martes, 8 de octubre de 2013

EXTRAÑOS COMPAÑEROS DE Spa

         —Hola José Luis.
Así de pronto no supe de donde salía la voz ni si se dirigía a mí. Estaba bajo un potente chorro de agua que me impactaba sobre la cabeza en el único Spa nudista que funciona en Madrid en horario continuo y aseguraría que, cuando entre, a las 6 de la tarde, estaba solo. Mientras me acostumbraba a la mortecina luz azulada del recinto intentando enfocar el origen del saludo, la cabecita entrecanosa que tenía delante seguía con su  alegato.
         —Tienes que acordarte, fue hace tres años en el Spa de La Felguera.
Entonces caí. Leda y Pablo. Palacio de las Nieves. Septiembre del 2011.
Por lo general cada año la Asociación naturista a la que pertenezco, inicia, este mes, la utilización del Spa del Hotel exclusivamente para nudistas. El primer día suelo llegar a la recepción con bastante antelación, bien por si aparecen socios de nuevo cuño bien por si hay personal recién contratado que desconoce nuestras rutina o por si la Gerencia tiene normas diferentes para el presente año.
Fueron los primeros. Ella por delante. Se presento, me plantifico un par de besos, salude a su marido y en vista que nadie aparecía ingresamos juntos en el vestuario.
Con el pelo grisáceo muy cortito y como si lo conociera de toda la vida se adentro, nos adentramos bajo su dirección, en el vestuario femenino, si vamos a estar desnudos en el Spa, no hay porque discriminar sexualmente los vestuarios, abrió la taquilla que le asignaron y empezó a desvestirse. Lo primero que me distrajo es ver que no llevaba sujetador, lo segundo el clavel reventón que lucía sobre su glúteo derecho y por último la minitanga que apenas le cubría el chochito. Estos hechos puntuales  e impropios
de una mujer de casi sesenta años me despistaron. Casi entra en la piscina hidrotermal antes que yo, más bien llegamos juntos y allí nos separamos. Yo, como siempre fui a la zona de chorros y ella al área de descanso. Llegaron más socios  y durante casi una hora no volví a verla.
Nos reencontramos en el Jacuzzi y al resguardo de cientos de burbujas me entere que eran de Tineo, que su marido, médico recién jubilado, padecía problemas nerviosos (inicio de alzhéimer pensé yo) y los doctores le aconsejaron sesiones hidrotermales y mucho descanso, por eso apenas si se movía. La realidad es que el callado de Tomas estaba sobre una de las camas de descanso de la que apenas se despego durante toda la tarde-noche.
Volvieron en Octubre y Noviembre y desaparecieron. Al principio lo achaque al duro invierno y las nevadas luego me olvide de la pareja, solo termine visualizando el curioso pirsin que Leda lucía en su coñito. En sus años mozos debió ser una hembra de armas tomar, pensaba algunos días en los que esperaba que regresaran de nuevo.
          Si Leda me acuerdo. ¿Qué es de Tomás?, ¿Qué haces por Madrid?
         —Lo de siempre, de médicos.
         —Venga salgamos del agua y charlamos en la sauna, es más tranquila.
Recorrimos, bajo la mirada un tanto perdida de Tomas que como en Asturias descansaba en una tumbona, un pasillo por el que, a mano izquierda, se iba al área del jacuzzi, a la derecha, a la poza fría y al final a las diferentes de saunas. Entramos en la finlandesa.
Leda había cambiado muy poco, casi nada. Los mismos pechos, la misma decoración exterior, el pirsin, el pelo rapado casi al cero e idénticas ganas de hablar. No habían vuelto por el Palacio de las Nieves por la enfermedad de Tomas, ya no había quien condujese el coche de Tineo a La Felguera y encima se pasaban los meses entre médicos y hospitales. Desde hacía un año, cada trimestre venían a Madrid para no sé qué tratamiento. En esos periodos se acercaban al Spa para olvidarse del ambiente hospitalario en el que vivían, ella se relajaba y él seguía como siempre, ido del mundo, tumbado en cualquier hamaca en la zona de descanso.
          -Dame un masaje, me dijo de pronto, sino recuerdo mal tú y una chica de Noreña hicisteis un curso y algo seguirás sabiendo. 
El Spa alquilaba por horas salas individuales de masaje, aceites y toallas por el módico precio de 20 € y tras solicitar una de ellas fuimos al piso superior donde se alineaban los cubículos.
Ni con mucho puede decirse que fueran cutres. La camilla ocupaba el centro de la habitación, decorada e iluminada en tonos rojizos, una serie de palillos de incienso aromatizaban el ambiente y una música, entre árabe e hindú daba al recinto un aspecto entre místico, mundano y erótico.
Sin mediar palabra Leda se acostó sobre la cama y se ofreció ante mí.
Hacía años que no daba un masaje y menos en estas circunstancias. Empecé a distribuir aceite por aquel cuerpo desnudo y relajado Por la espalda, la cintura, los glúteos, las piernas, los pies. Si bien intenté ser lo más profesional posible aquella rosa tatuada en el culo centraba y dirigía mis manos. Empecé por la cintura, decontracture los hombros, el cuello, los omóplatos, recorrí la columna vertebral desde la cabeza hasta muy por debajo del coxis. Queriéndolo o no iba lentamente separando las piernas de modo que el culo y el clítoris eran cada vez más visibles. Amase y amase la rosa tatuada, note la humedad sexual de su entrepierna y en un alarde de sensualidad recorrí el canal de los glúteos hasta presionarle  levemente el ano. Pare y me centre en piernas, caderas y pies. No obstante en cada movimiento ascendente mis dedos volvían a discurrir muy cerca de sus órganos sexuales, acariciándolos y aceitándolos.
 Hubiese seguido así hasta finalizar la hora pero ella me detuvo.
         Ahora por delante, dijo dándose la vuelta.
Perdí la visión de la flor y surgió, brillante,  atrayente y movedizo el pirsin de su clítoris.
Algo se cruzo en mi mente y el masaje pasó de ser totalmente erótico. La distribución de aceite fue una caricia prolongada por los pechos, la cintura, las ingles y aquel coñito resplandeciente bajo el brillo del pirsin.
Primero los pechos surgiendo y desapareciendo entre mis dedos, después su abultado Monte de Venus, finalmente su Fuente de Jade. Ya no era un masaje, era una masturbación en toda regla. No solo no protestaba sino que cada poco un leve suspiro de aprobación salía de su boca.
Su mano, de pronto, se descolgó de la camilla y se enrosco en mi pene. Empezó, como yo a ella, a masturbarme, lenta muy lentamente. Yo, a ratos, subía a beber en sus pezones y a ratos bajaba hasta su Fuente, totalmente inundada. Golpeaba el pirsin con los dientes y mi lengua se paseaba por su clítoris. Empecé a sentir vibraciones de placer mientras su mano se activaba al máximo sobre mi sexo. Se corrió ella y me corrí yo. Descansamos un rato y volvimos a la piscina hidrotermal, en una de cuyas áreas de relax seguía Tomas ajeno a todo cuanto le rodeaba
         Bueno José Luis hemos pasado una tarde muy agradable, algún otro día volveremos a encontrarnos.
Cogí el metro pensando en los caprichos del destino y en las raras coincidencias de la vida. Lo normal es que nunca volviéramos a vernos pero……….. nunca se sabe.        

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