminando sin prisas, pero ahora la edad y mi vagancia han
hecho que lo abandonase todo. Casi nadie lo sabe. Menos mi hija que ahora se ha
hecho un devota del deporte: pádel, natación, esquí.. .y que si en viajes
anteriores intentó, sin éxito, que la acompañase a las instalaciones
municipales donde lo práctica, en este y a base de tozudez consiguió arrastrarme:
ella jugaría su partido de pádel y yo nadaría y podría gozar del Spa anexo a la
piscina, todo por el módico precio de 1,35€.
A las 9,30 de la mañana dejo
a los niños en el colegio y a mí en la piscina y con un cariñoso “Te recojo en
la puerta a las 11,00”
se despidió con un beso.
Las instalaciones eran
soberbias. Una piscina de seis calles, casi vacía, el Spa en uno de los laterales y otra piscina
para niños y clases, todo iluminado por luz natural a través de paredes y
techos acristalados, y solo por 1,35 €, para los jubilados, se supone. Así, a
bote pronto, éramos seis nadadores en la pileta y como 10 o 12 en la bañera hidrotermal.
Me disfrace de pez y me lance al agua. A los doscientos metros el corazón me
salía por la boca. Pare y empecé hacer series de cincuenta con pequeños
descansos hasta completar los mil metros
que tenía programados. Al salir me temblaban las piernas y tuve que hacer una
serie de estiramientos para evitar que se me acalambrasen.
El recinto hidrotermal era
otra cosa. Me tumbe en una cama de agua y allí se inicio mi descaso. Pase al
jacuzzi, los chorros lumbares fueron lentamente estabilizándome y empecé analizar a quienes me rodeaban. Éramos 11 personas, cuatro
hombres, siete mujeres y una fisioterapeuta acuática que hacía ejercicios con
uno de los varones. Las damas se distribuían entre los chorros de agua, las
camas y las zonas de masaje subacuático, siempre bajo la atenta organización
del otro varón que, por lo que mandaba y por su conocimiento del personal
parecía el más veterano y sabiondo del grupo.
Me centre en una mujer, como
de mi edad, o sea de más de 60 años, con un bañador de los setenta, ya muy dado
de sí y un gorro blanco de goma con topitos, que intentaba, sin éxito, bajo uno de los chorros
en cascada, que el agua no arrastrase la parte superior del mismo. No lo
conseguía. Cada vez que el agua golpeaba sobre su cuerpo, el bañador le
descendía hasta la cintura, dejando, lógicamente sus pechos al aire. Intento,
al principio, sujetárselo con los brazos, luego ciñéndoselo mas fuerte tras la
cabeza, y al final dejándolo a su aire, con las tetas flotando libremente bajo
el agua. Era bonito. Salvo yo nadie parecía percatarse del hecho. Sufrió con
resignación y no sé si algo de gozo, la aplicación, por dos veces, del agua a
presión y luego, por esos avezares de la vida
se vino al jacuzzi y se sentó a mi lado. Bueno, a mi lado no, así como a
metro o metro y medio de mi. En aquel momento solo otro señor y yo lo
utilizábamos y el estaba en posición ventral aplicándose chorros de agua en el
estomago, o lo que es lo mismo, nos daba la espalda. La buena mujer se sentó,
empezó a sentir el masaje del agua en su espalda y se repantingo bajo el agua.
Debía sentirse a gusto, muy a gusto. Así, por las buenas, como si fuera la
única bañista del complejo, volvió, ahora a conciencia, a bajarse la parte
delantera del bañador, se reubico los pechos, que como dos grandes globos
blancos flotaban a escasos centímetros de mi, se lo anudo, una vez acomodados,
tras la cabeza y siguió tendida bajo el agua con cara de infinita relajación.
Pase como cinco minutos
mirándola, imaginando que estos balnearios urbanos empezaban a ser el nuevo
germen del naturismo en España. Éramos la tercera edad, esa generación que
habíamos vivido el recato de la iglesia
y el franquismo, esa generación a la que ya todo, y no digamos su cuerpo, lo
tenían asumido, ese grupo humano al que por su edad, ningún vigilante o
socorrista iba a decirles que se les veía el pecho o la picha. Hay que matizar,
no obstante que a mi si me recriminaron que, en un descuido ocasional, mi gorro
de baño cayera bajo el agua y pasase como diez minutos con el pelo, de la
cabeza, al aire.
No pude ir a la inauguración
del “nakedspa”. El sábado había partido de
futbol y debía ejercer de canguro con mis nietos, por lo que espere hasta el martes para conocerlo. Según
la información del Presidente de la
FEN era el primer balneario urbano enteramente nudista
abierto todos los días mañana y tarde, es más, los afiliados a la FEN, teníamos una sensible
reducción en todos los precios.
Estaba lejos, unas trece
estaciones de metro, pero como después comprobé, desde Bilbao a Pacifico el
recorrido era directo y apenas había que andar hasta llegar al Spa.
Un encanto de señorita,
ataviada con pantalón y camiseta blanca, que decía a gritos que estaba totalmente desnuda por debajo o solo
llevaba una tanga, se me presento, a la entrada, como Patricia suministrándome
una toalla de baño y llevándome hasta el
vestuario, el femenino, tal vez por error. Dijo que me desnudase y luego
volvía a ensañarme las instalaciones.
Cumplió su palabra. La
esperaba totalmente desnudo y sin inmutarse lo más mínimo salimos hacer un
recorrido de las instalaciones. Pensé que, por ser el único Spa naturista de
Madrid a jornada completa, habría más gente, pero no, estaba yo solo. Vimos la
tina hidrotermal, la zona inferior de relajación, un pequeño gimnasio, no se
para que. Salimos por un pasillo del fondo.
A mano derecha jacuzzi, a la izquierda una piscina fría de contrastes y
al fondo las saunas y las duchas. Todo muy limpio iluminado por luces difusas azuladas.
Por una escalera de caracol
subimos a la segunda planta dedicada exclusivamente a masajes: Sala de Tierra,
Sala de Aire, Sala de Agua, Sala de Fuego, cabinas individuales para
particulares, zona de relax. Al parecer unas veces se daba el masaje en
camilla, otras en el tatami del suelo y
otras en una mini piscina. El ambiente estaba impregnado de incienso y en cada
uno de los aposentos la música sonaba de acorde con el nombre de la Sala.
Regresamos al Spa y con un
— Recuerda
soy Patricia, cualquier cosa que quieras no tienes más que pedírmelo; agua,
toallas, masajes. Gracias.
Me quede solo en el agua y
durante una hora fui pasando de una instalación a la siguiente esperando, sin
éxito, que aparecieran nuevos usuarios. Tal vez por ser un día de semana, por
estar lloviendo, o ser muy temprano pero la realidad es que estaba solo.
Cuando ya pensaba irme volvió
aparecer Patricia, se acerco a la piscina y de forma muy recatada me pregunto
si no deseaba un masaje. Salí del agua y le pregunte tipos y precios.
— Por
ser la primera vez puedo hacerte una mezcla de técnicas y el precio será de……
No me pareció caro y acepte
su oferta.
Nos dirigimos a la Sala Tierra. Dos
tatamis en ángulo cubrían el suelo, entre ambos una mesita con velas, aceites y
toallitas, de fondo música mezcla de hindú y africana.
—Túmbate ahí boca a
bajo
Me dijo indicándome uno de los
tatamis, mientras ella se despojaba del pareo quedándose únicamente con una
tanguita blanca. Sin decir ni media palabra se ubico a mis pies e inicio su
trabajo. Note como sus manos, muy suavemente, iban recorriendo mi cuerpo sin
apenas presionarlo subían hasta la
cabeza para de nuevo descender sin centrarse en ningún punto en particular.
Todo muy despacio, muy despacio. Entre la música, la poca luz y aquella especie
de masaje-caricia los minutos pasaron volando.
—Date la
vuelta.
Oí de repente. Lo hice y
ahora sí, viéndola me despeje de golpe. Volvió a la rutina inicial. Yo mejore
mi campo visual centrándome en sus
pequeños pechito, casi inmóviles que subían y bajaban a escasos centímetros de
mi piel.
—Hemos
terminado. Como te encuentras. Solo tienes una leve contractura en el hombre
derecho. Estas muy relajado.
Como no, pensé, después de
este masaje. Me dejo en la ducha y desapareció. La vi al salir.
—Confío
que vuelvas.
— Difícil, conteste,
no soy de aquí, pero, si viajo a Madrid,
regresaré.
Se llamaría de verdad
Patricia o era su nombre de guerra y el autentico sería Paquita, Manoli o
Belarmina todos ellos muy asturianos. Qué más da, pensaba de vuelta en el
metro, lo lógico es nunca volviera a contemplarla. Que anacronismos tiene la
vida, había más gente en el Spa del centro deportivo público que en este
privado y el tratamiento del desnudo entre los asistentes, puede decirse que
era, casi idéntico.