Así de pronto no supe de
donde salía la voz ni si se dirigía a mí. Estaba bajo un potente chorro de agua
que me impactaba sobre la cabeza en el único Spa nudista que funciona en Madrid
en horario continuo y aseguraría que, cuando entre, a las 6 de la tarde, estaba
solo. Mientras me acostumbraba a la mortecina luz azulada del recinto
intentando enfocar el origen del saludo, la cabecita entrecanosa que tenía
delante seguía con su alegato.
—Tienes que acordarte, fue hace tres años en el Spa de La Felguera.
Entonces caí. Leda y Pablo.
Palacio de las Nieves. Septiembre del 2011.
Por lo general cada año la Asociación naturista a
la que pertenezco, inicia, este mes, la utilización del Spa del Hotel
exclusivamente para nudistas. El primer día suelo llegar a la recepción con
bastante antelación, bien por si aparecen socios de nuevo cuño bien por si hay
personal recién contratado que desconoce nuestras rutina o por si la Gerencia tiene normas
diferentes para el presente año.
Fueron los primeros. Ella por
delante. Se presento, me plantifico un par de besos, salude a su marido y en
vista que nadie aparecía ingresamos juntos en el vestuario.
Con el pelo grisáceo muy
cortito y como si lo conociera de toda la vida se adentro, nos adentramos bajo
su dirección, en el vestuario femenino, si vamos a estar desnudos en el Spa, no
hay porque discriminar sexualmente los vestuarios, abrió la taquilla que le
asignaron y empezó a desvestirse. Lo primero que me distrajo es ver que no
llevaba sujetador, lo segundo el clavel reventón que lucía sobre su glúteo
derecho y por último la minitanga que apenas le cubría el chochito. Estos
hechos puntuales e impropios
de una mujer de casi sesenta
años me despistaron. Casi entra en la piscina hidrotermal antes que yo, más
bien llegamos juntos y allí nos separamos. Yo, como siempre fui a la zona de
chorros y ella al área de descanso. Llegaron más socios y durante casi una hora no volví a verla.
Nos reencontramos en el
Jacuzzi y al resguardo de cientos de burbujas me entere que eran de Tineo, que
su marido, médico recién jubilado, padecía problemas nerviosos (inicio de alzhéimer
pensé yo) y los doctores le aconsejaron sesiones hidrotermales y mucho
descanso, por eso apenas si se movía. La realidad es que el callado de Tomas
estaba sobre una de las camas de descanso de la que apenas se despego durante
toda la tarde-noche.
Volvieron en Octubre y Noviembre y desaparecieron. Al principio lo
achaque al duro invierno y las nevadas luego me olvide de la pareja, solo termine
visualizando el curioso pirsin que Leda lucía en su coñito. En sus años mozos
debió ser una hembra de armas tomar, pensaba algunos días en los que esperaba
que regresaran de nuevo.
—Si Leda me acuerdo. ¿Qué es de Tomás?, ¿Qué haces por
Madrid?
—Lo de siempre, de médicos.
—Venga salgamos del agua y charlamos en la sauna, es más
tranquila.
Recorrimos, bajo la mirada un
tanto perdida de Tomas que como en Asturias descansaba en una tumbona, un pasillo
por el que, a mano izquierda, se iba al área del jacuzzi, a la derecha, a la
poza fría y al final a las diferentes de saunas. Entramos en la finlandesa.
Leda había cambiado muy poco,
casi nada. Los mismos pechos, la misma decoración exterior, el pirsin, el pelo
rapado casi al cero e idénticas ganas de hablar. No habían vuelto por el
Palacio de las Nieves por la enfermedad de Tomas, ya no había quien condujese
el coche de Tineo a La
Felguera y encima se pasaban los meses entre médicos y
hospitales. Desde hacía un año, cada trimestre venían a Madrid para no sé qué
tratamiento. En esos periodos se acercaban al Spa para olvidarse del ambiente
hospitalario en el que vivían, ella se relajaba y él seguía como siempre, ido
del mundo, tumbado en cualquier hamaca en la zona de descanso.
-Dame un masaje, me dijo de
pronto, sino recuerdo mal tú y una chica de Noreña hicisteis un curso y algo
seguirás sabiendo.
El Spa alquilaba por horas
salas individuales de masaje, aceites y toallas por el módico precio de 20 € y
tras solicitar una de ellas fuimos al piso superior donde se alineaban los
cubículos.
Ni con mucho puede decirse
que fueran cutres. La camilla ocupaba el centro de la habitación, decorada e
iluminada en tonos rojizos, una serie de palillos de incienso aromatizaban el
ambiente y una música, entre árabe e hindú daba al recinto un aspecto entre
místico, mundano y erótico.
Sin mediar palabra Leda se
acostó sobre la cama y se ofreció ante mí.
Hacía años que no daba un
masaje y menos en estas circunstancias. Empecé a distribuir aceite por aquel
cuerpo desnudo y relajado Por la espalda, la cintura, los glúteos, las piernas,
los pies. Si bien intenté ser lo más profesional posible aquella rosa tatuada
en el culo centraba y dirigía mis manos. Empecé por la cintura, decontracture
los hombros, el cuello, los omóplatos, recorrí la columna vertebral desde la
cabeza hasta muy por debajo del coxis. Queriéndolo o no iba lentamente
separando las piernas de modo que el culo y el clítoris eran cada vez más
visibles. Amase y amase la rosa tatuada, note la humedad sexual de su
entrepierna y en un alarde de sensualidad recorrí el canal de los glúteos hasta
presionarle levemente el ano. Pare y me
centre en piernas, caderas y pies. No obstante en cada movimiento ascendente mis
dedos volvían a discurrir muy cerca de sus órganos sexuales, acariciándolos y
aceitándolos.
Hubiese seguido así hasta
finalizar la hora pero ella me detuvo.
—Ahora por delante, dijo
dándose la vuelta.
Perdí la visión de la flor y
surgió, brillante, atrayente y movedizo
el pirsin de su clítoris.
Algo se cruzo en mi mente y
el masaje pasó de ser totalmente erótico. La distribución de aceite fue una
caricia prolongada por los pechos, la cintura, las ingles y aquel coñito
resplandeciente bajo el brillo del pirsin.
Primero los pechos surgiendo
y desapareciendo entre mis dedos, después su abultado Monte de Venus,
finalmente su Fuente de Jade. Ya no era un masaje, era una masturbación en toda
regla. No solo no protestaba sino que cada poco un leve suspiro de aprobación
salía de su boca.
Su mano, de pronto, se
descolgó de la camilla y se enrosco en mi pene. Empezó, como yo a ella, a
masturbarme, lenta muy lentamente. Yo, a ratos, subía a beber en sus pezones y
a ratos bajaba hasta su Fuente, totalmente inundada. Golpeaba el pirsin con los
dientes y mi lengua se paseaba por su clítoris. Empecé a sentir vibraciones de
placer mientras su mano se activaba al máximo sobre mi sexo. Se corrió ella y
me corrí yo. Descansamos un rato y volvimos a la piscina hidrotermal, en una de
cuyas áreas de relax seguía Tomas ajeno a todo cuanto le rodeaba
— Bueno José Luis
hemos pasado una tarde muy agradable, algún otro día volveremos a encontrarnos.
Cogí el metro pensando en los
caprichos del destino y en las raras coincidencias de la vida. Lo normal es que
nunca volviéramos a vernos pero……….. nunca se sabe.
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